Relato: EL RENACER DE UNA LEYENDA (Fantasía romántica)



A principios de la segunda década del siglo XX, Venezuela vivía una época inmisericorde. La libertad que se había alcanzado años antes se pisoteaba y las caretas caían, mostrando los verdaderos rostros de la represión y el autoritarismo.

Las calles estaban repletas de hombres trasnochados venidos de los campos, quienes vagaban sin rumbo fijo, durmiendo bajo un farol o hurgando en la basura algo qué comer. El campesino abandonaba las tierras marchitas, que comenzaban a ser exprimidas para sacar de ellas una sangre oscura y aceitosa, que parecía tener más valor que los frutos cosechados. La ignorancia se esparcía por los rincones, junto a las enfermedades y la muerte, y, aunque las guerras civiles habían terminado, cada esquina se había transformado en el centro de una conspiración, donde se escupían quejas y lamentos.

A diferencia del resto, Malena dejó la ciudad para sumergirse en la soledad de la selva. Ella no pudo soportar vivir por más tiempo en ese ambiente infestado, lleno de almas ruinosas. El aumento de la mano de obra barata le hacía perder oportunidades y la aguda división de clases le limitaba los accesos a ciertos sitios.

Su piel color melaza, adobada con dulces especias, brillaba como diamante pulido provocando el apetito del blanco de ascendencia europea. Las herederas la echaban de sus casas de pisos de terracota, celosas por las largas pestañas de sus ojos almendrados y por esa risa que invitaba a bailar, que resonaba de la misma manera en que los hacían los tambores la noche de San Juan, hechizando a los presentes con su armoniosa cadencia. Malena debía caminar con la cabeza gacha, para evitar que las aves de rapiña le picotearan los ojos, por atreverse a mirar su vuelo rasante.

Rebelarse no era lo apropiado. Con ello se pasaba a un purgatorio terrenal donde las almas eran torturadas hasta que se lograba arrancar de ellas el último grito de piedad. Así que tomó sus pocas pertenencias y caminó sin prisa en dirección a una inmensa montaña, que se notaba azulada por la distancia y estaba coronada por neblina. Su pico dentado parecía rasgar el cielo haciéndolo llorar sobre su nutrida vegetación.


Se sumergió en su interior a través de una trocha pedregosa, habilitada como un camino de mulas que zigzagueaba de manera interminable por un mundo vivo, lleno de sonidos. La zozobra de la ciudad era apagada por el canto incesante de los pájaros, y de los grillos y las chicharras ocultas entre los gigantescos árboles, así como por la risa de los monos que colgaban cual malabaristas sobre lianas y enredaderas. En la cumbre de ese gran azul, los vientos llegaban después de visitar tierras lejanas, descargando en ese oasis las semillas que arrastraban para hacer crecer salvajes a las orquídeas, bromelias y palmas.

Malena necesitaba de esa paz. Al llegar allí sintió que había abierto la puerta de su hogar. La agitación que le producía la inquieta ciudad se sosegaba con el ruido eterno del agua pura que bajaba a toda velocidad por entre las piedras y se extinguía en el brillo mágico que dejaba la brisa.

Andaba lento, para no perder detalle de la zona, sin muchas ganas de llegar al poblado. Allá la esperaba su madre y su primo Rodrigo, de seguro con las ollas sucias y la ropa en remojo en espera de que alguien la restregara. Se detuvo un instante al borde del camino y respiró hondo para llenarse los pulmones con la pureza de aquel paraje. Hasta que lo oyó, y su sonido la obligó a mirar con estupor el fondo del barranco. 

Un segundo gruñido reverberó en sus tímpanos, agitándole cada fibra nerviosa del cuerpo. Amplió las órbitas oculares, pero no pudo moverse un solo centímetro. La sangre se le solidificó inmovilizando cada uno de sus huesos. 

Entre las sombras se mostraron los ojos amarillos de un felino, de un color cristalino, lleno de pereza. Su mirada fija parecía en alerta, pero no resultaba amenazante, solo curiosa.


Una tormenta helada se produjo en el interior de Malena, haciéndola sudar y temblar. Su mente no paraba de darle órdenes a sus piernas para que corriera y escapara del peligro, pero su corazón agitado retumbaba en su pecho con la locura de una orquesta mal dirigida, que no solo era producto del miedo, sino también, de una extraña emoción. 

Sentía que había encontrado lo que tanto había estado esperando.

Unos pasos lentos y pesados acallaron al resto de los ruidos de la selva. Los animales se petrificaron en los alrededores, para no perder de vista la salida de la fiera. Un cuerpo encorvado de piel manchada se divisó por entre los helechos y matorrales. Malena emitió un suspiro ahogado al ver una garra de filosas uñas posarse en el tronco de un árbol. 

Un gemido suyo detuvo al felino y volvió feroces a sus pupilas. El pecho de la mujer colisionó en un enjambre de emociones que le robó la autonomía. Ella dio un paso, pero no hacia atrás. Lo dio al frente, saliendo del borde del camino para pisar la grama que colindaba con la orilla del barranco. Avanzó en dirección a él, que aún esperaba semioculto entre la vegetación. 

Sin darse cuenta, Malena había tomado la decisión más riesgosa de su vida, donde no había vuelta atrás. Se entregaba a la bestia de la montaña, sin limitaciones.






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EL SECRETO DE LA BESTIA. ORÁCULOS I

EL BESO DE LA BESTIA. ORÁCULOS II

EL CORAZÓN DE LA BESTIA. ORÁCULOS III

LA PASIÓN DE LA BESTIA. ORÁCULOS IV (A publicarse el 15/01)



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2 comentarios:

  1. Relato maravilloso... Ya me imagino cómo serán las otras historias.

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