DIME QUIEN SOY. Relato juvenil | Capítulo 1.


Saludos, desde hoy comenzaré a compartir en el blog un relato que he estado publicando en Wattpad y en otras plataformas de lectura gratuita.

DIME QUIÉN SOY es un relato introductorio de DIME QUE TODO ESTARÁ BIEN, la novela romántica juvenil que tengo publicada en Amazon y trata de forma profunda temas como el acoso escolar, la discriminación y la identidad.

Conozcan a Dominic en esta historia y luego, los invito a saber más de él y de los personajes que lo acompañan en DIME QUE TODO ESTARÁ BIEN, pero les advierto que será un viaje intenso y crudo, que espero disfruten.

Sinopsis:

Dominic es un chico poco común en todos los sentidos. De niño fue diagnosticado con TDA-H, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, pero además, siente una fuerte atracción por su único amigo Dylan y por una chica que parece hipnotizarlo con la mirada. 


No se reconoce a sí mismo, eso le ha traído infinidad de inconvenientes que lo han llevado a vivir una infancia traumática y solitaria. Es rechazado, burlado y pisoteado por otros chicos, así como por adultos. Busca respuestas, pero lo que haya es violencia, eso lo obliga a tomar decisiones drásticas…


 *****


CAPÍTULO 1.

El libro de historia estaba abierto sobre la mesa, pero relegado a un rincón. Encima de él descansaba una lata vacía de refresco con la tapa cortada, así podía utilizarse como envase para guardar lápices de colores, aunque solo una parte se hallaba dentro. El resto se desperdigaba por encima de la madera, en los estantes y en el suelo, mezclados con acuarelas, rotuladores, pinceles y hojas blancas.
Dominic dibujaba a una bailarina que daba un giro sobre la punta de un pie. Su tul llenaba el salón tapizado de espejos y la piel morena le relucía por los rayos del sol que entraban a través de un ventanal como si fueran melaza pura. Eso le otorgaba el halo de magia y belleza que a él lo había cautivado.
Aquella chica era real, existía en su plano de vida, pero era tan inalcanzable que lo único que le producía era tristeza. Quería tocarla para ser absorbido por su hechizo, pero temía contaminarla. Él estaba lleno de veneno.
Las fuertes melodías de Megadeth retumbaban por los parlantes e insonorizaban el exterior. Afuera, sus padres discutían, de nuevo. El motivo: él. Su existencia defectuosa les había creado infinidad de quebraderos de cabeza.
De pequeño había sido diagnosticado con TDA-H, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, para su padre, aquel defecto era insoportable de llevar, una maldición que lo llenaba de vergüenzas. En muchas ocasiones el hombre los había abandonado, a Dominic y a su madre, para obtener un poco de tranquilidad, pero siempre regresaba porque era incapaz de mantenerse solo. Sin embargo, nunca dejaba de quejarse por el abominable fenómeno que le había tocado como hijo, a quien no podía ver a los ojos sin sentir repulsión.
Para Sammy, su madre, aquella condición no era un desperfecto que afeara a su hijo, más bien la consideraba un poder particular que lo hacía más humano y sensible. No obstante, le era imposible dedicarle el tiempo y la atención que Dominic necesitaba. Desde que el chico fue diagnosticado con esa condición debían seguir un tratamiento y terapias muy costosas, ella sola cubría el total de esos gastos, así como los de la casa y de la escuela, ya que su esposo ganaba muy poco y ese dinero lo invertía solo en él. Su empleo como enfermera en el hospital público del pueblo de Rayville, al norte de Luisiana, no le aportaba el ingreso suficiente para pagar todas las cuentas, así que procuraba realizar doble turno o aceptaba trabajos particulares atendiendo a ancianos o a pacientes con enfermedades crónicas en sus casas. De esa manera, ganaba algo más de dinero.
Por ese motivo, Dominic siempre estaba solo. Llevaba su vida a su ritmo, una manera que su padre odiaba, pues lo acusaba de ser tan independiente que no seguía con regularidad el tratamiento que lo hacía un humano racional y aprovechaba el tiempo para mezclarse con delincuentes, haciendo referencia a su cercanía con Dylan Hackett, el hijo buscapleitos de Brandon Hackett, un borracho violento que todas las noches creaba serios problemas en el bar donde él trabajaba.
Además, había descubierto que Dominic consumía drogas y ese día había hallado restos de marihuana en el baño, por eso discutía a los gritos con su esposa cuando esta llegó de uno de sus turnos en el hospital. La señalaba a ella como la culpable de la abominación que había creado y de la falta de atención que ponía sobre ese ser.
Dominic se aisló en su habitación de forma voluntaria para no escuchar los reproches del hombre, que eran capaces de mostrar el asco que sentía por él. Aunque no lloraba, las lágrimas las tenía represadas en las pupilas y hacían brillar con mayor intensidad el tono verde agua de sus iris, que en esa ocasión estaban rodeados por un halo de ira.
Movía con nerviosismo el crayón oscuro en el papel, descargaba sus emociones en aquel dibujo que había estado lleno de luz y magia cubriéndolo con una bruma densa que opacaba sus colores.
Ese era él, la oscuridad, por eso no quería tocar nunca a esa chica, a su hada, porque la condenaría con su existencia maldita.
Los gritos de Dave Mustaine, el cantante de Megadeth, retumbaban en sus tímpanos e impedían que escuchara los golpes ansiosos que daba su padre a su puerta. Reaccionó cuando esta fue abierta con brusquedad y la cerradura saltó por los aires.
—¡Maldito enfermo! —vociferó el hombre y se apresuró por llegar al equipo de música para apagarlo de un golpe.
—¡¿Qué quieres?! —quiso saber Dominic al ponerse de pie y encararlo.
—¡Ya basta de esa música infernal! ¡Mientras yo esté en esta casa no volverás a ponerla!
—¡Entonces, ¿por qué no te vas?! —propuso, con eso logró que el rostro de su padre enrojeciera por la rabia.
—¡Tomás, déjalo! —pidió Sammy al entrar en la habitación y colocarse junto a su hijo—. No tenías que entrar así. Ahora tendré que buscar a alguien para que arregle la puerta —dijo al mirar el estado en que había quedado la cerradura—. ¿Vas a pagar por eso?
—Yo no voy a pagar por nada. Eso fue culpa de este… drogadicto —escupió eso último con desprecio mientras repasaba a su hijo de pies a cabeza.
—Tú no pagas por nada —acusó el chico, así aumentó la furia del hombre.
—Eres un asqueroso fenómeno —espetó con rabia y lo señaló con un dedo tembloroso.
—¡No le digas así! —exigió la mujer.
—¡Le digo como me da la gana! —bramó el hombre y asumió una pose retadora—. Es un ser repulsivo y torcido, ¡necesita ser reparado a punta de golpes!
Aquellas duras palabras afectaron a Dominic, comprimieron su corazón y expulsaron de él emociones amargas que lo hicieron odiar aún más al sujeto que le había dado la vida.
—Tú a mi hijo no le pondrás un dedo encima —desafió la mujer.
—Tengo derechos sobre este asqueroso error.
Dominic dejó fluir el odio en sus venas. Su mirada se oscureció y su postura entera se endureció para transformarse en una fuerte coraza. Una que su amigo Dylan le había enseñado a fortalecer para que nadie lo humillara y lo tratara como a un despojo viviente.
—Tócame y te dejaré igual que a tu maldito hermano.
Su amenaza hizo que Tomás retrocediera un paso y mostrara asombro. El rostro de su hijo parecía una máscara diabólica y su voz había sonado terrorífica.
—Sabía que habías sido tú quien lo golpeó de esa manera, no un ladrón, como él había asegurado. —Se refirió a la excusa que había dado su hermano para justificar la golpiza que había recibido años atrás y lo empujó a abandonar Rayville.
—¿Qué dices? Deja de hablar tonterías, Dom —exigió su madre con enfado—. Y tú, Tomás, déjalo en paz. No puedes culparlo de todo lo que ocurre. A tu hermano intentaron robarlo y le dieron una paliza que casi lo mata, por eso no ha querido venir nunca más al pueblo. Dominic no tiene culpa de nada.
—Él fue, lo sé —aseguró el hombre con firmeza y amplió los ojos en su máxima expresión al ver la diminuta sonrisa de triunfo que tenía el chico en el rostro, como si le confirmara con eso su responsabilidad en aquel hecho—. ¡Es un maldito drogadicto! —se quejó casi fuera de sí—. No solo tiene la cabeza defectuosa —dijo en referencia a su condición especial—, tampoco es un hombre. ¡Es un marica! Mira esta habitación. —Señaló con una mano las paredes donde el chico tenía pegados decenas de dibujos de sensuales hadas y bailarinas, pero también, de hombres semidesnudos de cuerpos definidos y en poses sugerentes, unos con alas oscuras y otros portando báculos de poder—. Es gay, ¿no te das cuenta? Tú hijo es un drogadicto, un anormal y ¡un gay! ¡Es un monstruo, ¿no lo ves?! —vociferó y se acercó a una de las paredes para arrancar los dibujos y romperlos en miles de pedazos.
Dominic gritó y se lanzó sobre él para impedir que destrozara sus artes. Sentía como si le desgarraran la piel. Su padre lo lanzó al suelo de un fuerte empujón sin conmoverse por las lágrimas del chico o por sus ruegos desesperados. En medio de rugidos deshizo la imagen de un ángel de alas negras que habían sido el que más destacaba en aquella pared, mientras Dominic lloraba con amargura por esa nueva humillación.
Tomás no pudo continuar con su arrebato porque Sammy lo sacó de la habitación a punta de golpes. Le daba en la cabeza con una bota de su hijo que había tomado del suelo.
Al quedar solo, Dominic desató aún más su llanto, al tiempo que recogía con manos temblorosas los trozos de sus obras. Minutos después, su madre entró a la habitación luego de asegurarse de que su esposo no estaba en casa y se abalanzó sobre su hijo para abrazarlo con fuerza y llorar con él.
—Soy un monstruo, mamá. ¡Soy un monstruo! —repetía Dom entre gimoteos, fragmentando aún más el corazón de la mujer.
—No, mi vida, eres bueno. Solo eres tú.
—No, mamá, soy un monstruo, un error. Quiero morirme. ¡Quiero morirme! —exclamó y se aferró a la ropa de la mujer en busca de consuelo.
Por más que su madre le dijera palabras bonitas y fortalecedoras él no las escuchaba, estaba demasiado roto y vacío, lo habían castigado tantas veces que el cuerpo aún le dolía y sus heridas no dejaban de sangrar. Las palabras de su padre impedían que olvidara sus miserias y siempre recordara sus limitaciones.
Una hora después, se hallaba solo en su habitación, su madre se había marchado a su segundo turno en el hospital. Se sentó con las piernas cruzadas sobre su cama y con las lágrimas ya secas en las mejillas. Repasaba en su memoria todo lo ocurrido esa tarde, que había comenzado con el reclamo de su padre al verlo con Dylan mientras conversaban sentados en un muro frente a su edificio. El escándalo vergonzoso que el hombre hizo en la calle logró que su amigo se fuera con la cabeza gacha, luego de eso vinieron las acusaciones y ofensas que le profirió por haber hallado restos de un cigarro de marihuana en el baño y la terrible discusión que se produjo al llegar su madre del trabajo.
En su regazo tenía los trozos de los dibujos que su padre había despedazado. Buscaba armar sobre el colchón la figura del ángel de alas negras, cuyo rostro era muy parecido al de su amigo Dylan. Su padre aplicó una gran furia al romperlo porque había descubierto la semejanza.
«Es gay, ¿no te das cuenta? Tú hijo es un drogadicto, un anormal y ¡un gay! ¡Es un monstruo, ¿no lo ves?!».
Dominic acarició el rostro fraccionado de su amigo. ¿Era un monstruo por sentir atracción por los hombres? ¿Por parecerle hermosos sus cuerpos, sus miradas fuertes o sus labios?
Lanzó una ojeada hacia la mesa y recordó que ahí estaba el dibujo que había estado haciendo de la bailarina. Aquella chica existía, era una de sus compañeras de clase, una a la que siempre veía desde la distancia, a quien seguía a escondidas por la escuela o a sus clases de ballet sin atreverse a incordiarla. Creía que la pena que ella reflejaba en su rostro podía aumentar si él era capaz de tocarla, si la impregnaba con su veneno.
Suspiró al recordar la perfección de su cuerpo delineado, el brillo de su piel morena y esa mirada magnética que no solo lo atrapaba, sino que tenía la facultad de sacarlo de la realidad y llevarlo a un mundo imaginario donde no era un ser aberrante y asqueroso, sino un chico normal, como el resto de las personas que lo rodeaban.
Le gustaba ella, tanto como le gustaba su amigo Dylan. Entonces, ¿qué tipo de abominación era?
Se miró las manos con asco. Sentía repugnancia por sí mismo, eso lo hacía aceptar los designios de su padre: que era un monstruo, un ser despreciable.
—¿Qué soy, maldita sea? ¿Quién soy? —susurró con amargura antes de romper de nuevo en llanto.

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