DIME QUIEN SOY. Relato juvenil | Capítulo 2




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Capítulo 2.


Llegó a la escuela con la ansiedad bullendo en su interior. Aunque mantenía la cabeza gacha, miraba al frente, sin temor a observar a sus compañeros a la cara. No se escondía, estaba en alerta, pero con perfil bajo. Los problemas en casa habían restado su ánimo y no tenía ganas de discutir con alguien.
Mientras se dirigía a su casillero, descubrió a Dylan que iba hacia dirección acompañado por una profesora. Su rostro magullado y enrojecido por heridas recientes demostraba que había tenido un mal inicio de día.
«Fue su padre», gruñó Dominic para sus adentros y apretó los puños en las tiras de su mochila. Se quedó inmóvil en medio de pasillo con la rabia atorada en la garganta. El odio llameaba en sus entrañas mientras la imagen de Brandon Hackett se hacía cada vez más visible en su mente. Algún día ese sujeto se las pagaría.
Alguien tropezó con él con rudeza y lo regresó de golpe a la realidad.
—Ey, fenómeno. Quítate de en medio —se burló Blender, un rubio alto y altanero con quien compartía algunas clases y era una estrella prominente del fútbol americano en la escuela.
Su mirada soberbia se posó un instante sobre Dominic antes de ignorarlo por completo, aunque las risas de los chicos que lo acompañaban calentaron aún más la ira que lo embargaba. Sin embargo, no se atrevió a replicar, sabía que aquel grupo de imbéciles lo molería a palos frente a profesores y al alumnado sin recibir un castigo por eso. Ellos eran reyes intocables en esa institución, unos niños talentosos y miembros de las familias más adineradas del pueblo. Cualquier inconveniente sería considerado como una provocación del otro y los liberaría a ellos de represalias.
Respiró hondo y se dirigió a su aula. Durante la clase de historia el profesor interrogaba a los alumnos mientras explicaba su clase. La guerra civil estadounidense no era un tema de interés para él, además, no había logrado repasar nada en casa por estar recuperando los dibujos destrozados por su padre, por tanto, no tenía nada qué decir.
Ocupó su tiempo dibujando en el borde de su libreta, se levantaba en ocasiones para sacarle filo a sus lápices de colores, aunque estos no lo necesitaran, y miraba por la ventana el paso de las nubes o se acercaba a sus compañeros más cercanos en busca de conversación.
El profesor le llamaba la atención para exigirle que regresara a su puesto y dejara de molestar al resto de la clase, a pesar de saber que a Dominic Anderson era imposible mantenerlo sentado y quieto por cinco minutos. La inmovilidad y falta de actividad para él era una tortura, necesitaba moverse o sucumbiría antes de que sonara el timbre que señalaba el fin de la primera hora escolar.
En un descuido del docente, se giró hacia su compañero sentado a su espalda, quien hojeaba un manga que escondía en el interior de su libro de historia. Dominic sintió curiosidad por las coloridas imágenes.
—Ey, ¿qué miras? —preguntó en susurros.
El otro chico lo observó con el ceño apretado. A ninguno le gustaba socializar con él porque era muy escandaloso y los hacía pasar vergüenza.
—Es de Naruto —respondió de mala gana y hundió de nuevo su atención en el folleto para que Dom no volviera a hablarle.
—¿Y quién es Naruto? ¿Puedo verlo? —pidió e intentó quitarle la revista.
—No —expresó tajante el chico y la apartó para que no la tomara—. Es un ninja muy poderoso, ¿no ves anime ni lees manga?
Dominic negó con la cabeza, evaluaba con interés el dibujo de la portada para grabar los detalles del rostro del tal Naruto.
—¿Y qué poderes tiene?
—¿Qué te importa? —asestó con desprecio, pero Dominic no se rendía, comenzaba a sentirse impaciente por conocer a aquel personaje.
Iba a preguntarle más cuando el profesor pasó junto a él y lo regañó por no atender la clase, quejándose por su constante falta de atención y por lo difícil que le hacía la jornada. Su compañero había tenido tiempo de esconder el manga, lo que evitó que lo reprendieran, pero se enfadado al recibir las sonrisas burlonas de los alumnos sentados a su lado al verlo socializar con el raro del salón. El chico odió a Dominic por ponerlo en esa situación.
Dominic, en cambio, esperó a que el profesor se alejara para sacar una hoja de su libreta y comenzar a dibujar el rostro de Naruto que había quedado grabado en su memoria. Sus lápices de colores se movían a una velocidad casi vertiginosa sobre el papel mientras trazaban formas y daban vida a aquel personaje dejándolo tan perfecto como se veía en la revista. Al terminar, se sintió satisfecho y evaluó su obra unos segundos antes de girarse de forma brusca para mostrarle el arte a su compañero.
El chico se sobresaltó al verlo casi encima de su mesa y colocar de forma ruidosa el dibujo sobre su libreta de apuntes.
—¿Y? ¿Te gusta? —dijo sin disimular la voz y con la felicidad marcada en su rostro, como si ellos fueran los únicos que estaban dentro del aula.
Su compañero no pudo evitar mirar impresionado la obra. Se veía exactamente igual que en la portada de su manga, incluso, tenía mayor colorido.
—Señor Anderson, ¿piensa molestar toda la hora? —bramó el profesor al escucharlo hablar.
—No —respondió él incorporándose en su silla—, solo quería regalarle un dibujo que hice a mi amigo.
Un murmullo de risas y susurros resonó en el aula. El chico aludido bajó la cabeza con vergüenza y vio con enfado como sus compañeros se burlaban de él.
—¿Dibuja durante la clase? —preguntó el docente indignado.
Dominic alzó los hombros con indiferencia.
—Habla de cosas aburridas. ¿Qué esperaba qué hiciera?
Las risas retumbaron con mayor intensidad, lo que propulsó el mal humor del hombre.
—Haga el favor, señor Anderson, y vaya a la oficina del director. Cuando termine la hora, usted y yo hablaremos.
Dominic amplió los ojos en su máxima expresión.
—Pero, ¿por qué?
—¡Obedezca! —exigió el profesor molesto.
—Deme un motivo —insistió.
—Se los daré cuando hablemos. Ahora, salga del aula, necesito terminar esta clase que para usted es algo aburrida —dijo indignado.
En medio de un resoplido sonoro, Dominic se puso de pie y salió del aula. Giró el rostro hacia el chico al que le había dado el dibujo para compartir una sonrisa con él, pero el joven tenía la cabeza hundida en su libreta de apuntes y el arte no se veía por ningún lado.
Caminó hacia el área administrativa con fastidio, aquel pasillo era uno de los más transitados por él. Casi a diario lo recorría por uno u otro motivo, había días en que pasaba más tiempo castigado que en clase. Al llegar a la recepción no había nadie, el escritorio de la secretaria estaba vacío, así que se dejó caer sobre un sofá con actitud derrotada. Su intención era echarse una siestecita un rato mientras sus inquisidores llegaban, pero se mosqueó al ver dos mochilas abandonadas sobre unas sillas.
Una era la de Dylan, la otra parecía de una chica por las etiquetas con logos de marcas de ropa y perfumes cosidas en un costado. Con el ceño fruncido repasó los alrededores y se puso de pie para acercarse a la oficina del director y escuchar, pensó que su amigo estaba adentro, pero no oía nada.
Se irguió al oír un golpeteo que provenía del baño y arqueó las cejas al sentir un jadeo ahogado que duró varios segundos hasta que terminó en un grito mal disimulado. Resopló incómodo, sin saber qué hacer. Voces de discusiones se susurraban al otro lado de la puerta, hasta que finalmente Dylan salió abrochándose el cinto del pantalón con expresión molesta. Tras él venía una de las chicas más populares de la escuela, y estudiante del último año, que lo tropezó con rudeza para apartarlo y pasar de primera a la recepción.
Ambos, al verlo, se mostraron asombrados. La chica empalideció, pero enseguida rugió de rabia y caminó orgullosa hasta su mochila.
—¿Supongo que este fenómeno no dirá nada? —preguntó a Dylan. Él endureció aún más su rostro.
—No vuelvas a decirle así y márchate —rugió con enfado.
Ella lo observó pasmada antes de repasarlo de pies a cabeza con soberbia.
—Ustedes son iguales —reprochó—. Par de fenómenos.
Tomó sus pertenencias y salió con la cabeza en alto de la oficina, siendo fulminada por la mirada severa de Dylan.
—¿Fenómeno? Pero bastante que lo… —Dominic no pudo continuar con sus burlas porque Dylan le golpeó un hombro para que cerrara la boca. La chica los dejó solos haciéndose la desentendida.
Dylan tomó su mochila y pretendía irse, pero Dominic lo detuvo.
—¿Qué te sucedió? —quiso saber en referencia a las marcas de golpes en el rostro—. Fue él, ¿cierto? ¿Él te golpeó? —insistió hablando del padre del chico.
—No te metas —respondió y le dio la espalda para marcharse, pero Dominic lo tomó por el codo para obligarlo a encararlo.
—Habla conmigo, men. Dime que pasa. Somos amigos, ¿no?
—Deja de meterte en mi vida —asestó con rabia y lo señaló con un dedo amenazante—. Y no se te ocurra decir una sola palabra de lo que viste aquí, o te juro que te partiré las piernas.
Dominic quedó inmóvil viendo sorprendido la partida de Dylan. El fuego que le traspasaba el alma por aquel rechazo le dolió cien veces más que los que había sufrido a manos de su padre, de sus maestros o de sus compañeros de clase.
Sintió que su pecho se desangraba mientras su amigo desaparecía de su vista. El miedo comenzaba a rodearlo, como si fuera un alma en pena que gravitaba a su alrededor aproximándose cada vez más.





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