En una entrada anterior hablé de La importancia de la primera y última frase de una novela.
En ella expresé con ejemplos, la manera en que el inicio y el fin de una
historia podían estar encadenados, aportando no solo pistas de la trama, sino
además el tono, el ritmo de la narración y algo de la personalidad de los
personajes.
Hace algún tiempo me topé con el Manual del perfecto cuentista de Horacio Quiroga.
Allí el autor nos reafirma la importancia de esas primeras y últimas frases,
aunque en su caso hace referencia a un cuento. La gran diferencia entre un
cuento y una novela, es que esta última posee mucho más espacio para el
desarrollo de una trama, en cambio el cuento es más corto, por tanto, no se
puede perder el tiempo en largas descripciones o narraciones, se tiene que
enganchar al lector desde la primera línea, y sintetizar en pocas palabras la
conclusión final de la historia.
Es por ello que en el Manual, Quiroga expone que en el cuento
el comienzo debe ser rotundo, atrayente, e intrigante. Allí él propone varios
ejemplos:
Ejemplo 1:
He notado que la iniciación con oraciones complementarias favorece grandemente estos comienzos. Un ejemplo:
“Como Elena no estaba dispuesta a concederlo, él, después de observarla fríamente, fue a coger su sombrero. Ella, por todo comentario, se encogió de hombros”.
Yo tuve siempre la impresión de que un cuento comenzado así tiene grandes posibilidades de triunfar. ¿Quién era Elena? Y él, ¿cómo se llamaba? ¿Qué cosa no le concedió Elena? ¿Qué motivos tenía él para pedírselo? ¿Y por qué observó fríamente a Elena, en vez de hacerlo furiosamente, como era lógico de esperar?
Ejemplo 2:
He anotado algunas variantes a este truco de las frases secundarias. De óptimo efecto suele ser el comienzo condicional:
“De haberla conocido a tiempo, el diputado hubiera ganado un saludo, y la reelección. Pero perdió ambas cosas”.
A semejanza del ejemplo anterior, nada sabemos de estos personajes presentados como ya conocidos nuestros, ni de quién fuera tan influyente dama a quien el diputado no reconoció. El truco del interés está, precisamente en ello.
Ejemplo 3:
“Como acababa de llover, el agua goteaba aún por los cristales. Y el seguir las líneas con el dedo fue la diversión mayor que desde su matrimonio hubiera tenido la recién casada”.
Nadie supone que la luna de miel pueda mostrarse tan parca de dulzura al punto de hallarla por fin a lo largo de un vidrio en una tarde de lluvia.
En cada uno de los ejemplos se presenta como gancho la
“intriga”, presentar desde la primera línea una acción o reflexión que nos
lleve a preguntarnos: ¿quién es ese?, ¿por qué hace tal cosa?, ¿a qué hecho se
refiere?, etc., son elementos que enseguida sumergen al lector en la historia
que queremos narrar.
Otro truco que Quiroga aporta es el uso de la “mala fe”. En
el ejemplo siguiente lo explica:
“Yo insistía en quitarle el lodo de los zapatos. Ella, riendo se negaba. Y, con un breve saludo, saltó al tren, enfangada hasta el tobillo. Era la primera vez que yo la veía; no me había seducido, ni interesado, ni he vuelto más a verla. Pero lo que ella ignora es que, en aquel momento, yo hubiera dado con gusto la mano derecha por quitarle el barro de los zapatos”.
Es natural y propio de un varón perder su mano por un amor, una vida o un beso. No lo es ya tanto darla por ver de cerca los zapatos de una desconocida. Sorprende la frase fuera de su ubicación psicológica habitual; y aquí está la mala fe.
En este caso se le presenta al lector algo “no habitual”. El
empeño de un personaje por llevar a cabo una acción de ese tipo despierta la
curiosidad, y obliga al lector a continuar la lectura solo para saber qué
ocurre y cuál es el motivo que impulsa al actor a sentir tal necesidad.
Al inicio del Manual, Quiroga habla sobre los finales,
porque según él: “Me he convencido de que, del mismo modo que en el soneto, el cuento
empieza por el fin”. Y es que si buscas encadenar ambas partes de un
cuento, presentando al inicio las pistas de lo que acontece luego, debes saber
a dónde te llevará la escritura. Por tanto, para Quiroga, un escritor debe
iniciar un cuento sabiendo cuál será el final, y de ser posible, contar con la
frase que culminará esa historia.
Quiroga propone que para finalizar, lo mejor es utilizar una
frase contundente, corta y llena de emociones, como:
“Nunca volvieron a verse”.O puede ser más contenida aun:“Sólo ella volvió el rostro”.
Un truco que llamó mucho mi atención es el uso del leitmotiv, que según la RAE
es: “Motivo
central o asunto que se repite, especialmente de una obra literaria o
cinematográfica”.
Un ejemplo de esta técnica para el inicio y final de un
cuento propuesto por Quiroga es:
Comienzo del cuento: “Silbando entre las pajas, el fuego invadía el campo, levantando grandes llamaradas. La criatura dormía...”.
Final del cuento: “Allá a lo lejos, tras el negro páramo calcinado, el fuego apagaba sus últimas llamas...”.
En este caso el leitmotiv es el fuego, que desde el inicio
comienza a hacer estragos y al final, ha arrasado con todo. Al inicio nos
produce la intriga por saber por qué el campo se quema, qué es esa “criatura
dormida”. Y termina con una frase que indica que después de lo sucedido,
finalmente el fuego se apagaba.
Como ya dije, Horacio Quiroga expone estos consejos
centrados en la redacción de un cuento. ¿Cómo llevarlos a la novela? Pudiera
ser aplicándolos a cada capítulo o escena, o por qué no, a la historia en
general. Los bestseller se caracterizan por inicios fuertes, que atrapen al
lector desde la primera línea, y con finales imprevistos, llenos de dramatismo
y emociones, por tanto, considerar los trucos expuestos en este Manual no
resulta nada descabellado.
Hola,
ResponderEliminarMe gusto mucho tu post, sobre todo porque Quiroga es uno de mi cuentistas favoritos. Muy trágica su vida :(
Me parece de mucha ayuda el material y las ideas bastantes útiles. Me dejo bastante picada el saber que historias le pasarían por la mente a Quiroga con esos sencillos ejemplos que coloco para el inicio y final.
Espero sigas dedicándonos tan buen trabajo y nunca dejes de escribir, muchas gracias!!