La
descripción de un personaje es un reto difícil al que nos enfrentamos los
escritores. Sin duda, dentro de la romántica, los personajes son el elemento
clave, ya que las historias no giran solo alrededor de los hechos que realizan,
sino, sobre todo, alrededor de sus sentimientos y de cómo evolucionan.
Describir
a nuestros protagonistas, y hacerlo bien, es esencial. ¿Cómo podemos hacerlo?
He aquí cinco pasos que pueden ayudarnos siempre.
1. Lo
primero sería escribir un perfil de cómo es a nivel físico, especialmente
aquellos detalles particulares que lo destacan de los demás (una cicatriz, un
tatuaje, algún rasgo especial…) y lo convierten en alguien único. Es importante
anotarlo, porque puede sucedernos que empecemos diciendo que tiene los ojos
azules y a mitad de la novelas se los hayamos cambiado a negros o verdes.
«El pelo más negro que el carbón, unos ojos
negros, atrevidos, una enorme nariz cesárea y una boca huraña, llena de
sensualidad... ya solo la cara le daba derecho a ser de la estirpe de Lucifer».
(Abandonado a tus caricias, Loretta Chase)
2. En
segundo lugar, hay que usar términos descriptivos creativos y no
adjetivos simples. No pretendemos hacer una descripción precisa, de esas de
diccionario, sino más bien una que estimule la imaginación del lector. Por
ejemplo, en lugar de decir que alguien tenía los ojos verdes, podemos decir que
tenía los ojos del color del musgo; o, si son grises, pues que los tenía del
color de un mar tormentoso.
«Sus ojos eran del color del cielo en una mañana
clara, un azul intenso, aún mas intenso en contraste con su piel bronceada.
Había algo en él, una clase de fuerza interior que hizo que ella diera un paso
atrás ante la intensidad de su mirada». (Escándalo en primavera, Lisa
Kleypas)
3. Es
importante tener también el perfil psicológico completo del personaje:
sus talentos, sus principios morales, sus puntos fuertes y débiles, sus
preferencias, etc. No se trata de sacarlo a relucir todo en la novela, pero
nosotros debemos conocerlo muy bien, de tal forma que sepamos siempre cómo va a
reaccionar. Los rasgos que aparezcan en la historia deben ir racionados y, en
la medida de lo posible, acompañados de acciones.
«Para un libertino como Malory, el boxeo era tan
sólo un ejercicio físico para mantenerse en buen estado y contrarrestar la vida
disipada que llevaba. Sus visitas, tres veces por semana, a Knighton's Hall
tenían para él la misma importancia que sus cabalgatas matutinas por el parque.
Solo le proporcionaban placer». (Tierna y rebelde, Johanna Lindsay)
4. Describir
cómo el personaje interactúa con su propio ambiente, o en una
determinada situación, puede proporcionarnos también información sobre su
inteligencia, su conciencia o su forma de ser. Por ejemplo, si está en un
baile, ¿qué hace?, ¿cómo se mueve? Incluso si no hace nada y se mantiene
simplemente apoyado contra una columna, esto también nos dice algo sobre él.
«—No seas irrespetuoso, James; además, me basta
con llevar las riendas de mi propia casa, lo cual ya es bastante trabajo con
hijos como vosotros —replicó mientras pasaba la mirada por sus tres hijos
varones—; tal vez si os casarais, podría vivir un poco más en paz.
James alzó una ceja arrogante, y Robert, que
acababa de regresar de una misión del gobierno, hundió más la nariz en su taza
de café. Edward fue el único que se atrevió a responder». (Algo más que una
dama, Christine Cross)
5. Por
último, hay que tener en cuenta también los diálogos, ya que nos
permiten describir los pensamientos y otros aspectos del personaje: ¿cómo
habla?, ¿qué tono usa?, ¿gesticula?, ¿tiene tics? Y, por otro lado, los verbos
de acción aplicados a los atributos físicos, por ejemplo, el hecho de enarcar
las cejas, fruncir los labios, el temblor de una mano al sujetar una copa, etc.
«Durante un largo rato se quedaron parados
mirándose fijamente. Ella esperaba que fuera él el primero en hablar. Y él
esperaba que fuera ella la que explicara su presencia allí.
Alesandra fue la primera en ceder. Avanzó hasta
que estuvo cerca del primer escalón. Luego hizo una reverencia con la cabeza. y
dijo:
—Buenas noches, Colin. Qué bueno que volvamos a
vernos.
Su voz sonó maravillosamente atractiva. Colin
trató de concentrarse en lo que la joven acababa de decir. Pero le resultó
ridículamente difícil.
—¿Que volvamos a vernos? -preguntó. Oh, Dios, qué
tosco pareció.
—Sí, nos conocimos cuando yo era una, niña y usted
me había puesto el apodo de Mocosa.
El comentario forzó una sonrisa reticente por
parte de él. Sin embargo, no recordaba en absoluto haberla conocido antes.
—¿Y era una mocosa?
—Oh, sí —le contestó ella—. Me contaron que hasta
le he dado patadas, y varias veces, pero eso fue hace mucho tiempo. Ya he
crecido y no creo que el apodo vaya conmigo ahora. Además, hace años que no doy
patadas a nadie.
Colin se apoyó contra la baranda para no recargar
tanto sobre su pierna lastimada. el peso de su cuerpo.
—¿Dónde nos conocimos?
—En la casa de campo de su padre —explicó ella—.
Mis padres y yo habíamos ido de visita y usted acababa de llegar a su casa,
desde Oxford. Su hermano acababa de graduarse.
Colin aún no podía recordarla, pero no se
sorprendió por eso. Sus padres siempre habían recibido muchas visitas y él no
prestaba atención a ninguna de ellas. La mayoría de ellos eran desafortunados y
su padre, que tenía el corazón grande como una casa, siempre acogía en el seno
de su hoyar a todos lo que le pidieran ayuda.
Alesandra tenía las manos unidas y parecía estar
muy relajada. Sin embargo, Colin advirtió la blancura de sus dedos, a los que
apretaba con fuerza, por temor o nerviosismo. Entonces, no estaba tan tranquila
como pretendía hacerle creer. De pronto, su vulnerabilidad fue muy aparente y
Colin sintió la imperiosa necesidad de hacerla sentir más cómoda.
—¿Dónde están sus padres ahora? —le preguntó.
—Mi padre falleció cuando yo tenía once años —le
contestó— y mi madre, el verano siguiente. ¿Señor, quiere que lo ayude a
recoger sus papeles? —agregó precipitadamente con la esperanza de cambiar de
tema.
—¿Qué papeles?
Su sonrisa fue encantadora.
—Los que se le han caído.
Colin bajó la vista y vio los papeles desparramados
por los peldaños. Se sentía como un rotundo idiota, parado allí, tomando solo
aire en su puño cerrado. Sonrió ante su propia preocupación. Por cierto, no era
mejor que su mayordomo, pensó para sí, y Flannaghan tenía una excusa aceptable
para su comportamiento atontado. Era joven, inexperto y bastante simplón.
Sin embargo, Colin debía saber cómo desenvolverse
en una situación así. Era mucho mayor que su sirviente, tanto en años como en
experiencia. Claro que esa noche estaba agotado, concluyó, razón por la que
seguramente estaba comportándose como un tarado.
Además, la muchachita era una preciosidad. El
soltó un suspiro.
—Después recogeré los papeles —le dijo él—. ¿Cuál
es, exactamente, el motivo de su presencia en esta casa, princesa Alesandra? —le
preguntó Colin sin preámbulos».
Si prestamos atención a los detalles en la
construcción de nuestros personajes, sin duda ya tenemos ganada la mitad de la
curiosidad de nuestros lectores.