Historias de Amor: Milena Jesenská y Franz Kafka



Muchos biógrafos aseguran que Franz Kafka era un hombre sufrido y perturbado, y no era para menos, su infancia y juventud la vivió marcada por la sombra de un padre autoritario, que con su actitud fría y déspota minó por completo la personalidad del chico. En una ocasión el autor escribió una carta larga a su padre, pero que éste jamás llegó a leer, en la que decía:
                                                                                                                                                         

“En otro tiempo habría necesitado que me animaran a cada paso. Pues me sentía aplastado por la simple existencia de tu cuerpo. Recuerdo, por ejemplo, que con frecuencia nos desnudábamos juntos en una cabina. Yo delgado, ruin, estrecho; tú fuerte, alto, ancho. Ya en la cabina me encontraba lamentable, y no sólo frente a ti, sino frente al mundo entero, pues tú eras para mí la medida de todas las cosas”.

Milena Jesenká, sin embargo, era una mujer apasionada y rebelde, pero poseedora de un corazón bondadoso. Al igual que Kafka, tuvo un padre autoritario, que intentó controlar sus acciones, pero la joven era más arriesgada y constantemente lo enfrentaba. Milena se consideraba comunista, antiestalinista, feminista, excéntrica y bohemia. En su natal Praga solía visitar los café donde se reunían intelectuales judíos, allí conoció al escritor Ernst Pollak, de quien se enamoró perdidamente. Su padre impidió el noviazgo, al ser el hombre un judío, pero ella se rebeló a su dictamen, y entre discusiones, amenazas de suicidios y otras cosas más, el padre termina encerrando a Milena en un sanatorio psiquiátrico de donde la chica se escapó para casarse con su amado.

Se mudó con Pollak a Viena, pero el hombre, además de ser un derrochador, quiso una relación liberal, y llevó a su casa a sus amantes, e incluso, dejó a una de ellas vivir en su apartamento. Sin dinero y humillada, Milena tuvo que trabajar para poder pagar las cuentas, escribió artículos para diarios y se ofreció como traductora para ciertas publicaciones. Fue así como inició el contacto con Kafka, al escribirle para que la autorizara a realizar una traducción a varios de sus trabajos. Ella admiraba enormemente los escritos de él, y a raíz de esa relación, él comenzó a seguir la carrera de ella.

Para Milena, el intercambio epistolar con Kafka era un paliativo que la ayudaba a olvidarse de sus tristezas y frustraciones, y para él, la vivacidad que ella le trasmitía en sus cartas lo hacía sentirse más alegre. No pasó mucho tiempo en que se enamoraron, y más aún, en que decidieron encontrarse. Pero sus reuniones eran breves, y en ocasiones intensas. Lo podemos ver en algunos fragmentos de las cartas que Kafka le enviaba a la chica.


“No sé cómo abarcar toda esta dicha en palabras, ojos, manos y este corazón. No sé cómo abarcar la felicidad de tenerte aquí, la alegría de que me pertenezcas. No solo te amo a ti. Es más lo que amo: amo la existencia que tú me otorgas”.

“Yo te quiero como el mar desea a un diminuto guijarro hundido en sus profundidades. De igual manera te envuelve mi amor. Y ojalá yo sea para ti ese guijarro. Amo al mundo entero y a ese mundo pertenecen también tus hombros y tu rostro sobre mí en el bosque y ese descansar mío sobre tu pecho casi desnudo”.


“Qué fácil será la vida cuando estemos juntos. Entiéndeme bien y sigue siendo buena conmigo. Antes de conocerte creía no poder soportar la vida, no poder soportar a los hombres Y eso me avergonzaba. Pero tú, Milena, me confirmas ahora que no era la vida lo que me parecía insoportable. Hoy me bastan unas pocas líneas tuyas, dos líneas, una sola palabra. Lo único cierto es que lejos de ti no puedo vivir. No deseo otra cosa que hundir mi rostro en tu regazo, sentir tu mano sobre mi cabeza y permanecer así hasta la eternidad”.

Sin embargo, la atormentada y compleja personalidad del escritor se interpone en el romance. Aunque Kafka poseía una aguda inteligencia, una actitud tranquila y un sentido del humor envidiable, internamente era un hombre que temía a la vida, al sexo, a la opinión de los demás y al mismo fracaso. Inseguridades que se le acrecentaron al diagnosticarle Tuberculosis. Es por eso que, cuando el romance comenzó a volverse más exigente, ya que Milena deseaba de alguna manera huir de su realidad y reunirse para siempre con Kafka, éste no se atrevía a dar un paso adelante. Sus sentimientos los demuestra en sus cartas.


“Estamos jugando a un juego infantil, yo me arrastro por la sombra, de un árbol a otro, estoy en pleno camino, usted me llama, me señala los peligros, quiere darme ánimos, se desespera al ver mi paso inseguro, me recuerda la seriedad del juego... no puedo, desfallezco, ya he caído. No puedo escuchar al mismo tiempo las voces terribles de mi interior y la suya, pero en cambio  puedo oír la suya sola y confiar en usted, en usted como en nadie más en el mundo”.


“No quiero (¡Milena, ayúdeme! ¡Comprenda más que lo que le digo!), no quiero (esto no es un tartamudeo) ir a Viena porque no podría soportar la tensión mental. Estoy mentalmente enfermo, la enfermedad de los pulmones no es más que un desbordamiento de la enfermedad mental”.

A pesar de sus reticencias, Kafka no podía soportar estar mucho tiempo lejos de ella. Cuando podía, dejaba de lado sus miedos e iba a su encuentro. En una ocasión, Milena le escribió al gran amigo y confidente de ambos, el escritor y compositor checo Max Brod, para expresarle sus aflicciones.


“Su angustia la conozco hasta la médula. Ya existía antes de conocerme. Conocí su angustia antes de conocerle  a él. Y me armé contra ella en cuanto la comprendí. En los cuatro días que Franz estuvo conmigo la perdió. Nos reímos de ella. Sé con seguridad que ningún sanatorio puede curarle. No se curará mientras tenga esa angustia… Iba todo el día de un lado al otro, andando bajo el sol, y no tosió ni una sola vez; comía muchísimo y dormía muy bien, estaba sencillamente  sano, su enfermedad nos parecía aquellos días un ligero resfriado”.

Pero las contradicciones del amor continuaron en la lejanía. Kafka deseaba cortar la relación con ella, ya que no se sentía digno de sus atenciones, y ella también mostraba sus temores por abandonar definitivamente a Pollak e irse con él.


“Ayer te aconsejé que no me escribieras todos los días, hoy sigo pensando lo mismo; sería muy conveniente para ambos, y vuelvo a aconsejártelo una vez más, con mayor insistencia todavía; pero, por favor, Milena, no me hagas caso y escríbeme todos los días, aunque sea una carta muy breve”.

Así estuvieron por un intervalo de dos años, relación que casi se rompe cuando Kafka le escribe a Milena para exigirle que no se comuniquen ni se vean más. En esa misiva expresa:


“Yo, animal de la foresta, yacía en cualquier parte, en mi sucia zanja (sucia solamente a causa de mi presencia, por supuesto), de pronto te vi en el claro, lo más maravilloso que había  visto jamás, me olvidé de todo, me erguí, me acerqué… me sentía tan feliz, tan orgulloso, tan libre, tan poderoso, tan en mi casa… Pero recordé quién soy, ya no vi en tus ojos ningún engaño, sentí el terror del sueño (de conducirse como si uno estuviera en su casa, en un lugar donde no debería estar), ese terror lo sentí en realidad, tenía que volver a la oscuridad, no soportaba el sol, estaba desesperado, realmente como un animal perdido, me eché a correr lo más rápido que pude, pensando constantemente "¡Si pudiera llevármela conmigo!" y la idea opuesta "¿Existe acaso la oscuridad donde ella está?"”.

Milena se sintió derrotada, y al no poder escribirle a él decidió pedir consejos al amigo de ambos, Max Brod.


“Perdone que le moleste, pero es que estoy absolutamente desorientada, mi cerebro es incapaz de pensar, de recibir o manifestar impresiones, no sé nada, no siento nada; me parece que me acaban de dar un golpe terrible, pero no sé bien cuál. No sé nada del mundo, solo noto que me mataría si de alguna manera pudiera llevar hasta mi conciencia lo que se me está escapando de ella”.

A pesar de eso, la relación epistolar continuó, aunque más escaza. Milena luchaba en Viena para mantenerse dentro de un matrimonio humillante y difícil, y Kafka siguió escribiendo y batallando con su enfermedad, que a cada día avanzaba, y en varias ocasiones lo obligó a internarse en sanatorios para tuberculosos. En 1923 conoció a Dora Diamant, quien se convirtió en su compañera los últimos meses de su vida, una mujer de carácter dulce y alegre que lo trató como a un niño, pero que no logró robarse su corazón, ya que éste tenía dueña. En el otoño de ese mismo año, Kafka le envía una carta a Milena para comentarle su situación:


“Los viejos males han vuelto a encontrarme aun aquí, me han atacado y me han vencido un poco; hay momentos en que todo me fatiga, cada trazo de la pluma. Por lo demás estoy bien aquí, tiernamente protegido hasta el colmo de las posibilidades terrenas”.

En la primavera de 1924 se encuentran por última vez, pero la enfermedad se agrava y le produce intensos dolores. Antes de entregarse al opio para apaliar el sufrimiento y esperar la muerte, le escribe una carta a su amigo y confidente Max Brod, pidiéndole por Milena:


“Tu hablarás con Milena. Yo ya nunca volveré a tener esa dicha. Cuando le hables de mí, hazlo como cuando se habla de un muerto, me refiero a mi "estar fuera", a mi "extraterritorialidad"”.

Al morir, fue enterrado en el cementerio judío de Praga, y Milena se despidió de él escribiendo una nota fúnebre en el diario donde trabajaba:


“Tímido, retraído, suave y amable, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar, de los que se someten al vencedor y acaban por avergonzarlo”.

La chica vivió su luto por mucho tiempo, logró separarse de Pollak y transformarse en una periodista reconocida. Se casó por segunda vez con un arquitecto que terminó engañándola y abandonándola, pero con quien tuvo una hija.

En su artículo FRANZ KAFKA Y MILENA JESENSKÁ, UNA HISTORIA DE AMOR Y BONDAD, Christian Mielost resume los últimos años de vida de Milena de esta manera: “Valiente y temeraria como siempre, no duda en abrir las puertas de su casa a todo el mundo y pasear con sus amigos judíos por la calle. Quizás el gesto más conmovedor de esta gran mujer se produjo cuando obligaron a todos los judíos de Praga a coserse la estrella de David. Ella, sin ser judía, también la cose a su ropa y pasea con ella por las calles de Praga. Finalmente, como no podía ser de otro modo, es detenida y enviada a Beneschau, un campo para simpatizantes de los judíos. Después de un año allí, en el que perdió más de veinte kilos, es enviada a Ravensbrück donde verá por última vez a su hija... allí, en mayo de 1944, a menos de un año para el final de la guerra, Milena Jesenská moría a causa de la enfermedad renal que padecía desde hacía tiempo, pero, sobre todo, a causa de la locura nazi”.

Una historia triste, con un final trágico, que nunca logró un “felices por siempre”, ya que Kafka y Milena nunca pudieron vivir juntos su idilio. Sin embargo, se amaron hasta el final, a su manera.

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10 comentarios:

  1. Tiempo sin leer algo que provocara sentimientos asi...

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  2. Me es grato leer estas publicaciones.
    Que triste la vida de ambos y su historia de amor tan trágica.

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    1. Ciertamente es trágica, pero se amaron a su manera. Gracias por comentar :D

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  3. bellísima historia que nos permite conocer más al autor

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    1. Sí, es preciosa. Conocer la historia de los grandes escritores nos deja muchas sorpresas :D

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  4. ¡Hola!

    Me ha parecido muy interesante esta historia. Es muy enriquecedor saber la historia de grandes autores y cómo afrontaban todo tipo de situaciones. Su historia de amor mediante cartas me parece maravillosa, una pena que esas cosa ya casi se hayan perdido.
    Gracias por compartir esta historia. Me quedo por tu blog.

    Un saludo ^^.

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    1. Hola Laura, bienvenida a mi caldero :) A mi parecer ese tipo de amor aún perdura, solo que los medios han cambiado. Antes solo existían las cartas escritas, ahora tenemos el email, el whatsapp y otros medios más, que, aunque son más breves e impersonales, nos mantienen en contacto de forma más inmediata :D Gracias por comentar.

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  5. Fantástico artículo. Es una pena que aquella historia de amor no llegara a cuajar de un modo convencional. Desde luego, me quedo con las palabras de Milena sobre Kafka: "de los que se someten al vencedor y acaban por avergonzarlo".
    Un saludo.

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    1. Gracias por comentar Gerardo, para mí también esas palabras fueron las más acertadas :D

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