Dicen que para escribir solo se necesita papel y lápiz, o de
ser posible, un ordenador. Que no son necesarios estudios, ni ayuda, ni nada
por el estilo, ya que esta es una profesión muy individual y basada en el nivel
de creatividad de cada uno. Pero hay una verdad inexpugnable: para escribir se
necesita aprender.
Si no te hubieran puesto a practicar en la escuela con
cuadernos de caligrafía, de esos que al principio tenían las letras punteadas
para que las repasaras y luego las hicieras por tu cuenta, jamás habrías
aprendido a trazar palabras. Si no te hubieran obligado a leer esos cuentos clásicos
y novelas pertenecientes a la literatura universal, cuyos títulos nos son muy
familiares pero sus tramas unas completas desconocidas, jamás habrías cosechado
tu vocabulario literario ni se te habría disparado tu imaginación. Ese
aprendizaje inicial nos permitió conocer lo básico de la escritura, pero, para
el que pretende dedicarse a la creación literaria, eso no es suficiente, nunca
se debe dejar de aprender.
A escribir bien se aprende y eso se logra compartiendo con
otros, practicando y leyendo mucho, pero teniendo a alguien con quien debatir
textos y opiniones. Para mí los cursos y talleres literarios pueden ser espacios
para participar y dialogar, son encuentros con otros escritores y amigos,
dispuestos a escuchar tus divagaciones y darte aportes para mejorar tus
escritos.
Sí, es cierto que eso puedes encontrarlo en cualquier grupo
de Facebook o Whatsapp, pero hay algo insuperable en la interacción
persona/persona y es esa posibilidad de contacto, de intercambiar libros y
hojas de papel y disfrutar de risas y palabras sin la limitación que nos impone
la tecnología, como el nivel del saldo, la carga de la batería o la velocidad
del WiFi. Además, también tienes que considerar que la opinión de un experto es
imprescindible, de alguien que tenga una experiencia comprobada y pueda darte
una visión más completa de tu texto, ayudándote a mejorar. Es difícil hallar
eso en un grupo de amigos virtual.
Tuve el placer de encontrar mucho de lo que buscaba en los
talleres de literatura presenciales en los que participé este año en mi ciudad.
Aprendí mucho, sobre todo, a reconocer mis debilidades, con eso pude delinear
fortalezas que le dieran más brillo a mi escritura.
¿Mejoré o empeoré? Eso lo evaluaré más adelante, cuando los
lectores tengan en sus manos los escritos que han ido naciendo luego de esta
experiencia, y me hagan llegar sus apreciaciones. Al menos, me siento más
cómoda con lo que escribo, y también, más exigente conmigo misma, ya que he
podido detectar hasta dónde puedo llegar y qué debo buscar.
¿Sirven o no los talleres literarios? Esa es una pregunta
muy personal. Para mí sí sirvieron, porque me ayudaron a conocer aún más mi trabajo,
pero también influye que encontré talleres con personas indicadas para esa
labor y conservo la humildad. Esa última es una característica importante que
deben cultivar los escritores. Si crees que te la sabes todas, solo porque has
tenido algunos pocos éxitos y no necesitas de la ayuda de nadie, jamás hallarás
un grupo que se adapte a tus necesidades.
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