Hace algunas semanas leí 1984, sentía mucha curiosidad por el libro y por el tema que trataba. Confieso que fue un poco pesada su lectura, ya que contiene mucha narrativa y descripciones, parece más un ensayo que ficción, pero me sorprendió notar que la visión “futurista” de la sociedad que Orwell diseñó después de la primera guerra mundial, por allá en los años de 1945 al 49, no está muy alejada de la realidad actual.
Según las biografías del autor, años después de publicar Rebelión en la granja (fábula acerca de
unos animales que despojan al propietario de una granja y se lanzan a la
autogesión, donde se puede adivinar la parodia definitiva del comunismo
estalinista), enfermó de tuberculosis. Durante el empeoramiento de su
enfermedad y su desilusión por la vida a causa de los problemas políticos y
personales por los que atravesaba, escribió 1984. Esta novela fue publicada en
1949, época en la que el autor entra en la fase terminal de su enfermedad,
muriendo un año después. Es por esto que algunos biógrafos definen a esta
novela como el “testamento literario” de Orwel, la distopía más célebre de las
que se han escrito hasta la fecha.
Me encantó la forma en que el autor nos presentó al personaje
principal, Winston Smith, un funcionario del Departamento de Registro del
Ministerio de la Verdad, que irónicamente es el organismo encargado de falsear
la realidad y manipular la opinión pública. Durante toda la novela paseamos por
la vida de este personaje, su día a día, su pasado, presente y futuro.
A través de él conocimos el “mundo” que el autor creó para
desarrollar la historia, un planeta manejado por tres superpotencias: Oceanía
(que integra América, Australia, Gran Bretaña y el sur de África), Eurasia
(Unión Soviética y el resto de Europa) y Asia Oriental (China, Japón e Indochina),
quienes viven en con constantes guerras por el poder y por el territorio. Winston
se encuentra en la Gran Bretaña de Oceanía, un país en ruinas, marcado por
definidas clases sociales y dirigido por un líder a quien nadie ve, pero que
vigila y controla la existencia de cada ciudadano: El Gran Hermano (figura
idealizada a través de unos afiches y pinturas que recorren la ciudad con el
rostro de un hombre que posee unos ojos acechantes).
A pesar de formar parte del Partido que lidera a Oceanía,
Winston no pertenece a la élite sino a los niveles más bajos de esa clase
social (la partidista). No goza de lujos, sino que vive en medio de carencias y
regulaciones, aunque no a un nivel tan bajo como los pobres que forman parte de
la prole, la clase más baja. Él tiene acceso a algunos beneficios por ser parte
del Partido, pero en perenne vigilancia. No tiene vida privada. El Gran Hermano
controla incluso los pensamientos de sus seguidores, gracias al estudio de los
gestos y las miradas de sus seguidores. Cuando notan algo sospechoso, esa
persona simplemente desaparece de la faz de la tierra. Y nadie puede hacer
preguntas, o sufrirá un futuro igual.
Winston ha aprendido a controlar sus emociones para que las “telepantallas”
que lo vigilan, no descubran que comienza a sentir rechazo por su forma de
vida. Siente que su trabajo carece de sentido y su curiosidad por la verdad
despierta.
La novela está basada en las peripecias que este personaje
debe realizar para encontrar su lugar en el mundo, para hallar la verdad,
experimentar de nuevo el amor y la pasión, recobrar la confianza en la
humanidad, y sobre todo, descubrir si el Gran Hermano realmente existe o es una
estrategia de una élite para manipular a la población. Entre sus aventuras
termina aliado con unas personas a las que cree parte de un grupo opositor, que
trabajan en la clandestinidad, pero a quienes como al Gran Hermano, nadie ha
visto. Solo se conocen leyendas y noticias de odio que el Partido les hace
llegar, y que pudieran ser otra estrategia más de manipulación al pueblo.
La intriga abunda durante todo el texto. Es difícil predecir
algo porque el autor llena la novela de giros que echan por tierra cualquier
teoría. Eso fue lo que me mantuvo enganchada a la lectura. No podía seguir
viviendo sin saber qué era verdad y qué era mentira en esa historia.
El final, ni se los cuento. Muchas emociones me despertó:
rabia, sorpresa, frustración, decepción. No porque fuera malo, sino por lo
inesperado.
Es una historia bastante interesante y muy actual. Aunque a
muchos les parezca una imagen del mundo algo exagerada, o quizás, fantasiosa,
se sorprenderán al saber que la realidad no está muy alejada de la presentada
en esa obra. Solo espero, que el final de este mundo no sea igual, ni parecido,
al expuesto en la novela.
Una lectura recomendable.
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