Navegando por la web me topé con un artículo interesante de Diana P. Morales, coach de escritura,
titulado: ¿Tienes dudas sobre ti mismo/a o sobre tu talento?.
Allí nos habla de esas dudas que solemos sentir los autores en referencia a
nuestro trabajo, sobre todo, si no alcanzamos la respuesta esperada de parte de
los lectores. En él nos explica que ese es un mal común, incluso, de quienes
han tenido éxito, ya que temen no contar con el talento necesario para repetir
dicha osadía.
En ese artículo hallé el video de una conferencia dada por Elizabeth Gilbert, autora del libro super-ventas
“Come,
reza, ama” (convertido también en película), donde se profundiza más en
ese tema: ¿cómo enfrentarnos a los riesgos emocionales a la hora de ser
creativos?
Ella cuenta que después de su super éxito todos la miraban
como una autora acabada, y le preguntaban tanto si creía que no sería capaz de
emular la fama de esa obra que terminó por creérselo. Igual le sucedió en sus
inicios, temía tanto no poder ser capaz de alcanzar el nivel de otros autores,
de ser rechazada o ignorada, que eso le dificultó el hecho de decidirse a
mostrar su trabajo.
Cita a varios autores que pisaron la locura después de volverse
éxitos de ventas, porque les resultaba imposible manejar su creatividad debido
a la cantidad de temores que albergaban. Algunos de ellos perdieron la vida, otros
recurrieron al alcohol, droga o fármacos para superar esas angustias. Gracias a
esa relación tormentosa ANSIEDAD =
ESCRITURA es que a los escritores los consideran unos “alcohólicos,
maniaco-depresivos”. En general, a todas las personas creativas, enlazadas de
alguna manera al arte, tienen reputación de ser inestables mentalmente. Si no
logran acabar consigo mismo con sus propias manos, su talento lo hace.
Creatividad =
sufrimiento (el arte al final siempre llevará a la angustia)
En el video, Elizabeth asegura no estar de acuerdo con esa
premisa, prefiere pensar que el arte al final llevará a la vida, no al
sufrimiento. Ella considera necesario crearse un tipo de estructura psicológica
que la proteja de esa idea, y para ello se puso a revisar algunos métodos
antiguos.
De esa manera llegó a la antigua Grecia y Roma, donde no se
consideraba que la creatividad se originara en los seres humanos, sino que era
algo divino. Los griegos los llamaron “demonios”, Sócrates era uno de los que
creía tener un demonio dictándole su sabiduría. Los romanos, en cambio, le
llamaban “genio”, una entidad divina y mágica que vivía en las paredes y salía
de vez en cuando a ayudar al artista con su trabajo. De esa manera, si tu
trabajo era brillante no te podías atribuir toda la fama, pues tu divinidad
particular se llevaba su parte, pero si fracasabas tampoco era toda tuya la
culpa, sino del genio patético que vivía en tu estudio (vean de donde proviene
esa costumbre humana de echarle la culpa a otro para liberarse :D).
Durante la época del Renacimiento, cuando se colocó al
hombre como centro del universo, empezaron a creer que la creatividad no era
algo otorgado por un espíritu divino sino parte del ego del individuo. Salía de
“dentro” de sí. El genio no estaba en las paredes, así se etiquetaba al artista
exitoso. Es en este punto que Elizabeth asegura, se encuentra el error que
lleva al artista a ligarse con el sufrimiento.
Para ella una persona común no debería creer que sea “el
contenedor, la fuente, la esencia y el origen de todo misterio divino, creativo
e insondable, es quizás mucha responsabilidad a poner sobre una frágil psique
humana”. Eso “distorsiona egos, y crea todas esas
inmanejables expectativas sobre el desempeño”.
Elizabeth es consiente que es difícil cambiar el pensamiento
racional que nos ha movido como sociedad durante más de 500 años, pero el arte
no es racional, así que no podría considerarse una locura seguir imaginando al
proceso creativo como algo externo. Más aún si eso ayuda a que el autor pueda
manejar sus miedos y ansiedades (como dicen por ahí: “cada loco con su tema”
:D).
La autora en su conferencia relata una anécdota que le contó
la poetisa estadounidense Ruth Stone, quien decía que mientras trabajaba en los
sembradíos en Virginia sentía que le susurraban al oído bellos poemas como si
fuera un “atronador tren de aire que hacía temblar el suelo bajo sus pies”.
En ese momento ella corría a buscar papel y lápiz para copiarlo, si llegaba
antes de que ese tren escapara, lograba transformar ese susurro en palabras
escritas, en caso contrario, lo perdía, y el tren continuaba su camino por el
paisaje buscando a otro poeta.
A ella le pareció excelente esa idea, sin embargo, su
proceso creativo no era como el de Stone, que se producía cuando “un tren
pasara junto a ella”, sino que debía levantarse y obligarse a trabajar a una
hora específica, cinco días a la semana. En ese caso necesitaba de un tren
puntual.
¿Cómo relacionarnos
con un genio externo sin perder el juicio?
Bueno, les confieso que esta idea me pareció un poco rara y
difícil de digerir, pero les seguiré contando el final de la conferencia de
Elizabeth Gilbert.
A la autora, el músico Tom Waits, quien solía considerarse en
su juventud la reencarnación del artista contemporáneo atormentado, le concedió
una excelente idea en una entrevista que le hizo para una revista donde ella
trabajaba. En esa ocasión este le confesó que su vida había cambiado el día en
que iba manejando por Los Ángeles y escuchó una tonada en su cabeza, producto
de su inspiración. Era hermosa, él la quería, pero iba manejando y no tenía a
la mano los recursos para copiarla. Sin embargo, en vez de aterrarse porque no
lograría guardar la idea y esta se le escaparía y lo atormentaría por siempre,
decidió detener el proceso creativo en ese mismo instante, hablándole como si
fuera alguien externo que le dictaba la melodía: “¿Puedes volver en otro momento,
no ves que estoy manejando? Si no puedes, entonces, ve a molestar a otro”.
Después de eso intentó pensar en otras cosas, hasta llegar a
casa, donde pudo recuperar la tonada. De esa forma la ansiedad que lo oprimía
comenzó a desaparecer. Él logró sacar al genio de su interior y lo clavó en las
paredes, como lo hacían los antiguos romanos. Así pudo controlarlo y adaptarlo
a horarios y lugares establecidos.
Elizabeth culmina expresando: “Quizás si nunca creyeras que lo
más extraordinario que tienes se originó en ti, que vino prestado desde un
origen inimaginable durante cierto exquisito período de tu vida para que cuando
terminaras fuera trasmitido a otras personas, tal vez así el riesgo emocional a
la hora de ser creativo se evite”. Ella lo ha hecho, y asegura que de esa
manera ha logrado buenos resultados.
No tengas miedo.No te desanimes.Solo haz tu trabajo…Si el divino y absurdo genio que tienes asignado decide que se vislumbre por un momento la maravilla mediante tus esfuerzos, entonces, Olé…Si no, Olé para ti de todas formas.
¿Qué les parece? ¿Piensan que esa es una excelente manera
para controlar los temores inherentes al proceso de escritura? ¿Cómo los
controlan ustedes?
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