Una historia de amor antigua que aún sigue viva.


Después de escuchar la conferencia que Elizabeth Gilbert dio para la empresa TED, donde hablaba sobre Cómo enfrentar los riesgos emocionales a la hora de ser creativos, busqué otras similares, llegando a la de la antropóloga Helen Fisher, quien explicaba un estudio realizado sobre el cerebro enamorado. Allí descubrí una historia de amor antigua, que aún sigue gestándose entre ruinas.

Para conocerla debemos trasladarnos a la inhóspita selva guatemalteca, donde loros, tucanes, monos y jaguares se mueven en libertad entre una vegetación espesa, trazada por poderosos ríos de agua pura, montañas inundadas de vida y los restos de antiguas civilizaciones precolombinas.

En ese lugar se encuentran las ruinas de Tikal, una ciudad que en su tiempo fue próspera y pertenecía a la extinta civilización Maya. Allí reinó Hasaw Cha'an Kawiil, a quien conocían como el “Gran garra de Jaguar”, o también como “Señor Chocolate”, incluso él mismo se llamaba “Ah cacao”. La historia dice que fue un rey longevo (murió a los 80 años, en 720 a.C.) que llenó de brillo y honor a su ciudad y a su gente. Amaba con profundidad a su esposa: Doce Macaw, y deseaba pasar con ella toda la eternidad.

Para ello hizo construir un templo funerario en su nombre, llamado “Templo de las Máscaras” o también  “Pirámide de la Luna”, frente al suyo, que era el “Templo del Sol”. No logró verlos terminados antes de morir, pero su hijo los continuó, enterrando bajo esas pirámides los cuerpos de los amantes. 


La ubicación de ambas edificaciones está ligada a la salida del sol durante el equinoccio de primavera y otoño. Como un ciclo eterno, durante esas estaciones, el sol sale detrás de la pirámide de Hasaw y su sombra arropa por completo a la de su esposa, como si la abrazara, la tocara, besara y acariciara por siempre. Al ponerse el sol, este se ubica detrás de la pirámide de Macaw, cubriendo con su sombra a la de su esposo, siendo la oportunidad de ella de amarlo y venerarlo.

Han pasado 1.300 años aproximadamente, y aún esos reyes siguen amándose entre ruinas. Los Mayas fueron extintos, la tierra fue robada y saqueada por conquistadores, se crearon en ella fronteras que han sido resguardadas por infinidad de generaciones, quienes llegaron a olvidarlas y abandonarlas, y ahora la estudian y visitan tratando de sacar de ella sus maravillosos tesoros. Pero los amantes siguen allí, de pie, abrazándose cada primavera y otoño, superando los azotes implacables del clima y de la mano humana.

Las organizaciones encargadas de proteger y rescatar la cultura Maya se han comprometido a resguardar dichas pirámides, asegurándole a Hasaw y Macaw más siglos de amor.


Las ruinas dejadas por nuestros indígenas parecen seguir hablándonos desde la distancia infinita del tiempo, dándonos preciosas lecciones de amor y valentía que perdurará por muchos siglos.





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