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Capítulo 3.
Dominic
tuvo que esperar por casi una hora, sentado en la oficina del director, hasta
que llegaron sus padres. Su madre, como siempre, parecía alterada. El ritmo de
trabajo que mantenía en el hospital lo llevaba consigo como si constantemente
estuviera rodeada de moribundos que esperaban sus atenciones.
Su
padre, en cambio, se notaba tan ofuscado que las miradas que le dirigía a su
hijo desde la distancia bien podían confundirse con filosos cuchillos. El
hombre odiaba ir a la escuela para escuchar las quejas de los docentes y
profesores sobre el comportamiento de Dominic, pero desde hacía meses estaba
siendo vigilado por trabajadores sociales por los abandonos a su familia, sobre
todo, a su hijo. Era obligado a asistir para no ser denunciado por su falta de
interés.
—Hacemos
todo lo posible por ofrecer un ambiente que se adapte a las necesidades de
Dominic, pero nada parece ser suficiente —justificó el director con cara
cansada.
—Él
solo necesita de paciencia y comprensión —rebatió Sammy.
—Eso
lo sabemos, señora Anderson, pero la situación comienza a perjudicar al resto
del alumnado —enfatizó el director al recostarse en su butaca—. Su hijo no
permite que las clases se den con normalidad y ahora, en ocasiones, es grosero
y violento.
—¡Eso
es por culpa de ese delincuente! —bramó su padre en referencia a Dylan. Dominic
lo observó con desagrado.
—Dominic
requiere de una atención especial que no pueden darle los profesores
tradicionales —continuó el director—. Hemos contactado una escuela que atiende
los casos de su hijo con mayor atención.
—¿Qué
escuela? —preguntó la mujer con recelo. No era la primera vez que le proponían
tal cosa.
—La
escuela especial de Rayville, señora. Presenté el caso de Dominic y están
dispuestos a…
—¡No!
—expuso Sammy con firmeza. Su esposo gruñó en desacuerdo con ella y Dominic
emitió un suspiro lleno de frustración desde su asiento—. Ya hemos hablado de
este tema. Mi hijo tiene un nivel intelectual superior al que imparten en ese
tipo de escuelas, llevarlo a uno de esos lugares significaría condicionar su
futuro.
—Llevarlo
a uno de esos lugares significaría ayudarlo a controlar sus emociones.
—Él
está siguiendo un tratamiento riguroso para eso —aseguró la mujer.
Dominic
apretó los labios. Ese tratamiento no lo seguía al pie de la letra, aquellas
pastillas lo atontaban y no le gustaba esa sensación, se sentía muy vulnerable.
Su padre, en cambio, le dirigió una ojeada llena de burlas. El hombre sabía que
el chico fallaba en esa tarea y solía suplir las medicinas con drogas. Su
esposa, por estar poco tiempo en casa, no lo notaba, y a él le daba igual si
eso afectaba a Dominic o no, lo único que odiaba era tener restos de
estupefacientes dentro de su departamento. Si alguien lo conseguía, lo harían a
él responsable de ese hecho y ya estaba harto de tener que cargar con los
problemas del ser al que consideraba un anormal.
—Eso
lo sabemos, pero hemos decidido medir las potencialidades del chico para bien
de todos, sobre todo, de él mismo.
—¿A
qué se refiere? —quiso saber la mujer, indignada.
—Dominic
no se muestra cómodo en esta institución, pudiera ser porque el nivel de
exigencia es muy fuerte.
—¡No
es por el tema académico, todos aquí me tratan como a una mierda! —planteó el
chico molesto. Su madre lo calmó y el director suspiró con agobio antes de volver
a hablar, viendo como el padre del joven asumía un semblante de mofa por su
reacción.
—Quizás,
en otra institución tengan un programa más adaptado que…
—Dominic
es uno de los alumnos más inteligentes de esta escuela —aclaró Sammy—. El
programa educativo no es el problema.
—Claro
que no es el programa educativo, ¡él es el problema! —asestó Tomás recibiendo una
mirada mortal de su hijo y de su esposa, que ignoró—. ¿Qué es lo que propone?
—preguntó hacia el director para calmar los ánimos.
—Realizarle
una evaluación y ubicarlo en un ambiente más idóneo para su condición.
—¡Es
un tontería! Dominic posee uno de los mejores niveles académicos de esta
escuela. Es innecesaria esa evaluación —insistió Sammy.
—¡¿No
entiendes, mujer? ¡No se adapta a sus compañeros! —rebatió el padre.
—¡Entonces,
el asunto está en su relación con ellos, no en su nivel educativo! —siguió la
mujer.
Dominic
apoyó los codos en las rodillas y sostuvo entre sus manos a su cabeza hinchada
de tormentos, odiaba los gritos de sus padres, los reclamos del director, los
reproches y las burlas. Quería escapar, correr sin parar para escapar de ese
agobio.
Logró
evitar continuar en aquella asfixiante oficina porque el asesor escolar estuvo en
la reunión como parte del consejo docente y detectó el estado ansioso del chico
por las discusiones de sus padres. Intervino para que le permitieran no estar
presente en el resto del debate.
Dominic
se vio libre de la contienda a la hora del receso escolar. Caminó con desgana
por el patio, sin comprender muy bien las cosas que le sucedían. No entendía por
qué los profesores y directivos no lo querían en esa escuela si él cumplía con
responsabilidad con sus asignaciones. Tampoco comprendía la irritación que
invadía a sus padres cada vez que tocaban ese tema, no había forma de que ellos
se pusieran de acuerdo con algo que tuviera que ver con él.
Mientras
reflexionaba sus problemas, vio a un pequeño grupo de sus compañeros sentados sobre
un muro mirando historietas, entre ellos, estaba el chico al que le había
regalado el dibujo de Naruto, quien
discutía con otro sobre algo que había en el interior del manga que había llevado a la escuela. Se acercó con premura y se
inclinó cerca de él para llamar su atención.
—Ey,
¿te gustó el dibujo que te hice? —Los chicos lo observaron incómodos por su
cercanía—. ¿Qué te pareció? —preguntó sonriente. Orgulloso por la obra que
había dibujado.
—Vete
de aquí, fenómeno —pidió con repudio uno que estaba sentado más alejado.
Al
que Dominic le había entregado el dibujo, bajó el rostro con vergüenza.
—No
me has dicho nada, ¿te gustó? Si quieres puedo hacerte otro. Préstame la
revista —dijo y le quitó el manga de
las manos.
—¡No!
—respondió el chico y le arrebató el folleto.
—Ey,
James, ¿eres amigo de este fenómeno? —preguntó con burla otro de sus compañeros.
—Claro
que no —expuso con enfado, luego dirigió su rostro colérico hacia Dominic—.
Vete de aquí, imbécil —expresó con la mandíbula apretada y lo empujó haciéndolo
caer sentado. El grupo se carcajeó.
—Solo
quería saber si te había gustado el dibujo —aclaró Dominic con enfado mientras
se ponía de pie.
—¿Esta
cosa? —preguntó el chico y sacó el dibujo de Naruto del interior de la revista—. Es una porquería —se quejó antes
de romperlo en pedazos.
Dominic
sintió como si le rasgaran el alma. La rabia se le acumuló en los ojos en forma
de lágrimas, más aún, al oír las carcajadas del resto de sus compañeros.
Apretó
los puños con tanta fuerza que estos temblaron. Dentro de su pecho se acumulaba
demasiada rabia y frustración, comenzaba a sentirse saturado. Cuando pudo reaccionar
dio media vuelta y se marchó, sordo a los insultos de los jóvenes y ciego a las
miradas de pena, burla o asco que le dirigía el resto del alumnado.
Se
perdió entre los jardines hasta hallar un lugar que pensó, estaría lo
suficientemente alejado de la población estudiantil, pero resultó no estar
solo. Al sentarse en una banca escuchó el sonido del gruñido de Dylan.
Se
giró hacia el árbol ubicado tras él y vio al chico sentado entre las raíces con
los cascos puestos en sus orejas.
—¿No
puedes irte a otro lado? —preguntó a Dominic.
—¿Por
qué tú también me alejas? —quiso saber el chico, harto del rechazo. Dylan
apretó la mandíbula.
—No
he tenido un buen día, quiero estar solo.
Dominic
resopló y se incorporó dándole la espalda. Apoyó los brazos en sus piernas y
fijó su atención en el suelo empedrado.
El
silencio lo embargó mientras su mente repasaba cada una de las ofensas y de los
rechazos recibidos ese día. Dylan lo observaba desde su posición, con expresión
fiera, aunque en su pecho ardía la desesperación por levantarse y acompañarlo.
Dominic
era muy parecido a él, estaba solo y era incomprendido. No encajaba en ninguno
de los grupos preestablecidos. Era diferente a todos, no solo en su
personalidad, sino en su vida en general, y estaba tan lleno de miedos e ira
como lo estaba él.
Su
corazón le gritaba que se sentara a su lado, que le palmeara un hombro y le
asegurara que no se preocupara, que todo estaría bien, pero su mente se
bloqueaba a esa petición. Si se dejaba dominar, seguiría perdiendo y ya estaba
cansado de su situación.
La
cara aún le palpitaba por la paliza que su padre le había dado la noche
anterior al reclamarle su cercanía con Dominic, ya que el padre de su amigo lo
había echado del bar donde le gustaba emborracharse al asegurar que Dylan era
el causante de los problemas que Dom tenía en casa y en la escuela.
Se
puso de pie y tomó su mochila para marcharse. Las advertencias que su padre le había
dado esa mañana aún resonaban en sus oídos.
—¿Por
qué te vas? —preguntó Dominic al ver que él se alejaba—. Puedes quedarte,
prometo no verte ni hablarte.
—Mi
padre me pidió que me apartara de ti.
Dominic
sintió arder su pecho y apretó los puños.
—Él
es quien debería apartarse. ¿No lo crees?
Dylan
se detuvo y lo vio de reojo, de forma intimidante.
Aquella
propuesta retumbó en su interior con gran interés, aunque supo cómo
disimularlo.
Luego
de un instante debatiéndose sus miradas, se marchó. Dominic quedó solo,
asfixiado en sus terribles emociones.
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