Continúo hablándoles sobre las mujeres
que yo considero fuertes en la literatura. Ayer fue el turno de Sherezada, de
Las mil y una noches, y hoy le corresponde a la ocurrente Scarlett O’Hara, protagonista
de Lo que el viento se llevó.
Tuve el placer de leer esta fascinante
novela hace unos meses, quedando maravillada por su narrativa y la forma en que
nos presentó la terrible guerra civil estadounidense de 1861, en la que
murieron más estadounidenses que todas las guerras anteriores ocurridas en ese
país. En ella, el Estado Confederado del sur luchaba por mantener su política
demócrata, enganchada a las tradiciones, en contra de los Estados de la Unión,
liderados por los yanquis, que buscaban la liberación de los esclavos e
implantar una política republicana más novedosa.
En medio de ese ambiente tenso Margaret
Mitchell, la autora de Lo que el viento se llevó, nos presenta a Scarlett
O’Hara, una antiheroina con todas las de la ley. Una chica con una personalidad
orgullosa, oportunista, manipuladora y egoísta , pero con una voluntad y una
fortaleza de roble, con la que superó cada obstáculo impuesto hasta lograr
salvarse a sí misma y a los que la rodeaban, convirtiéndose en una importante
empresaria en un país que había sido devastado por la guerra.
Scarlett O’Hara es un ser para amar y
odiar. Sus pensamientos mezquinos, su estúpida obsesión por el amor de su
adolescencia, la hipocresía de sus acciones que solo buscaban su beneficio
propio sin importar si eso la ponía del bando de sus amigos o enemigos, hacía
que quisieras matarla. Era detestable. Su único fin consistía en seguir
disfrutando de sus costumbres opulentas y de la atención de todos, llevándose
por delante a quien sea, incluyendo a familiares y amigos.
Se topa con Rhett Buttler, otro gran antihéroe,
un sujeto egoísta y oportunista que también buscaba su beneficio propio, pero
que a diferencia de Scarlett, contaba con una inteligencia y con un olfato
agudo para saber cuándo detenerse.
La historia narra la forma en que estos
dos personajes se encuentran y desencuentran. La guerra estalla y los terribles
hechos obligan a Scarlett a quitarse el vestido de fiesta y ponerse las botas
de trabajo. Su actitud terca y voluntariosa la lleva a pensar en una salida rápida
para huir de una ciudad en llamas, llevando consigo a sus esclavos aterrados y
a una mujer a punto de dar a luz, su peor enemiga, una chica dulce y enfermiza
que pudo quitarle lo que Scarlett más codiciaba en el mundo: su amor de la
adolescencia. Con esa misma actitud introduce en la tierra sus delicadas manos
para sembrar la comida que debían consumir y salvar la cosecha de algodón de su
familia. Pero hasta allí no llegan las odiseas de esta chica, gracias a su
genio caprichoso y obsesivo supo valerse del amor que Rhett Buttler sentía por
ella para manipularlo y lograr sacar de la miseria a la pequeña familia postiza
que se había adjudicado, enfrentándose a los hombres más duros y autoritarios
del sur de Estados Unidos, haciendo valer su palabra. Cuando la ciudad se venía
abajo, ella supo reconocer las oportunidades y se valió de los más ingenuos
para hacer crecer una empresa que la enriqueció, arguyendo algunas trampas y afilando
su recién descubierto olfato para los negocios.
Al final, esta mujer recibe una lección
de oro, sufriendo reveses duros. Sin embargo, saca el pecho ante el abandono,
respira hondo y cierra la puerta a los problemas. “Luego pensaré en una
solución, mañana será otro día”.
Una diva, incapaz de rendirse ante los
conflictos logrando que la odies y la admires en la misma proporción, deseando
tener al menos un tercio de su fuerza de voluntad y de esa bondad que, aunque
la oculta bajo innumerables capaz de altanería, deja verse en los momentos más
importantes de la vida.
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