Eddy
se derrumbó en el sofá quedando con la cabeza apoyada en uno de los
reposabrazos mientras soportaba el intenso regaño que le propinaba Leroy.
—¡Qué
mierda, Eddy! Así es imposible trabajar contigo —exclamó, abriendo la ventana
del cuarto de las computadoras para encender un cigarrillo—. Nos pones en
peligro y todo para ¡¿perseguir a una mujer?!
—Cálmate.
No te alteres demasiado —intentó tranquilizarlo, pero lo que hizo fue empeorar
su estado. Las manos del moreno temblaban por la rabia y la ansiedad. Con
dificultad sacó la cajetilla del bolsillo de su camisa y buscó un cigarro.
—Estás
demente, Eddy. Así no se hacen las cosas.
—Ella
es una espía, está detrás de la noticia —insistió, refiriéndose a la rubia.
—¡Claro
que lo está! Supongo que por eso Steven está ansioso de que publiquemos el
segundo artículo.
Milton
estiró los brazos por encima de su cabeza. Había estado mucho tiempo inclinado
sobre el computador, acomodando las imágenes que Leroy le había facilitado. Se
sentía cansado.
—Están
listas.
—¿Podemos
culminar el artículo? —inquirió el moreno, irritado.
—Creo
que sí, aunque…
—¡Amor,
llegó la pizza! —Milton comprimió el rostro en una mueca al escuchar la voz de
April al otro lado de la puerta. La mujer abrió sin tocar y asomó su cabeza
risueña—. Dejen de trabajar y vamos a comer. Ya decoré el pastel.
—¿Hay
pastel? —preguntó Eddy, interesado, y se sentó en el sofá. Milton le dirigió
una mirada severa.
—Sí,
papi. Ven. Vamos a celebrar —dijo la chica antes de desaparecer, pero dejando
la puerta abierta.
—¿Celebrar?
¿Qué estamos celebrando? —consultó Eddy al ponerse de pie.
—Que
pronto seremos padres —explicó Milton y suspiró hondo.
—¿Y
eso te molesta? —quiso saber Eddy, con recelo.
—Claro
que no. El problema es que por la cercanía del embarazo las comidas pesadas le
producen vómitos a April. Le dije que no pidiera pizza y que no hiciera pastel
para la cena, pero no me escucha —reveló molesto—. Esta noche, de nuevo, no
podré dormir.
Eddy
le palmeó un hombro.
—Gajes
del oficio, muchacho. Y cuando llegue el bebé las cosas empeoraran —dijo sonriente.
—¿Qué
vas a saber tú? —acusó Leroy, satisfecho al ver la cara furiosa de Eddy. La
acusación era su venganza a su nuevo desplante—. Jamás has sido padre.
Aquello
a Eddy le sentó bastante mal.
—¿Cómo
que no lo he sido? Siempre he estado para ella.
—A
kilómetros de distancia —siguió pinchando el hombre, dejando de temblar por la
rabia que había acumulado. Sabía que esa culpa le dolía a su amigo. Con eso, se
sentía a mano.
—Mira,
idiota —reclamó Eddy, y lo señaló con un dedo aproximándose a él de forma
amenazante—. No me critiques, porque tú no has sido…
—¡Ya
sé quién es! —interrumpió Milton, logrando evitar una pelea en su casa. No era
la primera vez que esos dos se iban de las manos en ese lugar, arriesgando la
vida útil de los equipos allí resguardados.
Los
dos hombres dejaron su debate para mirarlo confusos.
—¿Quién
es quién? —quiso saber Leroy.
—La
mujer. —Al ver que ambos seguían viéndolo desconcertados, resopló agotado y
completó la información—. La rubia. La fiscal de tránsito. La mujer que estaba
en la fiesta infantil. La dama…
—¡¿Sabes
quién es?! —intervino Eddy, exaltado, y se acercó a él.
—Sí.
Está en las últimas fotos que trajo Leroy.
—¿Estaba
allí? —consultó el moreno con extrañeza y también se aproximó al computador.
Milton
buscó las imágenes donde podía divisarse a la rubia.
—Vigilaba
la tienda haciéndose pasar por una fiscal de tránsito —dijo al mostrarle las
fotografías.
Eddy,
que se hallaba casi encima de Milton, sonrió con malicia.
—El
rostro se le nota perfecto —comentó emocionado.
—Sí,
por eso ya sé quién es. Está en mi base de datos.
Eddy
y Leroy lo observaron perplejos. Milton sonrió con poca gracia.
—Se
llama Colette Morrison. Es detective de la comisión de delitos fiscales de la
policía de Nueva York.
—¡La
policía! —exclamó Eddy, entre alarmado y entusiasmado.
—Mierda
—expresó Leroy con preocupación y volvió a la ventana dándole una gran calada a
su cigarro. Sus manos comenzaron a temblar de nuevo.
—El
caso… creo que ha trascendido —agregó Milton, algo nervioso.
Sabía
que la presencia de la policía hacía ese asunto más complejo, pero no
comprendía a qué nivel.
—Vaya,
vaya —suspiró Eddy y volvió a caer abatido en el sofá. Su mirada inquieta se
perdió en un horizonte imaginario mientras rememoraba los dulces y ardientes
besos que había compartido con la rubia, así como la forma ruda en que ella lo
trató en dos ocasiones, derribándolo contra el suelo. La primera vez para
salvarle la vida, cuando se produjo la balacera en la discoteca, y la segunda,
para lanzarle una firme amenaza.
Su
cuerpo vibró ante aquella interesante situación. Nunca se había enrollado con
una mujer policía, o más específicamente, con una detective ruda y temible. Su
deseo y curiosidad por ella aumentaron de manera exponencial, dibujándole una
sonrisa traviesa en el rostro.
—Ni
lo pienses —advirtió Leroy al observar su estado.
—Esto
se va a poner bueno —gimió Eddy, aún perdido entre sus pensamientos.
Milton
y Leroy compartieron una mirada preocupada y ambos respiraron hondo. Sabían que
a Eddy nada lo detenía cuando una mujer interesante se le atravesaba en el
camino.
—¡Chicos,
la cena! —gritó April irritada desde la cocina.
Los
tres hombres enseguida reaccionaron como si les hubieran jalados las orejas y
salieron de la habitación para atender la orden antes de que a la chica le
diera un arrebato por su falta de atención. Ya tendrían tiempo de analizar
aquel nuevo problema.
Eddy
se sentó a la mesa manteniendo la alegría tallada en el rostro. Intentaba
participar en la conversación del grupo a pesar de que su mente daba miles de
vueltas, buscando las maneras de aprovechar aquella ventaja.
Sabía
quién era la rubia, qué buscaba y dónde vivía, pues el dato de su residencia
formaba parte de la base de datos que poseía su yerno. Toda esa información
tenía que servirle para conquistarla. No se sentiría tranquilo hasta no haber
domado a esa fiera. Ese sería un nuevo reto para él, uno muy excitante, que
estaba seguro, lo llenaría de satisfacciones.
Se
relamió los labios al tomar un trozo caliente de pizza y llevarlo a su boca,
enrollando en su lengua el hilo del queso derretido que colgaba. Aquel sabor
intenso le recordó el sabor embriagante de la boca de la rubia. Una delicia que
pronto volvería a degustar.
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