SÉ MI CHICA | Capítulo 11. ¡Ajá! ¡Te encontré!



Eddy se derrumbó en el sofá quedando con la cabeza apoyada en uno de los reposabrazos mientras soportaba el intenso regaño que le propinaba Leroy.
—¡Qué mierda, Eddy! Así es imposible trabajar contigo —exclamó, abriendo la ventana del cuarto de las computadoras para encender un cigarrillo—. Nos pones en peligro y todo para ¡¿perseguir a una mujer?!
—Cálmate. No te alteres demasiado —intentó tranquilizarlo, pero lo que hizo fue empeorar su estado. Las manos del moreno temblaban por la rabia y la ansiedad. Con dificultad sacó la cajetilla del bolsillo de su camisa y buscó un cigarro.
—Estás demente, Eddy. Así no se hacen las cosas.
—Ella es una espía, está detrás de la noticia —insistió, refiriéndose a la rubia.
—¡Claro que lo está! Supongo que por eso Steven está ansioso de que publiquemos el segundo artículo.
Milton estiró los brazos por encima de su cabeza. Había estado mucho tiempo inclinado sobre el computador, acomodando las imágenes que Leroy le había facilitado. Se sentía cansado.
—Están listas.
—¿Podemos culminar el artículo? —inquirió el moreno, irritado.
—Creo que sí, aunque…
—¡Amor, llegó la pizza! —Milton comprimió el rostro en una mueca al escuchar la voz de April al otro lado de la puerta. La mujer abrió sin tocar y asomó su cabeza risueña—. Dejen de trabajar y vamos a comer. Ya decoré el pastel.
—¿Hay pastel? —preguntó Eddy, interesado, y se sentó en el sofá. Milton le dirigió una mirada severa.
—Sí, papi. Ven. Vamos a celebrar —dijo la chica antes de desaparecer, pero dejando la puerta abierta.
—¿Celebrar? ¿Qué estamos celebrando? —consultó Eddy al ponerse de pie.
—Que pronto seremos padres —explicó Milton y suspiró hondo.
—¿Y eso te molesta? —quiso saber Eddy, con recelo.
—Claro que no. El problema es que por la cercanía del embarazo las comidas pesadas le producen vómitos a April. Le dije que no pidiera pizza y que no hiciera pastel para la cena, pero no me escucha —reveló molesto—. Esta noche, de nuevo, no podré dormir.
Eddy le palmeó un hombro.
—Gajes del oficio, muchacho. Y cuando llegue el bebé las cosas empeoraran —dijo sonriente.
—¿Qué vas a saber tú? —acusó Leroy, satisfecho al ver la cara furiosa de Eddy. La acusación era su venganza a su nuevo desplante—. Jamás has sido padre.
Aquello a Eddy le sentó bastante mal.
—¿Cómo que no lo he sido? Siempre he estado para ella.
—A kilómetros de distancia —siguió pinchando el hombre, dejando de temblar por la rabia que había acumulado. Sabía que esa culpa le dolía a su amigo. Con eso, se sentía a mano.
—Mira, idiota —reclamó Eddy, y lo señaló con un dedo aproximándose a él de forma amenazante—. No me critiques, porque tú no has sido…
—¡Ya sé quién es! —interrumpió Milton, logrando evitar una pelea en su casa. No era la primera vez que esos dos se iban de las manos en ese lugar, arriesgando la vida útil de los equipos allí resguardados.
Los dos hombres dejaron su debate para mirarlo confusos.
—¿Quién es quién? —quiso saber Leroy.
—La mujer. —Al ver que ambos seguían viéndolo desconcertados, resopló agotado y completó la información—. La rubia. La fiscal de tránsito. La mujer que estaba en la fiesta infantil. La dama…
—¡¿Sabes quién es?! —intervino Eddy, exaltado, y se acercó a él.
—Sí. Está en las últimas fotos que trajo Leroy.
—¿Estaba allí? —consultó el moreno con extrañeza y también se aproximó al computador.
Milton buscó las imágenes donde podía divisarse a la rubia.
—Vigilaba la tienda haciéndose pasar por una fiscal de tránsito —dijo al mostrarle las fotografías.
Eddy, que se hallaba casi encima de Milton, sonrió con malicia.
—El rostro se le nota perfecto —comentó emocionado.
—Sí, por eso ya sé quién es. Está en mi base de datos.
Eddy y Leroy lo observaron perplejos. Milton sonrió con poca gracia.
—Se llama Colette Morrison. Es detective de la comisión de delitos fiscales de la policía de Nueva York.
—¡La policía! —exclamó Eddy, entre alarmado y entusiasmado.
—Mierda —expresó Leroy con preocupación y volvió a la ventana dándole una gran calada a su cigarro. Sus manos comenzaron a temblar de nuevo.
—El caso… creo que ha trascendido —agregó Milton, algo nervioso.
Sabía que la presencia de la policía hacía ese asunto más complejo, pero no comprendía a qué nivel.
—Vaya, vaya —suspiró Eddy y volvió a caer abatido en el sofá. Su mirada inquieta se perdió en un horizonte imaginario mientras rememoraba los dulces y ardientes besos que había compartido con la rubia, así como la forma ruda en que ella lo trató en dos ocasiones, derribándolo contra el suelo. La primera vez para salvarle la vida, cuando se produjo la balacera en la discoteca, y la segunda, para lanzarle una firme amenaza.
Su cuerpo vibró ante aquella interesante situación. Nunca se había enrollado con una mujer policía, o más específicamente, con una detective ruda y temible. Su deseo y curiosidad por ella aumentaron de manera exponencial, dibujándole una sonrisa traviesa en el rostro.
—Ni lo pienses —advirtió Leroy al observar su estado.
—Esto se va a poner bueno —gimió Eddy, aún perdido entre sus pensamientos.
Milton y Leroy compartieron una mirada preocupada y ambos respiraron hondo. Sabían que a Eddy nada lo detenía cuando una mujer interesante se le atravesaba en el camino.
—¡Chicos, la cena! —gritó April irritada desde la cocina.
Los tres hombres enseguida reaccionaron como si les hubieran jalados las orejas y salieron de la habitación para atender la orden antes de que a la chica le diera un arrebato por su falta de atención. Ya tendrían tiempo de analizar aquel nuevo problema.
Eddy se sentó a la mesa manteniendo la alegría tallada en el rostro. Intentaba participar en la conversación del grupo a pesar de que su mente daba miles de vueltas, buscando las maneras de aprovechar aquella ventaja.
Sabía quién era la rubia, qué buscaba y dónde vivía, pues el dato de su residencia formaba parte de la base de datos que poseía su yerno. Toda esa información tenía que servirle para conquistarla. No se sentiría tranquilo hasta no haber domado a esa fiera. Ese sería un nuevo reto para él, uno muy excitante, que estaba seguro, lo llenaría de satisfacciones.
Se relamió los labios al tomar un trozo caliente de pizza y llevarlo a su boca, enrollando en su lengua el hilo del queso derretido que colgaba. Aquel sabor intenso le recordó el sabor embriagante de la boca de la rubia. Una delicia que pronto volvería a degustar.







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