Capítulo 2.
El
silencio los acompañó mientras viajaban al instituto, incluso, cuando estacionaron
el auto. Al apagar el motor, Dylan respiró hondo, no le gustaba meterse en
asuntos ajenos, era partidario de que cada quien debía atravesar sus propias
pruebas, pero aquella chica le había concedido unos minutos de paz antes de
llegar a la escuela que para él eran necesarios.
—Espera
—pidió al ver que la joven había abierto la puerta y estaba dispuesta a bajar.
Se frotó el rostro con una mano antes de hablarle—. La gente de aquí es un
poco… estúpida —confesó. Julie lo observó con las cejas arqueadas—. Lo que
ocurrió con tu madre salió en el noticiero. —Ella se puso pálida—. Este es un
pueblo pequeño y en ocasiones pareciera que todos viven contigo.
Al
percibir el semblante angustiado de la chica, él apretó la mandíbula y golpeó
con suavidad el volante. Fue sincero con ella porque ella había sido agradable
con él al ignorarlo durante el viaje, le fastidiaban las mujeres habladoras.
Además, le parecía linda, pero eso era todo. No la consolaría, ni mucho menos,
la acompañaría en su purgatorio. Suficiente con el suyo.
—Solo
quería que lo supieras —finalizó mientras abría la puerta y bajaba—. Aquella es
tu entrada por hoy —indicó y le señaló con un dedo la puerta de hoja de vidrio
ubicada en un lateral del edificio antes de sacar su mochila, su almuerzo y los
papeles que le había dado William—. La tercera oficina es la de control de
estudio, allí te darán tu horario y la ubicación de las aulas.
—Pero…
se supone que me darías un recorrido —se quejó Julie y también bajó cerrando de
un portazo, vio que él se encaminaba al lado contrario del edificio de aulas,
hacia la biblioteca.
—El
recorrido era desde la casa a la escuela —dijo y se detuvo en la calzada para enfrentarla.
La chica había corrido y se mostraba contrariada.
—No
sé nada de este lugar —expresó con un toque de angustia en la voz.
—No
hay información excepcional que pueda darte. Es solo un edificio con un puñado
de aulas y atrás un gimnasio. Quien te dirá qué aulas te corresponden es la
secretaria de control de estudios. Aprovecha que viniste temprano y pregúntale
todo lo que quieras.
Después
de decir aquello él siguió su camino, ignorándola. Julie entrecerró los ojos y
fijó una mirada irritada en la espalda ancha del chico, observó con enfado su
andar despreocupado. Lo odió un instante, pero se mordió los labios y giró
hacia su destino para no perder el tiempo con reacciones explosivas que no
lograrían ningún cambio. Él no regresaría por ella.
Se
llenó los pulmones de aire y caminó hacia la puerta que le había indicado.
Adentro, descubrió el pasillo casi desierto y dudó un instante. Allí nadie la
conocía, ninguna persona de su entorno estaba cerca para detenerla si quería
salir corriendo de ese lugar, pero… ¿a dónde iría y por cuánto tiempo?
En
algún momento tendría que regresar a la casa de su tía ya que en ese sitio
había dejado las pocas cosas que había podido traerse de Nueva Jersey y cuando Margot
se enterara de su imprudencia, los problemas le caerían sobre la cabeza como si
fuera una pared derrumbándose. No estaba de ánimos para ser temeraria.
Así
que avanzó de hombros caídos hacia la tercera oficina. Al encontrarla, entró en
ella. La habitación era amplia y estaba dividida en cubículos. En el centro
había un mesón de atención donde una mujer menuda de cabellos cortos y grandes
anteojos escribía sin parar en un libro de registros.
—Hola,
soy Julie Preston. —La mujer alzó la cabeza para observarla con extrañeza—. La
sobrina del profesor William Bonfield —aclaró, así recibió una enorme sonrisa
de reconocimiento de parte de la secretaria.
—¡Julie
Preston, claro! —exclamó la mujer y comenzó a rebuscar sobre su escritorio,
angustiada por no hallar lo que necesitaba—. El profesor William se encargó de
preparar tus clases. ¡Tenía todo aquí! —se dijo desconcertada—. Siéntate un
momento, creo que olvidé tu horario en el archivo —explicó y se levantó para ir
con premura en busca de la información.
Julie
respiró hondo y se mordió los labios mientras daba un repaso por la habitación hasta
encontrar un trío de sillas de aluminio. Allí fue a parar por un buen rato
hasta que la mujer volvió con lo prometido y la llevó hasta el edificio de
aulas.
—Me
tocará explicarte de forma resumida el funcionamiento de la institución
—declaró la secretaria y caminó con premura hacia el exterior. Ella tuvo que
correr para alcanzarla—. No pudimos hallar un tutor escolar disponible entre
los estudiantes porque en unas semanas se celebrará el aniversario de la
escuela y todos participaran en olimpiadas y eventos deportivos y culturales. Están
muy ocupados. Además, luego de eso comenzará la jornada de exámenes. ¡Hay
demasiada presión! —profirió eso último como si ella fuera una estudiante más
que debía soportar la intensa demanda académica.
El
recorrido fue apresurado y algo complicado. La secretaria debía asistir a una
reunión con los directivos y distribuía su tiempo entre darle las instrucciones
a ella y responder mensajes de texto en su teléfono móvil. La llevó a su
casillero y le entregó la llave, enseguida continuó su caminata y su perorata
con rapidez. Julie agradeció que todos los pasillos estuvieran identificados,
así como las aulas, ya que luego tendría que valerse por sí misma para
encontrar las que le correspondían. Entendía poco de lo que le relataba la
mujer, pero no quiso interrumpirla con preguntas porque se veía sofocada.
Durante
el paseo, detalló a los estudiantes con aprehensión, desde hacía una semana las
multitudes despertaban sus temores.
Notó
que la mayoría de las chicas se vestían de manera sencilla, sin muchas
complicaciones de moda, y los chicos eran genéricos, ataviados con vaqueros,
sudaderas o camisetas. Pero, como en toda escuela, había grupos bien
identificados que destacaban sobre los demás, como los populares, a quienes
ella les tenía más desconfianza. Sus cuerpos perfectos, semblantes altaneros y
ropas exclusivas eran tan similares a los que había visto en Nueva Jersey que
revivieron sus nauseas. Por instinto apartó la mirada cuando pasó junto a
ellos, así ocultaba sus miedos, sabía lo crueles que podían llegar a ser.
En
esa escuela, los populares eran por lo general, los deportistas, los miembros
más destacados de los equipos de fútbol americano y de básquetbol. Entre las
chicas, como era de esperarse, se hallaban las animadoras, que para su
sorpresa, todas tenían casi la misma contextura, la misma estatura y poseían el
mismo corte y tono rubio de cabello, parecían cortadas con un mismo patrón. Eso
la perturbó.
Mezcladas
entre ellas estaban las que parecían modelos de pasarela y algunas otras que la
secretaria de control de estudio le informó que pertenecían al grupo de teatro.
Sus apariencias bohemias y extrovertidas las delataba.
También
halló el grupo de los estudiantes sobresalientes, de apariencias cuidadas
aunque anodina. La secretaria les presentó a los integrantes del grupo de
ajedrez, comentando que un mes atrás ellos habían ganado el campeonato nacional
y llevaron alegría y orgullo a la escuela. Encontró además a los típicos
estudiantes tímidos, esos que se escondían tras las columnas; a los emo, que se vestían de negro y poseían
miradas abismales; y las que vivían con la cabeza en las nubes y un libro bajo
el brazo, soñando con mundos imaginarios, como ella había sido tiempo atrás antes
de dejarse llevar por una de sus fantasías…
La
intimidó el hecho de que algunos la observaban con cierto interés, como
tratando de reconocerla. Unos pocos, incluso, parecía que le tomaban fotos con
sus móviles de forma disimulada. O eso creyó ver. El caso era que había quedado
paranoica luego de lo ocurrido en su antigua escuela en Nueva Jersey, se sentía
expuesta y eso le producía enfado. Había rogado porque Rayville fuese un pueblo
menos citadino.
Además,
el tal Dylan le había advertido que allí conocían la historia de su madre por
el noticiero. Quizás para ellos, ella sería como una celebridad: la hija de una
criminal.
Al
recordar al chico de la mirada oscura y actitud soberbia sintió rabia, pero no
pudo pensar mucho en el sujeto porque el recorrido terminó de forma abrupta
cuando el teléfono móvil de la secretaria comenzó a repicar. La mujer se detuvo
para atender la llamada y enseguida se giró hacia Julie y le entregó el
material que tenía en sus manos: un grueso manual con estadísticas de la
institución y su horario. Interrumpió unos segundos su charla para darle una
última instrucción:
—Cada
vez que entres a una clase nueva te presentas y le pides al profesor el
programa de la asignatura y el de las lecturas complementarias. Es todo. ¡Qué
pases un feliz primer día! —deseó con voz cantarina antes de retirarse y
dejarla sola.
Julie
abrió la boca para consultarle sobre la ubicación del salón al que debía
asistir, pero la mujer se había alejado rápido mientras conversaba por el móvil.
Resopló
con cansancio y le dio un vistazo al horario, trataba de entender lo que decía.
El timbre del inicio de la jornada escolar sonó y todos comenzaron a correr a
su alrededor, eso le congeló la sangre. No sabía que tan alejada podía estar de
su destino.
Por
tener su atención puesta en la revisión del papel no se percató que un joven
pasaba por su lado a las carreras para entrar en el salón contiguo. La tropezó,
haciendo que se cayera al suelo la bolsa de su almuerzo y el manual.
—Oh,
lo siento —dijo el chico y se inclinó para ayudarla a recoger sus cosas.
Ella
alzó la vista, enfadada, pero la impresión que recibió al verlo le barrió las
emociones.
El
joven era un sujeto de rostro atractivo con los ojos tan verdes como los de
ella, parecían un espejo que reflejaban los suyos, pero estos iban maquillados
con delineador negro en todo el contorno. Los cabellos los llevaba cortados al
ras en la parte de atrás y por encima de las orejas, pero muy largo arriba,
pudiendo tenerlo de manera desprolija levantados en puntas con gel y algo
aplastados por unos lentes de sol de montura fucsia que descansaban sobre su
cabeza.
Sonrió
divertida al recibir una mirada cálida y muy expresiva de parte de él. El joven
no solo sonreía con los labios, sino que abría la boca para mostrar sus dientes,
como si quisiera gritar de emoción y revelar el éxtasis que inundaba su alma.
Ambos
se levantaron y tomaron cada uno por un extremo el manual del instituto.
—Qué
linda. Tienes sonrisa de ángel —expresó el joven con dulzura y con su voz rasgada.
Al
estar de pie, ella no pudo evitar repasarlo de arriba a abajo. Él llevaba un
suéter de líneas horizontales fucsia y negras, así como unos pantalones de jogging
que le llegaban a las pantorrillas y dejaban a la vista unas medias largas y
rosas con estampado de payasos. En el pecho llevaba cruzada una bandolera de
lentejuelas doradas, que le llegaba al estómago y le remarcaba los pectorales.
Era evidente que hacía ejercicio.
Jamás
imaginó encontrar a semejante espécimen en ese lugar tan sombrío.
—No
eres de aquí, ¿cierto? —preguntó él, sin poder salir de su asombro.
Ella
negó con la cabeza, lo que aumentó la sonrisa del chico.
—Es
mi primer día.
—¡Genial!
Tú debes ser la sobrina del consejero escolar —exclamó con emoción y afinó la
voz para que sonara como el grito de una mujer. Julie apretó el ceño algo
confundida por el cargo que le había dado a William. ¿No solo era profesor?—. Y
estás perdida, ¿supongo?
Ella
asintió y se mordió los labios al reconocer lo divertido que había sido aquel
encuentro.
El
joven le arrancó el horario de las manos de forma un poco brusca. Sus
movimientos en ocasiones parecían femeninos, pero en otras, varoniles.
—Ciencias.
Vaya forma de comenzar el día. Qué lugar tan patético —se quejó—. De seguro
diseccionaran a una rana o algo por el estilo, es lo único que saben hacer
—expresó con desagrado e hizo muecas exageradas con su boca.
—O
tal vez al cuerno de un unicornio bebé.
La
broma de Julie estiró el rostro del chico en su totalidad. Su boca era grande,
ancha y expresiva.
—Dominic
Anderson —se presentó y estiró hacia ella una mano que la joven estrechó sin
dudarlo. Se sorprendió por la fuerza y la tibieza de aquella mano callosa y
grande—. Por el próximo pasillo a la derecha. La segunda aula —indicó, sin
dejar de repasarla de pies a cabeza—. Espero verte de nuevo.
Ella
asintió mientras retrocedía.
—Dalo
por hecho —aseguró, antes de retomar su camino.
Le
fue imposible borrarse la alegría del semblante a medida que avanzaba. Era
fanática de las personas extrañas y originales, aunque nunca había tenido
oportunidad de hacer amistad con alguno de ellos. La animaba el hecho de
imaginar que en ese sitio tétrico cumpliría uno de sus sueños.
Por
ocuparse de seguir su ruta no notó que Dominic la seguía con vista de águila,
emocionado por ese extraordinario hallazgo en un tiempo en que pensó que ya no
había nada nuevo que ver. Simuló que entraría en el salón, pero lo que hizo fue
tropezar con la pared y se dio un buen golpe en la cabeza de forma intencional.
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