Capítulo 2 (Parte 2)
El
día fue incómodo para Julie. En clase le había sido difícil seguir el ritmo de los
temas ya que todos estaban adelantados y era poco lo que comprendía. El
material que debía leer y estudiar para ponerse al día se multiplicaba con el
paso de las horas, pero además, a todo debía agregarle el frío recibimiento que
había tenido de parte de sus compañeros.
La
observaban desde la lejanía, con recelo, tal vez, la comparaban con su madre. Como
si ella hubiese sido la que se había enredado sentimentalmente con un estafador
bancario y terminó tras las rejas al descubrirse que era la titular de los
negocios que el hombre llevaba a cabo, para blanquear el dinero que robaba. La
veían como si fuera una oportunista, una ladrona a quien le gustaba derrochar
las fortunas que obtenía de forma ilícita. A cada instante revisaban sus
teléfonos móviles, quizás, para leer las noticias que pululaban en internet.
Eso la aterró, temía lo que ellos pudieran hallar ahí sobre ella.
La
hora de artes la tuvo libre por la no asistencia del profesor, debido a una gripe.
Aprovechó el tiempo y dio una vuelta por la escuela para conocerla, recibiendo
publicidades que invitaban a participar en la organización de la semana
aniversario de la escuela en diversos clubes y agrupaciones. Hizo un esfuerzo
para no responder a las evaluaciones indiscretas que le hacían algunos compañeros.
Se sintió tan sola y rechazada como lo había estado los últimos meses en Nueva
Jersey.
Mientras
caminaba por el pasillo que conectaba el edificio de aulas con el campo de
fútbol oyó el sonido de una patineta que se acercaba a gran velocidad. Por
instinto, se apartó y vio como una chica se detenía con brusquedad junto a ella
estando a punto de caer de panza al piso. La joven se tambaleó, pero logró
recobrar el equilibrio. La patineta, en cambio, siguió de largo hasta
estrellarse contra unos arbustos.
—Hola
—la saludó la chica cuando se irguió con una sonrisa amplia en el rostro
colorado y sudado por el ejercicio, y lleno de pecas. Llevaba también el
cabello castaño atado con dos trenzas, como lo tenía ella.
—Hola
—respondió Julie sin detener su caminar y admiró con aprobación la ropa de la joven
de estilo hip hop, muy masculina, con pantalones de corte bajo y anchos,
sudadera y gorra de beisbol puesta con la visera hacia atrás.
—Soy
Robbie. Estamos juntas en Ciencias.
Julie
estrechó su mano sintiendo su fuerte apretón.
—Soy
Julie.
—Lo
sé.
Ella
sonrió con poca gracia.
—Veo
que todos aquí me conocen.
Robbie
alzó los hombros con indiferencia.
—Este
pueblo es una mierda. Está poblado por puras viejas chismosas.
No
pudo evitar reír. Dylan había llamado a toda esa gente estúpida, Dominic dijo
que el lugar era patético y ahora esa chica lo calificaba como una mierda.
Un
grito las hizo girar el rostro a ambas. Otra chica de vestimenta masculina y
abundante cabellera rojiza estaba parada sobre un banco de cemento con los
brazos abiertos en cruz, parecía dirigir cierta exigencia hacia Robbie. Esta
gritó un «¡ya voy!» tan sonoro que Julie tuvo que encogerse de hombros.
—Debo
irme —dijo la pecosa con una sonrisa de disculpa—. ¿Amigas?
Julie
asintió y alzó los hombros con indiferencia mientras la joven la señalaba con
ambos dedos índice y le guiñaba un ojo. Luego corrió para ir en busca de su
patineta y se montó sobre ella rodando hacia la pelirroja.
—¡Adiós,
amiga! —gritó con entusiasmo.
—La
gente de aquí es extraña —masculló Julie divertida y como para sí misma al
continuar su exploración.
Ese
día compartió un par de clases con algunas chicas pertenecientes al equipo de
las animadoras. Una de ellas llamaba mucho su atención, porque era la única
joven morena de aquel grupo perturbador donde todas eran rubias e iguales. Esta
poseía un cuerpo perfecto como las demás, de grandes pechos y cintura estrecha,
pero su extenso cabello castaño estaba recogido en una apretada y soberbia cola
de caballo que tensaba sus ojos almendrados y maquillados con delicadeza. Era
imposible apartar la atención de esos ojos.
La
morena le dedicaba a Julie miradas llenas de curiosidad desde la distancia,
como si sintiera interés por acercarse, incluso le sonreía. Julie no podía
dejar de verla por más que se esforzara, la joven poseía unos iris oscuros que
eran difíciles de ignorar, enganchaban irremediablemente, más aún, cuando
estaban dirigidos hacia ella. De haberla visto sola en alguna oportunidad, tal
vez, se habría aventurado a acercarse para saludarla, pero las chicas que la
rodeaban, todas rubias de bote y con exceso de maquillaje en la cara, se
mostraban tan arrogantes y altaneras que le producían repelús, trataban mal a
todo el que se acercara, como si fueran las dueñas y señoras de la comarca. Una
de ellas, la más rubia y elegante, que parecía ser la líder del grupo, hasta la
veía con desprecio, como si la odiara por algún motivo.
Otro
detalle que la detenía era la constante presencia de un tipo rubio y alto que
vestía la chaqueta de las Panteras, el nombre del equipo de fútbol del
instituto. Por su postura firme y segura parecía un sujeto con cierto poder
entre sus compañeros, tal vez, era el capitán. El resto de los jugadores
revoloteaban a su alrededor como si él fuera una celebridad, al tiempo que el
chico no se apartaba del lado de la morena, daba la impresión de que cuidaba de
ella. ¿Sería un familiar? ¿O el novio?
Al
final de la jornada, Julie tenía el estómago revuelto por tantas emociones que
había experimentado ese día, la mayoría, desagradables. Al sonar el timbre
salió casi a las carreras a la calle.
William
le había pedido que lo buscara por su oficina para que se fueran juntos, pero
ella prefirió caminar, así calmaba sus ansiedades. El pueblo no era grande y
preguntando podría llegar a la casa de su tía.
Sin
embargo, desde las escalinatas que se hallaban en las afueras del edificio vio
que en el estacionamiento estaba Dylan y esperaba recostado en la carrocería de
su camioneta con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Su atención
se mantenía fija en el final de la calle mientras su cabeza se movía al ritmo
de la música que escuchaba por los cascos colgados en sus orejas y sus labios
parecían articular la letra de la canción. ¿La estaría esperando?
Le
fue imposible no detenerse para observar su anatomía, qué a ella le parecía muy
atrayente. Aunque pensaba que no era su físico lo que le producía interés, sino
ese halo de misterio y rudeza que lo cubría. Con los cascos puestos parecía un
chico agradable y hasta divertido, sin ellos, la cicatriz de su cara se
acentuaba, así como sus rasgos recelosos, como si esperara que de un momento a
otro alguien le saltara encima con intención de golpearlo.
—¡Maldito,
hijo de puta!
Aquel
grito desvió su atención de Dylan hacia un costado del estacionamiento. Blender,
el rubio que podría ser el capitán del equipo de fútbol, se mostraba iracundo
mientras sacudía su chaqueta de las Panteras que había sido bañada con un
líquido. Un vaso grande de Coca-Cola
estaba derribado junto a él y a pocos metros se hallaba Dominic Anderson, el
chico de las gafas fucsias, rodeado por tres miembros del equipo que lo
enfrentaban con actitud pendenciera.
—¡Eres
un gilipollas, Anderson! ¡Me la pagarás! —amenazó Blender.
Tras
el rubio se hallaban la morena del grupo de las animadoras, parecía nerviosa y
trataba de acercarse al deportista para detenerlo, pero sus amigas «rubias de
bote» se lo impedían y la empujaban para obligarla a retirarse.
—¿No
tenías calor? —desafió Dominic aunque se encontraba en una situación delicada—.
Puedo jurar que hace unos minutos jadeabas como perro bajo las gradas del
gimnasio —dijo y movió sus caderas hacia adelante y hacia atrás de forma
sugestiva—. ¿A quién te tirabas esta vez? Tu novia estaba en clase —expresó en
son de burla.
Blender
se tensó de tal manera que su cuerpo vibró como lo hacía un volcán segundos
antes de hacer erupción. Su cara se coloró, al tiempo que su boca se torcía en
un gesto fiero. Se lanzó sobre Dominic para aferrarlo con sus puños por la tela
del suéter a la altura del pecho y caer al piso con él.
Dominic
no se defendió de ninguna manera. Aunque sus ojos llameaban de malicia, abrió
los brazos para entregarse al destino que el rubio le ofrecía, como si lo
hubiera buscado con ansias.
Él
quedó en el suelo con Blender sentado encima, a horcajadas, el rubio le propinó
puñetazos en la cara con tal violencia que provocaba los vítores de sus amigos.
Julie se alarmó y repasó los alrededores con el corazón latiéndole a mil por
horas. Quienes salían del instituto observaban espantados la escena, pero nadie
intervenía. Algunos simulaban no darse cuenta y caminaban rápido para escapar de
allí, otros se burlaban con descaro y grababan la reyerta con sus móviles, eso
la enfadó.
Al
ver hacia Dylan, notó que el chico se había quitado los cascos y miraba con
furia la pelea, aunque se contenía. Avanzaba un par de pasos con intención de
intervenir, pero enseguida los retrocedía. La desesperación de la chica creció
al darse cuenta que nadie haría nada por ayudar al chico extrovertido.
Regresó
su atención hacia la trifulca y se aterró al ver la cara de Dominic cubierta de
sangre. A pesar de eso, Blender no parecía dispuesto a detenerse.
Llena
de cólera corrió hacia ellos y, con el grueso manual del instituto que tenía en
las manos, golpeó con fuerza la cabeza de Blender logrando que el chico cayera
de lado y se estrellara contra el asfalto.
Los
amigos del rubio la miraron confundidos, hasta que uno de ellos reaccionó y
rugió con furia. Avanzó hacia ella para agredirla, su expresión vengativa la
paralizó. Julie pensó que estaba perdida, pero la repentina aparición de Dylan
detuvo al joven.
—Ni
se te ocurra —advirtió con la mandíbula apretada y se ubicó junto a la chica.
No
solo el que había pensado en atacarla se detuvo y se mostró asustado, sino
también sus otros dos compañeros. Con lentitud retrocedían y ayudaban a Blender
a ponerse de pie. Por el golpe en la cabeza, el rubio se tambaleaba.
Julie
estaba en shock. Sus ojos impresionados se paseaban entre el cuarteto que se
alejaba con temor y la figura imponente de Dylan que no dejaba de vigilarlos
con las manos cerradas en fuertes puños.
Se
sobresaltó al sentir que alguien pasaba a las carreras por su lado y se
inclinaba sobre Dominic para evaluar su estado. El chico parecía desmayado.
Al
desaparecer los miembros del equipo de fútbol, varios estudiantes se acercaron
y los rodearon. Casi enseguida un grupo de profesores y personal del instituto se
hizo presente para controlar a la muchedumbre y alejarla del herido.
A
Julie la tropezaron y la relegaron de la escena. Los curiosos aumentaron, ansiosos
por ver las heridas del agredido e intentar tomarle una fotografía con sus
móviles. Ella se sintió perdida y asustada, la rabia por aquella situación
injusta estuvo a punto de dominarla y hacer brotar las lágrimas que tenía
almacenadas. Se giró en busca de algún apoyo, así tropezó con los ojos llorosos
de la morena que formaba parte del equipo de las animadoras.
Ambas
se miraron impactadas, como si compartieran angustias, hasta que una mano
cálida y fuerte tomó a Julie por un codo y la alejó del gentío.
—Cálmate,
¿sí? No te desmayes —pidió Dylan y le sostuvo la cabeza con ambas manos para
evaluar su cara pálida.
Ella
solo pudo negar con la cabeza, hundida en los ojos oscuros del joven. Se sintió
arropada por un escudo protector que acalló los gritos de asco que se producían
a su alrededor y calentó sus huesos congelados por el miedo y la impotencia.
—¡Julie!
¡¿Estás bien?!
La
voz de William y su aparición junto a ella reventó la burbuja que se había
creado entre Dylan y ella, y la regresó al cruel presente, donde los
comentarios repugnantes de los estudiantes y profesores se hacían eco para
criticar la rudeza de la pelea.
—Tranquila,
todo estará bien —aseguró el hombre al notar el estado de la chica y descubrir
los temblores de su cuerpo. Le cubrió los hombros con un brazo mientras
evaluaba lo ocurrido.
Ella
lanzó una ojeada hacia Dylan, su mirada se entrelazó con la de él. El chico se
había apartado y seguía mostrándose enfadado, aunque más tranquilo. Estaba
encorvado y con la cabeza gacha, como si quisiera esconderse de algo.
Julie
se mordió los labios y regresó su atención hacia Dominic. No pudo evitar que
una lágrima de ira bajara por sus mejillas al verlo inconsciente y
ensangrentado en el suelo. Odió un poco más al mundo que la rodeaba, cansada de
vivir en él.
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