Capítulo 1 (Parte 2)
La
mañana del lunes se presentó como una visita indeseada. Julie se levantó con nauseas
y vomitó parte de la cena de la noche anterior antes de darse un baño con agua
fría. La fatiga le pesaba tanto en el cuerpo que quería lanzarse en la cama a
seguir durmiendo, pero una discusión fuera de su habitación, entre Margot y
William, le recordó que no estaba en condiciones de hacer valer sus necesidades.
Debatían entre quién de los dos debía llevarla a la escuela.
Su
tía no le permitiría quedarse en casa, ya que eso podría romper con su preciada
rutina, así que reunió el escaso valor que quedaba en su pecho y como pudo se
vistió para su primer día de clases.
Solo
alcanzó a ponerse unos vaqueros y una sudadera con capucha, deseó que la tela de
esas prendas la hicieran invisible. Pensó en maquillarse para tapar las ojeras,
pero tenía demasiada pereza, lo único que logró llegar a su cara fue algo de
rubor y un poco de brillo labial. Salió de la habitación con su mochila al
hombro y llevando consigo los cuadernos de su escuela anterior al tiempo que se
peinaba el cabello con las manos en dos trenzas.
Por
el camino empujó el nudo de emociones que desde hacía una semana llevaba
atorado en la garganta y bajó las escaleras. No quería hacer aquello, no
deseaba ir a ningún lado, hubiera preferido quedarse en su habitación y
relamerse las heridas, pero no tenía oportunidad para decir «No». Su corta edad
la obligaba a regirse por lo que le indicaban los mayores.
«Será
solo unos meses», se repitió muchas veces en su cabeza. Dentro de poco
cumpliría la mayoría de edad, pronto podría valerse por sí misma y no volverían
a obligarla a hacer nada en contra de su voluntad.
Entró
a la cocina cabizbaja, dispuesta a lanzar dentro de su estómago algún resto de
alimento. No tenía hambre, las náuseas no la abandonaban, pero estaba segura de
que su tía no la dejaría salir de allí sin haber desayunado. Sin embargo, se
alegró al no encontrarla en los alrededores.
Alzó
el rostro al percibir una sombra que se movió en un rincón de la estancia. Sus
pasos se congelaron y sus ojos se abrieron en su máxima expresión al descubrir que
no estaba sola.
—Ey
—saludó un chico alto y desgarbado que jugueteaba con su teléfono móvil, con un
brazo apoyado en la encimera. Llevaba puesto un pantalón de mezclilla y un
suéter de cuello alto negro con las mangas arremolinadas en los brazos.
Los
cabellos los tenía cortos atrás y largos adelante, pudiendo taparle las orejas
y parte de su mirada dura y burlona, pero dejaba a la vista la gran cicatriz
que tenía en la mejilla derecha.
Aquellos
ojos, que se notaban oscuros desde la distancia, produjeron una sensación de
vacío en el estómago de Julie cuando la repasaron de pies a cabeza. Por un
instante no supo qué hacer mientras él la observaba con fijeza y esperaba la
respuesta a su saludo. Se sintió expuesta y eso la llenó de ansiedades.
—Ey
—repitió y esquivó su mirada, que ardía.
Se
encaminó hacia la mesa en silencio y respiró aliviada al sentir que William
entraba.
—Hoy
podemos distribuir la encuesta en el gimnasio y… ¡Julie! —Ella se sobresaltó al
escuchar su nombre y se obligó a voltearse para encarar al hombre. Sin embargo,
por instinto su atención se dirigió hacia el joven. Experimentó de nuevo una
explosión de angustia en su vientre al entrelazarse con sus ojos negros—. Qué
bueno que ya estés despierta. ¿Desayunaste?
—Ehhh…
sí —mintió y notó como el chico dibujaba una diminuta sonrisa al tiempo que bajaba
su cara para teclear en su teléfono móvil.
—Bien.
Me gustaría que fueran temprano al instituto. Dylan debe encargarse de varias
cosas —notificó y dejó junto a este un puñado de papeles—. Ah, se me olvidaba
—se quejó con un gruñido—. Dylan, ella es Julie Preston, mi sobrina. Y Julie,
él es Dylan Hackett, trabajamos juntos en varios proyectos escolares.
—Trabajo
para ti —masculló el tal Dylan, aún cabizbajo, y con una voz ronca y vibrante
que a Julie la hizo estremecer.
Ella
arrugó el ceño y detalló su anatomía. Para ser un joven estudiante de instituto
se notaba mayor. Era delgado, pero podían apreciarse la forma de músculos en
los brazos y el pecho. Su semblante, entre aburrido y enfadado, lo acercaba más
a un universitario que a un chico de su edad y esa gran cicatriz lo hacía
parecer un tipo malo.
—No
trabajas para mí, Dylan —aclaró William hacia él—. Llevamos a cabo varios proyectos
escolares juntos.
El
joven se irguió al separarse de la encimera y tomó el fajo de papeles.
—Realizo
servicio social y educativo para cumplir con mi libertad condicional. Eso no es
un emprendimiento —rebatió, con pose retadora. Segundos después salió de la
cocina por la puerta trasera.
William
respiró hondo. Julie se quedó inmóvil. Dylan había dicho que estaba en libertad
condicional, eso lo convertía en un delincuente ya juzgado.
—Disculpa,
Julie. Dylan es un buen muchacho, a quien le tocó vivir una situación difícil
que no lo define, pero que lo afecta. —La observó con fijeza, como si fuera un
juez a punto de emitir una sentencia—. Igual que ha pasado contigo. —Aquel
golpe ella lo sintió directo en el estómago y la encorvó aún más, acentuando
sus náuseas—. Lo ayudo a reintegrarse a la sociedad.
Julie
asintió, sin saber si tenía que decir algo o seguía muda. William tomó dos
bolsas de papel colocadas sobre el microondas y se las entregó.
—Una
es tuya y la otra de Dylan. Él te llevará al instituto porque Margot tuvo que
ir más temprano a su trabajo y te dará un rápido recorrido por la edificación.
Yo iré luego de llevar a Terry a la escuela. —Aquello la inquietó, pero solo
alcanzó a poner cara de alarma mientras él salía de la cocina por la puerta que
iba hacia las escaleras—. ¡Dylan te espera afuera, en su auto! —finalizó antes
de desaparecer.
A
Julie las palabras se le atoraron en la garganta y el miedo se le expandió por
el cuerpo. No sabía a qué temía, si al hecho de comenzar una nueva vida en un
sitio desconocido o empezarla acompañada por un criminal sentenciado con la
cara marcada por heridas, que le hacía sentir cosas extrañas con solo mirarla.
Se
llenó los pulmones de aire antes de salir por la puerta trasera. William era profesor
de matemáticas en el instituto donde le tocaría estudiar, el único de aquel
poblado, no sabía que además debía encargarse de encauzar a chicos con
problemas con la justicia. Aunque, para ser sincera, no sabía mucho de esa
parte de su familia, solo lo poco que su madre le había dicho: que su tía era
una estirada amargada y William un hombre bondadoso, pero demasiado torpe.
Su
tía Margot había aceptado la responsabilidad de recibirla cuando ella había
quedado sola luego de que su madre terminara en prisión, porque un juez de menores
en Nueva Jersey le ordenó que asumiera ese rol al no haber más familiares
disponibles. Sin embargo, era evidente que no quería hacerlo, pero a las
presiones legales no podía huirle. Margot viajó a Nueva Jersey para realizar
los trámites de la custodia aunque solo estuvo un par de días, quedándose en un
hotel. A ella la dejó a cargo de una vecina. Se marchó a Rayville poniendo como
excusa su trabajo. Julie quedó con la vecina mientras empacaba, se despedía de
su madre y la seguía al pueblo, un gesto que muchos podrían calificar de cruel,
pero que para Julie había sido positivo. No hubiera podido soportar el largo
viaje junto a su tía.
Al
llegar al exterior de la casa se detuvo al encontrar una vieja camioneta pick
up estacionada cerca. Adentro esperaba el tal Dylan. Golpeaba el volante del
auto con sus dedos al ritmo de la música que escuchaba por los cascos que
colgaban de sus orejas, como si estos fueran las baquetas de una batería. Él no
había reparado en ella, por eso Julie aprovechó para detallarlo un instante. En
esa ocasión se notaba más joven, su rostro no estaba ajado por la rabia, sino
que se mantenía sumergido en la melodía que lo hacía saltar sobre el asiento y
sacudir de vez en cuando la cabeza.
Parpadeó
y sintió más suave el peso que llevaba sobre los hombros, inclinó el rostro
para admirarlo con tranquilidad. La calma de él la serenaba. Tenía ganas de
saber qué tipo de música le provocaba esas emociones de libertad, ya que quería
algo así para ella, que la ayudara a expulsar el nudo que se había atado en su
garganta.
Cuando
el chico reparó en su presencia, Julie tenía una débil sonrisa marcada en el
rostro. Ambos se entrelazaron en una mirada apacible, como si se saborearan con
los ojos.
Julie
se inquietó al darse cuenta que había sido indiscreta. Molesta consigo misma
avanzó con rapidez hacia la camioneta y ocupó su puesto en el asiento del
copiloto, tensa por el enfado.
Dylan
no dijo nada, solo la repasó de pies a cabeza. Aprovechó que ahora ella no lo
veía para sonreír con satisfacción mientras ponía el auto en marcha. De todas
las tareas que lo obligaban a llevar a cabo, esa comenzaba a gustarle. Al
menos, estaba siendo agradable a la vista.
Capítulo 2 (Parte 1)...
Capítulo 2 (Parte 1)...
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