CAPÍTULO ANTERIOR...
Capítulo 5.
Desde
aquel problema en el bar, el padre de Dominic poco iba a casa. Evitaba
encontrarse con su hijo. La rabia y la vergüenza lo ahogaban. Él, en cambio,
comenzó a utilizar la costumbre de usar maquillaje como un arma de doble filo,
que no solo lo liberaría de la incómoda compañía de su padre, sino en contra de
sus acosadores en la escuela.
Su
madre, al descubrirlo, al principio quedó impactada. Nunca imaginó hallarlo de
esa manera. Lo alabó por su destreza con el maquillaje, a ella le había costado
años dominar el delineador, aunque no podía evitar sentir temor, pues sabía que
aquel nuevo rasgo de la personalidad de su hijo le traería más rechazo y
problemas y ella no deseaba que siguiera sufriendo. Sin embargo, lo apoyó.
Hasta participó en una que otra sesión de maquillaje con él en casa mientras
escuchaba lo que el chico había aprendido a través de internet. La usaba como
modelo para practicar sus técnicas. Al menos, de esa manera disfrutaban de los escasos
momentos que pasaban juntos, que le regalan a Dominic instantes de serenidad en
medio de una existencia marcada por el dolor.
En
la escuela la situación era diferente. Ya sus compañeros no lo veían con burla
o pena, sino con miedo y buscaban alejarse lo más que podían de él. Le costaba
conseguir grupos para estudiar, compañeros de trabajo o ser aceptado en algún
equipo durante las horas de gimnasia. Las chicas que solían utilizar mucho
maquillaje lo trataban con repudio y criticaban su estilo chabacano, y sus
compañeros más violentos aprovechaban la ocasión para ofenderlo diciéndole
«maricón», o se ensañaban al golpearlo o empujarlo.
Cuando
se descuidaba le rompían los libros, violentaban su casillero para robarle sus
cosas o dejaban pintas con insultos en los baños. En la hora del almuerzo lo
pitaban hasta lograr que se marchara del comedor, o le lanzaban piedras al
salir del instituto.
En
ocasiones, Dominic se defendía, se enlazaba en rudas peleas donde siempre
terminaba herido, pero también era capaz de hacer mucho daño. Años antes, Dylan
le había enseñado a pelear y gracias a eso podía defenderse ahora, pero a
veces, los contrincantes eran muchos y le daban una paliza entre todos
obligándolo a ser más precavido a la hora de iniciar una reyerta.
Las
primeras semanas su madre iba como una fiera a reclamar a la escuela. Sin
embargo, era poco lo que hacían por ellos, ya que la mayoría de los conflictos
se realizaban fuera de la escuela o a espaldas de los profesores y del
director. Además, casi siempre los chicos involucrados eran los deportistas más
destacados o miembros de las familias con mayores influencias en el pueblo,
nadie se opondría a ellos por defender a un chico conflictivo. Dominic tenía
todas las de perder.
Él
mismo le insistió a la mujer que no hiciera más reclamos, que confiara en su
capacidad para defenderse. Luego de muchas lágrimas, Sammy tuvo que aceptar la
resolución de su hijo. Las constantes salidas y permisos comenzaban a causarle
problemas en sus trabajos y no podía darse el lujo de perder alguno. Cada vez
estaba más sola con todos los gastos y sabía que de un momento a otro su marido
se iría para siempre de su lado.
Durante
una actividad cultural escolar, Dominic fue elegido para dar vida a un
personaje de teatro en una obra. Él se esforzó por hacer lo mejor posible su
papel, hasta elaboró con sus propias manos el traje que usaría. No obstante,
minutos antes de la obra fue asediado por un grupo de compañeros en los baños
del auditorio mientras se cambiaba.
Con
ayuda de sus colegas del elenco, un cuarteto de deportistas revoltosos se coló
en el área de los artistas y lo acorralaron para molestarlo. Lo empujaron,
golpearon y ofendieron, hicieron trizas el traje que le había costado días elaborar,
y lo doblegaron al tirarlo al suelo, de panza, quedando uno de ellos sobre él,
como si pretendieran agredirlo sexualmente mientras lo acusaban de maricón.
Esa
posición trajo a la memoria de Dominic los recuerdos más atroces de su vida. Al
quedar solo lloró de forma desconsolada, temblaba por el miedo y el asco que
sentía.
Cuando
pudo ponerse en pie, faltaban pocos minutos para comenzar la obra. Por
supuesto, ninguno de sus compañeros de reparto dijo algo sobre lo sucedido.
Nadie se acercó para saber de él, tampoco lo socorrieron al verlo salir con el
rostro magullado y vestido con un traje destrozado.
No
se atrevieron a verlo a los ojos. Aquellos ojos quemaban por la amarga pena que
reflejaban. De esa manera Dominic salió a escena, los presentes quedaron en
shock al verlo. Hizo su papel lo mejor que pudo, con las lágrimas represadas en
sus pupilas, pero sin permitirles salir.
Dylan
lo veía desde la distancia, ahogado en rabias, en silencio e inmóvil, como si
esperara que al final de aquella burda escena fuera a estallar una bomba. Sin
embargo, nada ocurrió. Todo continuó con normalidad hasta que el telón se
cerró.
Cuando
el profesor encargado salió al escenario con los actores para dar el
agradecimiento, Dominic desapareció. Uno de los docentes lo buscó para
averiguar lo ocurrido, pero nunca dio con el chico.
Al
darse por finalizada la actividad, el director y el asesor escolar se reunieron
detrás de bastidores con los profesores que dirigían el teatro escandalizados
por lo que había sucedido, pero, por más que intentaron interrogar a los
alumnos participantes de la obra, no supieron nada. Todos decidieron cerrar la
boca y hacerse los desentendidos.
Fueron
capaces de engañar a los adultos, aunque no alcanzaron a hacer lo mismo con
quien los esperaba al salir de la escuela.
Dylan
abordó a dos de ellos mientras se dirigían al estacionamiento y conversaban en
susurros sobre lo ocurrido. Los amenazó con golpes y gritos hasta lograr que le
dieran la información que necesitaba: los nombres de los cuatro chicos que
habían lastimado de aquella manera a su amigo.
Los
buscó uno a uno esa noche y les dio su merecido. Al día siguiente en la
escuela, Dominic fue el primero en sorprenderse al descubrir que él no era el
único que tenía el rostro marcado por golpes. Quienes lo habían dejado de
aquella manera también lucían sus caras amoratadas, incluso, un par de
compañeros del elenco de teatro.
Todos
bajaban la cabeza y mantenían silencio, esquivaban las preguntas haciendo creer
a los demás que habían sido víctimas de robos o de peleas callejeras con
peligrosas bandas de enemigos sin atreverse a señalar a Dylan. No solo para
evitar ser ridiculizados por el resto de los alumnos, sino porque el propio
Dylan les había advertido que les daría una paliza peor si lo acusaban o
volvían a meterse con su amigo.
Dominic,
en cambio, no era de los que se quedaban al margen. Apenas tuvo oportunidad,
abordó a Dylan en la escuela para saber lo sucedido.
—Fuiste
tú, ¿cierto?
El
chico lo observó con el ceño fruncido e intentó esquivarlo para seguir su
camino, pero Dominic se lo impidió.
—¿Por
qué lo hiciste?
—Porque
me dio la gana —respondió de mala manera—. ¿Por qué ahora usas toda esa pintura
en la cara? —reclamó en referencia al maquillaje.
El
chico alzó los hombros con indiferencia.
—Porque
me da la gana.
Dylan
gruñó, tenso por el enfado, e intentó esquivarlo de nuevo, pero Dom volvió a
interponerse en su camino.
—¿Te
molesta mi nuevo look?
—Haz
con tu vida lo que quieras —bramó, aunque enseguida volvió a gruñir—. ¿No ves
que con eso empeoras tu situación? —se quejó, disgustado—. Parece que te
hubieras puesto un cartel lumínico que dice: ¡Vengan, jódanme, estoy esperando!
Ambos
se debatieron con la mirada un instante.
—¿Y
qué pasa si es eso lo que busco?
Dylan
se impactó.
—¿Qué
mierda dices? ¿Quieres que te sigan lastimando?
El
chico comprimió el rostro en una expresión de escepticismo.
—Quizás.
Quiero que saquen la mierda que tengo escondida dentro, que despierten al monstruo
que duerme en mi interior. —Dylan lo observó confundido—. No me dejan existir.
Me ponen tantas trabas y límites que ya no sé cómo debo moverme, caminar o
hablar. No sé quién soy, qué me gusta ni qué quiero, todos me obligan a
comportarme como ellos piensan que debo ser.
—¿De
qué carajos hablas?
—De
los profesores, de mis padres, de mis compañeros… —dijo con tristeza—. Quiero
ser yo, Dylan. Buscar lo que me hace sentir cómodo y hacerlo sin que me importe
una mierda lo que digan o piensen los demás.
—¿Y
eso eres tú? ¿Toda esa pintura?
—¡No
sé! —reveló con una risa lastimera—. Estoy experimentando. Por ahora me hace
sentir bien y ha servido para mi mayor propósito: alejar a mi padre de mí. ¿Qué
a ellos no les gusta? —expresó en dirección a la escuela y con lágrimas en los
ojos—. De verdad, lo siento, pero esto no se trata de ellos, sino de mí, y si
los demás no pueden vivir con esto, no me importa. Quizás, algún día lo
superen… o quizás no. —Ambos se vieron a la cara con fijeza—. Tal vez, deban
pasar algunos años y algo realmente grande tenga que suceder en este pueblo
para que logre al fin mi meta. ¿No te parece?
Dylan
apretó la mandíbula con enfado. Estaba harto de aquella situación, harto de su
vida, no quería esperar más para lograr un cambio radical.
—Gracias.
Esa
última palabra de Dominic lo llenó aún más de cólera. No quería su
agradecimiento, solo que respetaran a su amigo y lo dejaran en paz.
Apretó
los puños con fiereza y se alejó a paso acelerado de él para olvidar las
amargas emociones que sentía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario