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Capítulo 7.
Para
Dominic, cada día significaba un nuevo desafío. En clase, la relación con sus
compañeros se volvía más difícil, no solo por el maquillaje que utilizaba, sino
también, por las prendas de mujer que el chico había incluido en su atuendo. Sus
compañeros se sentían con el derecho de humillarlo y golpearlo las veces que se
les antojaba. El problema era que Dominic ya no estaba dispuesto a solo recibir,
sino a regresar cada una de las ofensas y con mayor rencor.
Las
peleas, físicas y verbales, eran el plato del día para el chico, y aunque en
ocasiones Dylan estaba cerca para servirle de apoyo, en muchos de los casos no
se incluía, pues notó que Dominic ahora parecía no requerir de sus servicios. Él
solo era capaz de producir mucho dolor.
Sin
embargo, un día la estrategia que utilizarían sus contrincantes para doblegarlo
cambiaría y el joven no estaba preparado para eso.
Durante
la hora de ciencias, el profesor se había retirado al estacionamiento en busca
de un material que había dejado olvidado en su auto. Abandonó al grupo por
varios minutos sin dejar ningún tipo de supervisión. Los alumnos se sintieron
liberados y muchos se levantaron de sus asientos para vagar por el aula,
conversar con los compañeros sentados más alejados o jugar a la pelota en la
parte trasera. Otros intentaron ignorar el alboroto con la revisión de sus
apuntes, hundidos en alguna lectura o dibujando bailarinas con alas de
mariposas, como hacía Dominic.
Con
premura, el joven realizó el delicado diseño utilizando sus lápices de colores.
Una sombra arcoíris la rodeaba y la iluminaba con su luz. De esa forma resaltaba
el brillo intenso de sus ojos oscuros y la dulzura de su sonrisa. Al terminar,
dobló el papel en varias partes hasta formar un avión y con cuidado lo lanzó en
dirección a Britany, la joven que inspiraba aquellos diseños. Su hada.
La
chica hojeaba una revista juvenil cuando el avión cayó sobre su mesa. Lo tomó
con curiosidad y lanzó una ojeada curiosa hacia Dominic, pues sabía que había sido
él quien lo había enviado. No era la primera vez que hacía tal cosa. Al
abrirlo, sonrió complacida por el hermoso arte.
Se
mordió el labio inferior cuando dirigió de nuevo su rostro hacia el chico, le
agradecía con la mirada aquel hermoso regalo, pero lo que produjo en él fue un
estallido de emociones que por un instante lo perturbó. Dominic no sabía qué
era lo que generaba el fiero rugido en su pecho y el oleaje de sensaciones bajo
su piel, si el magnetismo de los ojos de Britany o la imagen de sus blancos
dientes presionando su labio. Su entrepierna vibró y la boca se le resecó por
el deseo.
Rompió
enseguida el contacto visual con la joven, así evitaba que aquella situación
empeorara. De haber estado solos, tal vez, se hubiera atrevido a regresarle la
sonrisa, pero agradecía estar rodeado de ineptos. Debía recordar que no era
puro. No merecía ni un mínimo de atención de parte de ella. Nunca se perdonaría
a sí mismo si llegara a mancharla con su sucio veneno.
Con
nerviosismo tomó el lápiz y comenzó a realizar líneas dispersas en la hoja,
buscaba controlar la ansiedad hasta que la chica se olvidara de él y dejara de
mirarlo, pero la llegada del profesor le impidió terminar la cara demoniaca que
sin darse cuenta trazaba en el cuaderno. Cerró con cierta brusquedad la
libreta, viendo como el docente rebuscaba con inquietud sobre su mesa.
—¿Tomaron
mi móvil? —preguntó el hombre con desconfianza. Los chicos ya habían ocupado
sus puestos e intentaban recuperar el interés por la clase—. ¿Quién tomó mi
móvil? —preguntó de forma directa esta vez, y posó sobre los chicos su
semblante severo—. Lo dejé sobre mi escritorio mientras iba al estacionamiento.
¿Quién lo tomó?
El
silencio parecía cortar el aire como si fuera un cuchillo de hoja filosa. Los
jóvenes comenzaron a compartir miradas nerviosas, algunos bajaron la cabeza en
señal de temor. Dominic estaba confundido, aún el sacudón que recibió su cuerpo
por la sonrisa y la mirada de Britany afectaba su entendimiento, ni siquiera
recordaba el tiempo que su grupo había quedado solo en el salón. Se pasó todo
el rato realizando el dibujo de la bailarina, desconectado de su realidad.
—Si
no me regresan el móvil tendré que sancionar a toda el aula —amenazó y sacó de
la gaveta del escritorio las hojas de sanciones.
Un
murmullo revoloteó entre los alumnos mientras ellos se veían entre sí llenos de
miedo. Normalmente, aquella treta servía para que alguno terminara confesando
lo ocurrido, pero en esa ocasión nadie hablaba. Eso indignó aún más al
profesor.
—Esconder
la pertenencia de alguien puede ser considerado un delito —continuó el hombre—.
Espero que esto sea uno de sus tontos juegos y no un robo real. No quiero
pensar que han caído tan bajo.
Nadie
confesaba nada. Dominic comenzó a entender lo que ocurría, sabía que aquella
acusación era delicada y si el grupo no llegaba a dar una respuesta
satisfactoria, todos podían ser acusados y esa sería una marca terrible en sus
expedientes estudiantiles.
—Profesor,
vi a Dominic Anderson cerca de su escritorio hace un rato.
Todo
el organismo de Dominic se encendió al escuchar aquella denuncia. Enseguida
observó con asombro y confusión a Blender, su compañero con gran talento en el
fútbol americano, quien además era miembro de una de las familias más adineradas
y poderosas del pueblo.
—¿Está
seguro de eso? —quiso saber el profesor.
—Sí,
yo también lo vi.
Como
era de esperarse, el resto de los jóvenes que pertenecían al equipo se pusieron
de pie para apoyar a su amigo. Todos señalaban a Dominic y aseguraban que él
había estado rondando la mesa del docente con actitud sospechosa.
—¡Es
falso! ¡Yo ni siquiera me levanté de mi mesa! —justificó el chico dando un
golpe a la madera, dominado no solo por la rabia, sino también por el miedo.
Jamás lo habían acusado de ladrón, ese insulto superaba su nivel de paciencia.
Sabía muy bien que con eso podía quedar definitivamente fuera de la escuela,
perdería su reputación y cualquier aspiración de futuro.
—¿Dices
que soy mentiroso, fenómeno? —provocó Blender, logrando que Dominic rugiera
sobrepasado por sus límites y se abalanzara encima de él para golpearlo.
Fue
necesaria la intervención del profesor y de varios compañeros para separarlo
del deportista y arrastrarlo hacia la dirección, donde tuvo que esperar
encerrado en la oficina hasta que llegaran sus padres, como si estuviera
detenido en una comisaría.
Temblaba
y lloraba en silencio, saturado por la ira y por el temor. Aunque sabía que era
inocente, sentía que había perdido. Siempre perdía. Estaba seguro de que lo
acusarían sin ningún tipo de pruebas, solo porque lo había dicho el niño mimado
de la escuela. La imagen arrogante de Blender se clavó en su memoria rodeada de
un fuego devastador. Mientras el deportista le sonreía con superioridad, su
energía destructiva calcinaba el interior de Dominic dejando solo cenizas.
Cuando
sus padres se presentaron en la escuela, la situación del chico no cambió
mucho. La intervención y el llanto de su madre no era suficiente para calmar la
rabia que había invadido a todos: al director, al profesor e incluso, al padre
del joven, quien aprovechó la oportunidad para declararlo una persona incapaz
de llevar el control de su vida.
Tomás,
ignorando por completo a su esposa que se afanaba por defender a su hijo de las
denuncias, le confesó al director que él estaba seguro de que Dominic sí había
robado el móvil y quizás, lo había escondido entre su ropa o pertenencias. El
hombre, sordo a los gritos de súplica de su hijo y a las exigencias y amenazas
de Sammy, con rudeza lo tumbó de cara al piso y lo inmovilizó apoyando una
rodilla en la espalda del joven y doblando tras la espalda uno de sus brazos.
Así comenzó a requisarlo frente a la mirada alarmada del director y las
peticiones del profesor de ciencias, quien aseguraba que no era necesario
tratar al chico de forma tan violenta.
Pero
Tomás no atendió los ruegos de nadie, continuó con su labor sin preocuparse por
el gran dolor físico y moral que infringía en su hijo, solo anhelaba hallar la
prueba del delito para tener una excusa real que lo ayudara a encerrar a aquel
engendro en un lugar bien apartado de él y así no siguiera avergonzándolo.
Sin
embargo, detuvo su tarea cuando la puerta de la oficina se abrió de golpe. Uno
de los jugadores de fútbol americano, de los grados superiores, cayó al suelo
con el pómulo izquierdo hinchado por un golpe.
Una
figura oscura bloqueaba la luz que entraba por la puerta abierta. Dominic giró
la cabeza hacia ese lugar y entre lágrimas vio la silueta de un chico
enfurecido parado en el umbral, de puños apretados y respiración agitada. Sus
ojos enrojecidos eran los únicos puntos de color que podía divisar entre esa
oscuridad.
—¡¿Qué
demonios sucede, señor Hackett?! —preguntó el director indignado y corrió hacia
el deportista para ayudarlo a levantarse—. ¿Por qué ha hecho esto?
—Él
tiene el móvil —reveló Dylan.
Sammy
aprovechó la distracción para empujar a su esposo y apartarlo de su hijo,
ayudándolo a sentarse en el suelo.
—¿Cómo
puedes estar tan seguro? —quiso saber el profesor.
—Revise
sus bolsillos. Él lo tiene —dijo con firmeza—. Uno de los deportistas de su
clase lo tomó del escritorio cuando usted no estaba y se lo entregó a este
idiota que esperaba fuera del aula. Todo era una treta para acusar a Dominic y
obligar su expulsión. Lo encontré tratando de abrir una de las puertas de su
auto para dejar el teléfono dentro.
El
hombre lo miró sorprendido, sin poder decir nada. El director se puso de pie
con intención de reprender a Dylan por decir aquellas mentiras e inculpar a uno
de sus chicos consentidos. Los deportistas, con sus logros en sus competencias,
le otorgaban a la escuela un gran prestigio además de incentivos económicos de
importancia. Él cuidaba de sus mejores talentos y el estudiante herido en el
suelo era uno de ellos.
No
obstante, no alcanzó a decir una sola palabra porque el joven sacó del bolsillo
de su pantalón el móvil que tanto estaban buscando.
—Aquí
está —confesó con voz temblorosa y sin poder mirar a la cara a nadie—. Yo no hice
nada, no fue mi idea. Solo… no quiero que él me golpee más.
Su
revelación dejó estupefactos a los presentes, sobre todo, al director, quien
intentó justificar al chico balbuceando excusas absurdas.
Tomás
se puso de pie y miró con furia contenida a Dylan, pero este ignoró su desafío
y le dio la espalda marchándose del lugar. Dominic vio su partida en silencio
con las lágrimas marcadas en el rostro por culpa del maquillaje corrido. Estaba
tan conmocionado por lo ocurrido que no sentía las caricias de su madre ni sus
palabras de calma y apoyo, solo pensaba en la forma en que su amigo había
podido enterarse de lo ocurrido y actuar con rapidez para ayudarlo. Ese día no
habían tenido ninguna clase juntos.
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