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Capítulo 8.
Se
escabulló por un lateral de la casa. Las sombras de la noche lo ayudaron a ser
invisible, así como el partido de básquetbol que trasmitían por televisión. Brandon
Hackett había decidido no ir esa noche a su bar habitual, sino emborracharse en
casa viendo la semifinal de la NBA. Su esposa lo atendía como si él fuera un
aristócrata importante, más por miedo a ser golpeada ante algún arrebato que
por amor.
Dominic
se arrastró por el suelo de tierra para que el hombre no lo viera. Al llegar al
patio trasero se introdujo dentro de la casa con sumo cuidado hasta llegar a la
habitación de Dylan. La puerta no tenía cerrojo, así que pasó sin problemas al
interior. El chico estaba recostado en la cama con los cascos puestos en sus
orejas, escuchaba música a todo volumen al tiempo que leía una revista de
mecánica automotriz.
Al
divisar una sombra moviéndose a su alrededor, se incorporó enseguida y se quitó
los cascos. Pensó que sería su madre para llevarle algo de comer, se sobresaltó
al encontrar a Dominic a su lado.
—¡¿Qué
mierda haces aquí?! —preguntó enfadado y en susurros. Se levantó de un salto
para bloquear la manilla de la puerta con una silla. Sus padres solían entrar
en su dormitorio sin anunciarse, si hallaban a Dominic allí tendría serios
problemas.
—Necesito
hablar contigo —respondió el chico con ansiedad. En esa ocasión no llevaba
maquillaje ni prendas de mujer.
Dylan
lo observó con el ceño fruncido y apretó la revista en uno de sus puños.
—¿Qué
quieres?
—¿Cómo
te enteraste del robo del teléfono móvil del profesor de ciencias?
Dylan
gruñó con enfado y lanzó la revista encima de su mesa de estudio.
—¿No
podías preguntarme eso mañana? ¿En la escuela?
Dominic
apretó los puños y se aproximó a él.
—Si
no me equivoco, a esa hora tenías clases de música, estabas en el piso de
abajo. Ni siquiera pudiste enterarte del asunto por algún grito. ¿Cómo lo
supiste? —insistió.
Luego
de un debate de duras miradas, Dylan suspiró al saber que el chico no se iría de
allí hasta tener su información.
—¿Te
memorizaste mi horario? —aguijoneó molesto y se acercó a la cama para sentarse
en el borde del colchón, de espaldas a su amigo.
Dominic
se ubicó tras él. Miraba el perfil de su cara que podía apreciarse desde su
posición, ansioso por una respuesta. No podía estar tranquilo mientras tuviera
esa duda.
—Sí,
lo memoricé, así puedo saber dónde encontrarte cuando te necesito.
Dylan
apretó la mandíbula.
—Fue
Britany.
Dominic
se sobresaltó ante esa noticia. Su corazón latió con frenesí en su pecho, lleno
de vitalidad y emoción.
—¿Britany?
—suspiró con la sonrisa marcada en los labios y la dulce imagen de su hada
reflejada en su memoria.
—Apareció
en el auditorio, nerviosa. Me extrañó que me buscara, nunca antes lo había
hecho. Ella vio cuando tomaron el móvil del escritorio y se lo entregaron al deportista
que esperaba en el pasillo, aunque nunca imaginó que lo hacían para lastimarte.
Es evidente que eso fue una treta orquestada por Blender y su grupo de idiotas buscando
que te expulsaran de la escuela.
Dominic
se lo pensó un instante, luego se lanzó en la cama para acostarse boca arriba
con la mirada fija en el techo. Dylan lo observó extrañado, le fastidió la
sonrisa de satisfacción que su amigo tenía en el rostro.
—¿Te
divierte lo que hacen esos mal nacidos? —quiso saber en referencia a los
deportistas, pero Dominic lo que hizo fue ampliar la sonrisa.
—Así
que Britany te buscó para que me ayudaras. —Dylan gruñó y apretó los puños—.
Ella entendió la delicadeza del problema y sabía que tú eres el único dispuesto
a darme una mano. También sabe dónde encontrarte y se arriesgó para evitar que
me echaran. —Suspiró con placer y colocó sus manos tras su cabeza—. Creo que me
estoy enamorando.
Dylan
resopló y le dio la espalda.
—Eres
un imbécil. Esa chica siempre se ha mantenido al margen de los problemas que
suceden en la escuela y trata a todos con respeto, sin distinción. Tal vez
actuó así por seguir su instinto de bondad, ¿vas a entregarle el corazón a todo
el que te haga un favor?
—A
mí nadie me hace favores en la escuela, Dylan, ni siquiera, por error. Lo sabes
—respondió Dominic con amargura. El joven apretó sus puños al saber que tenía
razón.
—De
todas formas, no tienes que enamorarte solo porque te haya ayudado una vez.
—No
lo hago solo por eso, es por muchas otras cosas —dijo risueño—. Ella es la
única que me mira sin asco y me sonríe, aunque lo hace con timidez, a
escondidas. Es la única que no rompe los dibujos que le hago y que no me
rechaza cuando me siento cerca.
Dylan
emitió una risa corta y sarcástica.
—¿Y
vas a enamorarte de ella por eso? Es fácil recibir sus atenciones mientras
estén fuera de la vista de los demás, a escondidas —mencionó eso último para
molestarlo. El mismo Dominic había asegurado que ella mostraba sus gestos
cariñosos oculta de sus compañeros, seguramente, para que no la juzgaran—.
Pero, ¿será capaz de hacerlo en público? ¿Sin avergonzarse de ti? —preguntó
mirándolo con fijeza a los ojos.
Dominic
mostró enfado.
—No
sabes nada de ella. He visto que tiene sus problemas, que su madre la trata
como a una muñeca sin autonomía y la obliga a compartir poco con otros chicos
que no sean Blender o la rubia desagradable de Olivia, la maldita porrista que
siempre se burla de todos. La he visto llorar y pasar horas escondida en los
baños. Si se oculta pudiera no ser por vergüenza hacia mí, sino porque así la
están obligando a vivir.
Dylan
agudizó la mirada.
—Eres
demasiado idealista.
—No.
Tú te estás volviendo demasiado pesimista. —Dylan resopló y volvió a darle la
espalda—. ¿Qué pasó con Valery?
—¿Valery?
—consultó el chico con desconcierto, encarándolo.
—La
chica de último año. La que estuvo contigo en el baño de la oficina del
director.
Dylan
puso los ojos en blanco y resopló con hastío.
—¿Qué
mierda va a pasar con ella? Nada.
—¿Nada?
¿Siempre te coges a una chica así, sin más?
—¿Y
qué esperas? ¿Un noviazgo de un par de meses y visitas a sus padres? —apuntó
irónico—. Tú y yo no somos tipos de amistades, menos de relaciones —recordó
enfrentándolo de nuevo—, nadie en la escuela nos quiere, somos peor que
escorias. Esa chica estuvo en dirección porque abofeteó a su novio en plena
clase, al descubrirlo coqueteando con otra compañera. Ella solo quería vengarse
y yo solo tuve la puntería de estar en ese maldito lugar cuando esa estúpida sintió
deseos de coger —explicó enfadado—. No te niego que fue un buen polvo, pero yo
era consiente que después de eso no habría nada más. Al salir del baño ella iba
a rechazarme y punto. El amor no es algo que se haya hecho para mí.
—No
puedes asegurar eso —dijo Dominic con tristeza.
La
rabia de Dylan aumentó.
—No
te atrevas a sentir lástima por mí —exigió y lo apuntó con un dedo.
Dominic
se sentó en la cama y alzó las manos en señal de rendición.
—Jamás
lo haría, pero no puedes pensar que todo está acabado para ti. Ni siquiera has
cumplido tu mayoría de edad, aún hay tiempo para que tú realidad cambie.
Dylan
resopló simulando diversión, aunque por dentro se deshacía por la pena.
—Idiota.
«Cambiar mi realidad», cómo si eso fuera posible —masculló cabizbajo. Dominic
se sintió más afligido por su amigo—. Solo disfruto de las oportunidades que me
llegan, porque sé que no se repetirán, deberías hacer lo mismo con Britany.
—Con
Britany, jamás —dijo tajante—. Si no estuviera lleno de veneno, buscaría algo
real con ella —confesó con la mirada perdida en sus ensoñaciones. Dylan apretó
el entrecejo al escucharlo decir que estaba envenenado por dentro—. Pero
conozco mis límites y a ella no quiero dañarla, aunque también aprovecho mis
oportunidades.
Dylan
arqueó las cejas.
—¿Te
has topado con novias celosas en la oficina del director?
—Claro
que no, idiota —aclaró y lo golpeó en un hombro con un puño—. Hay una mujer que
es anfitriona en el bar donde trabaja mi padre. Suelo reunirme con ella algunas
veces. Me deja entrar en su cuarto, me escucha hablar, me regala pitillos de
marihuana y… puedo tocarla.
—¿Tocarla?
—quiso saber Dylan con curiosidad.
—Sí,
todo su cuerpo. Se desnuda para mí y me da libertad. Tenemos sexo y puedo
dibujar en su piel.
—¿Y
tu padre lo permite?
—Él
no sabe nada —respondió enfadado—. Antes iba al bar para molestarlo, para
encontrar maneras de humillarlo frente a sus amigos, pero ella un día me abordó
y me convenció de que aquello era una pérdida de tiempo, de que hacíamos cosas
más interesantes dentro de su cuarto.
—Si
alguien se entera, ella tendrá graves problemas —alegó recordándole que él era
un menor de edad y era un delito que un adulto indujera a un niño a consumir
drogas y a tener sexo aunque fuera consentido.
—Lo
sé. Por eso somos cuidadosos.
Por
varios minutos, hubo silencio. Ambos estaban sumergidos en sus pensamientos y
recuerdos hasta que Dominic desvió su atención a su amigo y detalló su rostro
varonil, marcado por cicatrices de golpes.
Sintió
una fuerte ansiedad crecer en su interior mientras repasaba sus facciones. Su
entrepierna se tensó al mirar hacia el pecho de Dylan y experimentar deseo por
tocarlo, por explorar la forma que tenía bajo su ropa.
—¿Nunca
has sentido interés por los hombres?
La
pregunta de Dominic congeló a su amigo.
—¿Qué?
—Me
gustan las mujeres, eso te lo puedo jurar —enfatizó Dominic—, pero también
siento interés por los hombres. —Lo repasó con interés—. ¿Te ha pasado lo
mismo?
Dylan
negó con la cabeza, completamente sonrojado. Desvió la mirada y se mostró
nervioso. Dominic se aproximó más a él y con cuidado llevó una de sus manos a
las partes íntimas de su amigo para darle un pequeño apretón.
Ante
aquel contacto, Dylan quedó inmóvil. Impactado y asustado. Su cuerpo se tensó y
su corazón se propulsó con miedo en su pecho. El rostro embriagado de su amigo
lo tenía tan cerca del suyo que era capaz de captar su aliento caliente sobre
su cara. Sin darse cuenta comenzó a temblar, de ira, ansiedad y deseo.
La
puerta de su habitación se abrió de golpe, tumbando la silla que pretendía
bloquearla.
—¡Dylan,
¿por qué mierda…?!
Brandon
Hackett quedó como una estatua de sal al entrar en la habitación y hallar a
Dominic Anderson sentado en la cama de su hijo y con una de sus manos apretándole
las partes íntimas.
Por
un momento perdió el habla y los colores del cuerpo, pero casi enseguida
enrojeció, saturado por la cólera. Rugió como una fiera salvaje antes de
agarrar al intruso por la camisa y alzarlo sin problemas para arrastrarlo a la
calle.
Dylan
fue tras él, intentaba detenerlo, pero su padre le dio un golpe y lo dejó
tirado en el suelo del pasillo con el rostro palpitante.
Luego
de lanzar al exterior a Dominic, gritarle decenas de ofensas y amenazarlo con
arrancarle la cabeza si regresaba a su casa, volvió por su hijo. Apartó a su
esposa de un empujón, que pretendía ayudar al chico, y lo tomó con rudeza del
cuello de la camisa para llevarlo a la habitación y encerrarse con él.
Lo
tiró sobre la cama para molerlo a golpes, descargó sobre el chico la rabia que
le había producido aquella escena.
—¡No
te volverás un marica como ese fenómeno! ¡Eso nunca! —gritaba con cada golpe
hasta que su brazo se cansó.
Salió
del cuarto con la vista clavada en el suelo, sin dirigir su atención hacia su
esposa que lloraba y temblaba ovillada en un rincón. Se limpió la sangre de la
mano con un paño tejido que adornaba una mesita, dejando caer al suelo el
jarrón que había tenido encima, luego se marchó de casa para no regresar hasta
el día siguiente.
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