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Capítulo 9.
Cinco días habían pasado desde aquel incidente
y todo ese tiempo Dominic no supo nada de Dylan. No lo vio en la calle ni en la
escuela y no tenía el valor de acercarse de nuevo a la casa del chico para
saber de él.
Aunque
deseaba con toda su alma tener noticias, temía seguir metiéndolo en problemas.
Aún
sentía en la mano el calor y la suavidad que experimentó cuando tocó las partes
íntimas del joven, así como la fuerza de su mirada asustada. Quería a Dylan con
una intensidad abrumadora, como amigo, e incluso, como hombre, pero era
evidente que al chico no le ocurría lo mismo con él. Pensó que ese interés por
defenderlo de sus atacantes se traduciría en interés sexual. Sin embargo, no
captó nada placentero en aquel contacto, o tal vez, el miedo y la ansiedad no
le permitieron darse cuenta. A pesar de haberse atrevido a dar el primer paso,
temía que eso lo llevara a perder para siempre a su único amigo.
Ese
lunes en la escuela, Dylan tampoco apareció. Dominic estaba desolado, nervioso
e irritable. A diferencia de otros días, en esa ocasión estaba callado, algo
que tenía inquieto a los profesores, pues imaginaban que sería una forma
diferente que el chico asumía para molestar en clase. Sus compañeros también se
mostraron extrañados, algunos se acercaron para aprovechar la oportunidad y
fastidiarlo, pero, al recibir una actitud violenta y fría, se alejaron
enseguida porque descubrieron, en el brillo de sus ojos verdes, cientos de
amenazas. Comenzaron a sentir miedo de él y se apartaron aún más de su lado.
No
había pasado ni una hora en el aula cuando fue llamado a dirección. Con actitud
ofuscaba se encaminó a la oficina, los gritos y la rabia los tenía atorados en
la garganta. Para su desagrado, en el interior no solo halló al director, sino también
al asesor escolar, que ese día tenía cara enferma.
—Siéntese,
Anderson, queremos mostrarle algo —notificó el director cuando él estuvo dentro
de la habitación.
Se
ubicó en una silla junto al asesor y miró con el ceño fruncido como el sujeto
se doblaba para simular una tos.
El
director abrió la carpeta de su expediente y sacó un par de hojas. Apretó los
labios y negó con la cabeza mientras leía lo que tenían registrado.
—Llegaron
los resultados de la evaluación hecha por el psicólogo del distrito y la
verdad… son bastante decepcionantes —reveló y dirigió su mirada, entre burlona
y satisfecha, hacia el joven—. Según este informe, no estás calificado para
estudiar en esta escuela.
Dominic
lo observó con rudeza, trató de no mostrar ningún tipo de emoción en su rostro
maquillado con exagerado delineador negro. Por dentro, se derretía por el fuego
de la ira. Eso era lo que esos sujetos esperaban para justificar su ansiedad de
sacarlo de esa escuela.
—Sin
embargo, se nos ha pedido concederte una oportunidad —agregó el hombre en medio
de un suspiro de hastío—, por el hecho de tu condición especial —apuntó eso
último posando una mirada seria e inconforme en él—. Queremos darte la mejor
educación posible, pero necesitamos de tu colaboración.
—¿Usted
quiere darme una buena educación? —ironizó el chico sin ocultar el odio que
sentía por aquel hombre. El director endureció las facciones, pero la tos
expectorante del asesor escolar lo distrajo y desvió hacia él su enojo.
—Quizás
no lo creas, pero nos preocupamos por ti. —Dominic resopló, lo que aumentó la
irritación del sujeto—. Obtuviste un pésimo resultado en la evaluación
académica que te hizo el psicólogo.
—Pensé
que los psicólogos solo evaluaban las emociones.
—Ellos
evalúan el cerebro —respondió molesto—, eso incluye la inteligencia, la
capacidad de concentración, los rasgos de la personalidad… Pero ese no es el
tema de discusión, chico. Según esta valoración —continuó y alzó un poco las
hojas que tenía en la mano—, no estás apto para afrontar el programa educativo
que exige la escuela y por tu condición especial, nuestro nivel de exigencia pudiera
ser lo que está afectando tu desenvolvimiento personal.
Dominic
volvió a resoplar y se revolvió incómodo en su silla. Él dominaba sin problemas
el contenido académico de esa escuela, siempre fue muy buen alumno en ese
sentido, solo que el día en que el psicólogo lo entrevistó estaba tan enfadado
que hizo mal la evaluación solo para molestar. Por tanto, para él ese informe
estaba errado.
—Eso
quiere decir, que ¿finalmente me sacaran de esta escuela? —preguntó con
amargura y debatiéndose internamente con sus emociones.
Una
buena parte de él quería marcharse muy lejos de aquel lugar, de aquella gente a
la que odiaba y consideraba estúpida, pero, por otro lado, allí tenía lo poco
que había alcanzado en la vida. Estaba Dylan, aunque quizás el chico no iba
hablarle nunca más, y Britany, su hada, a quien él jamás tocaría para no
ensuciarla con su veneno.
—El
profesor Donovan —explicó el director y señaló al asesor escolar— envió al
psicólogo y al superintendente distrital una muestra de tu desenvolvimiento
académico, sobre todo, el del último año. Que hay que aceptar que es muy bueno
—aceptó resignado—. Gracias a eso suponen que el día de la evaluación
psicológica hiciste el test mal a propósito, por eso nos exigen que te demos una
oportunidad para que demuestres tu verdadero nivel educativo.
El
chico apretó la mandíbula, incómodo.
—¿A
cambio de qué me darán esa oportunidad? —preguntó, sabiendo que aquello no
sería gratis. No estaba ahí por ser un chico bueno, eso no podía olvidarlo.
La
reunión se extendió por casi una hora, donde el director pudo explayarse
imponiendo condiciones y encadenando a Dominic a una serie de reglamentos y
normativas con los que pretendía limitar su comportamiento para que no causara
más problemas a cambio de continuar en esa escuela. Estaba furioso porque lo
obligaban a mantener al chico en su matrícula escolar solo por su condición
especial, empujándolo a buscar una solución para controlar su comportamiento.
Se arrepintió de buscar ayuda del distrito, ahora estaba atado de manos y pies.
Dominic
no tuvo más opciones que aceptar sin rechistar las condiciones para salir
cuanto antes de esa asfixiante oficina, pero sabía que las reglas estaban allí
para romperlas.
Al
regresar al aula, halló a muchos de sus compañeros en el pasillo en espera del
profesor de la siguiente clase. No se acercó a ninguno de ellos, se alejó lo
más que pudo de la humanidad porque no se encontraba de ánimos para soportar
burlas o humillaciones. Sin embargo, su corazón se hundió al divisar en un
rincón a Britany, que escondía su tristeza a través de la admiración del
paisaje por una enorme ventana que daba a los jardines internos de la escuela.
Había llorado, sus ojos achicados y húmedos se lo confirmaban.
Olivia,
la rubia porrista que siempre estaba junto a ella, se detuvo tras la joven, muy
cerca, y con disimulo pasó un brazo por su cintura para acariciar el estómago
de Britany. Aproximó su boca a la oreja de la joven y chupó su lóbulo antes de
dar una mirada a los alrededores, asegurándose de que nadie las había visto.
Britany no hizo nada, solo suspiró con resignación antes de que Olivia se
apartara y volviera a dejarla sola.
Dominic
sintió deseos de llegarse hasta donde estaba ella, todo en su interior se hizo
añicos al ser testigo de aquella profunda tristeza. Quería abrazarla,
reconfortarla, decirle repetidas veces al oído que todo estaría bien, que él
jamás se apartaría de su lado y la haría reír cada día, pero no se atrevió a
dar un solo paso.
La
bruma oscura de pecado y miedo que lo rodeaba le recordaba que no estaba limpio
y no tenía el derecho de infectar a esa hada con sus miserias. Además, por lo
que había visto podía entender que ella también estaba hundida en sus propias
confusiones y no quería ser quien las aumentara.
La
vio desde la distancia, llorando por dentro por su dolor. Una pena que lo
rompía tanto como la suya propia, porque le demostraba que era un inútil, una
oscura aberración.
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