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Capítulo 10.
Linkin
Park gritoneaba a través de los parlantes sus temas rotos mientras Dominic los
seguía con una batería improvisada que había diseñado en su habitación con
todos los objetos ruidosos que pudo hallar. Quería volverse insoportable,
drenar de su interior toda la ira que tenía acumulada como si de una avalancha
de mierda se tratara.
Afuera,
se encontraba su padre con un par de amigos. Había regresado a la casa porque
no tenía donde quedarse, le suplicó a su esposa posada mientras se establecía
en otro lugar. En el bar donde trabajaba le daban refugio solo por algunos
días, pero si necesitaba estar más tiempo le cobraban la estancia reduciéndola
de su salario. Algo que él no podía aceptar en ese momento, ya que aseguraba
que reunía dinero para marcharse de Rayville en busca de su hermano Phillip.
Por
ese motivo persiguió a Sammy hasta que logró que la mujer aceptara tenerlo en
casa solo para dormir. Sin embargo, el hombre aprovechaba que la mujer casi
nunca estaba para pasar más tiempo abusando de su estadía. Llevaba a amigos a
ver el fútbol mientras se comían y bebían todo lo que había guardado en el
refrigerador para la semana.
Dominic,
enfadado, sentía que no tenía derecho de echarlo a patadas, pues su madre le
había rogado que tuviera algo de consideración con su padre el tiempo que necesitara
estar allí, asegurándole que pronto se iría, para siempre. Pero el chico no
soportaba la presencia de aquel hombre. Si tenía que quedarse, se aseguraría de
que no disfrutara la estancia.
El
escándalo musical que armó fue tan intenso, que su padre no tardó mucho en
derrumbar la puerta y sacarlo a empujones de la habitación. Dominic se plantó
frente a él para enfrentarlo, no obstante, y para su sorpresa, Tomás no actuó solo
para llevarlo a la calle, sus amigos lo apoyaron.
Contra
cuatro hombres, más grandes y fuertes que él, el chico no tuvo oportunidad de
defenderse. En segundos cayó sobre la acera al recibir una patada en el culo
que lo inmovilizó por unos segundos.
Uno
de sus vecinos, que trabajaba en su jardín cuando ocurrió aquel hecho, miró con
espanto lo ocurrido, pero no dijo ni hizo nada. Se hizo el desentendido para no
verse involucrado en aquel suceso. Conocía a Dominic y lo problemático que era,
no iba a arriesgarse por un joven que posiblemente, merecía ese trato.
El
chico se tragó la frustración y la rabia mientras se ponía de pie y con paso
renqueante se alejaba del hogar, no podía hacer otra cosa hasta que no llegara
su madre, así que se marchó sin un rumbo fijo al principio.
Sus
pasos perdidos lo llevaron al único lugar donde podía encontrar refugio y
consuelo: el bar donde trabajaba su padre.
Perla,
la anfitriona que vivía en la parte trasera del establecimiento, lo dejó entrar
a su cuartucho abarrotado y recostarse junto a ella en su cama, así
compartieron el porro de marihuana que fumaba.
—¿De
nuevo Tomás te golpeó? —preguntó la mujer expulsando el humo afrodisíaco que
había tenido almacenado en los pulmones.
—No,
me echó de la casa —respondió el chico alivianado por la droga. Su cara tenía
marcados ríos de delineador en las mejillas dejados por las lágrimas.
—¿Por
qué tu madre lo sigue aceptando?
—No
sé. Creo que siente lástima por él.
—Pero,
él te hace daño. ¿No se da cuenta de eso? —quiso saber y miró con embriaguez el
perfil atormentado y resignado del joven.
Dominic
alzó los hombros con indiferencia.
—Soy
un monstruo. Nada debería hacerme daño.
—No
lo eres, tonto —dijo ella antes de emitir una risa perezosa. Dejó el cigarro
sobre un cenicero y se inclinó encima del joven para acariciar con una de sus
manos su pecho, que subía y bajaba con lentitud por su respiración pausada.
Ella,
al observar los ojos claros del joven y descubrir las lágrimas agolpadas,
sonrió con dulzura y comenzó a besar su mejilla para luego bajar por la
mandíbula mientras introducía su mano por debajo de la camisa.
Dominic
se adormiló permitiendo que escaparan algunas lágrimas. El dolor que lo
abrumaba era tan fuerte que poco placer podía sentir por las caricias que le prodigaba
la mujer.
Sin
embargo, se dejó llevar. El corazón lo tenía demasiado fracturado y sangraba. Deseaba
olvidar por un instante las penas para no seguir experimentando esa fuerte
opresión en su pecho.
Pudo
dejar de lado el sufrimiento cuando Perla bajó la cremallera de su pantalón e
introdujo su mano en busca de su pene. Pronto se vio sumergido en un oleaje de
lujuria que lo ayudó a borrar el odio que cubría a su memoria, más aún cuando
la mujer lo tomó con su boca y no le dio respiro hasta hacerlo estallar.
Al
día siguiente, en clase, Dominic se mostraba más irritable que de costumbre.
Estaba tan enfadado que poco soportaba las burlas y molestias de los demás.
Pronto se convirtió en un problema y tuvo un par de visitas a dirección durante
la mañana para calmar su actitud rebelde.
Durante
el almuerzo, lo castigaron ubicándolo en una mesa solo, de cara a la pared. Para
un chico inquieto como él, estar en esa posición era similar a una tortura. No
había manera de que se mantuviera inactivo, mucho menos, teniendo compañeros
cerca que lo molestaran cuando el estudiante que pretendía vigilarlo se
descuidaba. Dominic estaba a punto de lanzar los restos de su comida hacia
ellos cuando sintió que alguien se sentaba a su lado. Al girarse, quedó
impactado al toparse con Dylan.
—¿Qué
haces? —preguntó con una mezcla de confusión y alegría. No le veía desde el
incidente en la casa de su amigo.
—Cállate
y come —ordenó sin mirarlo, manteniendo su atención en su comida.
Dominic
sintió una súbita emoción en su interior, pero se contuvo de reflejarla en su
semblante. Hizo lo que él le pedía, logrando así superar los duros minutos que
debían permanecer allí.
Como
si hubiese sido por arte de magia, las molestias de sus compañeros finalizaron.
Nadie se atrevió a incordiarlos mientras estaban juntos, así era imposible
superarlos.
Al
salir, parecía que un campo magnético los rodeaba y repelía al resto. Ningún
estudiante o profesor se acercaba a ellos, los miraban con recelo desde la
distancia.
—¿Por
qué te sentaste conmigo? —quiso saber Dominic mientras entraban en el edificio
de aulas.
—¿Debo
explicarte todo lo que hago?
—No
eres de los que actúa por capricho —justificó viendo como su amigo se llegaba hasta
su casillero y se ocupaba en abrirlo y hurgar dentro sin responderle, como si
no le diera importancia a su duda.
Dominic
respiró hondo y desvió su atención al pasillo para no seguir fastidiándolo con
preguntas. Ya se percataba que su amigo no era sensible a su insistencia.
Repasó
con el ceño fruncido a los estudiantes que estaban cerca, buscaba intimidarlos
para alejarlos más de él, fue así como tropezó con una mirada cálida y
enternecedora que fue capaz de atraparlo sin compasión y envolverlo en su
telaraña.
Los
ojos de Britany brillaban oscuros desde la lejanía, fijos en él. El corazón del
chico se propulsó al recibir una dulce y tímida sonrisa como regalo, antes de
que ella desapareciera de allí como si hubiese sido absorbida por la nada
mientras era arrastrada por Olivia, su supuesta amiga porrista, pero quien la
manipulaba como si fuera una marioneta sin vida.
Sus
pies pretendieron seguirla al comprender el anhelo de su alma por estar con
ella y socorrerla, pero su cerebro obtuso los detuvo y los clavó en el suelo
como si fueran un sello de poder.
¿Qué
pretendía? ¿Mancharla con sus impurezas? ¿Mezclarla en su vida desgraciada para
romper aún más su triste existencia?
—Si
no me hubiera sentado contigo en el comedor, lo habría hecho ella. —La
confesión de Dylan, a su espalda, lo paralizó aún más—. No solo yo lo noté,
creo que Olivia comienza a darse cuenta del interés que ella siente por ti. Por
eso está ejerciendo más presión.
Dylan
ignoró el sobresalto emocional de Dominic por esa noticia y continuó su camino
hacia el aula.
Él
estuvo allí un tiempo indefinido mientras asimilaba esa nueva realidad.
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