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Capítulo 11.
Quiso
invertir la mañana en acercarse de alguna manera a su hada, disfrutar del
magnetismo de su mirada y de la calidez de su sonrisa, y conocer los motivos
por los que ella tanto lloraba, pero le fue imposible. Existía una muralla
invisible entre ellos que no le permitía aproximarse. Un muro de porristas y
deportistas que la rodeaba, así como una bruma de tristeza impenetrable.
La
ansiedad por llegar a la joven crecía, sin embargo, pronto desistió de sus
esfuerzos al ser notificado de una nueva citación a la oficina del director.
Dominic se dirigió a su sala particular de castigos arrastrando tras de sí el
resto de sus emociones, comenzaba a doblegarse por el enorme peso de vida que
cargaba sobre sus hombros.
Al
llegar, el panorama se ennegreció aún más al descubrir la presencia de su
padre. Tomás discutía entre murmullos con Sammy en un rincón de la habitación
mientras el director y el psicólogo distrital hablaban junto al escritorio.
—Dominic
Anderson, siéntese —dijo el director al reparar en su presencia.
Tomás
se irguió y le dedicó una mirada cargada de reproches antes de ocupar un puesto
en el sofá. Sammy se ubicó junto a su hijo.
—Dominic,
he hablado con tus padres respecto a los resultados de la evaluación que te
realicé la vez pasada, creo que tú ya estabas notificado, ¿cierto? —preguntó Henry
Roberts, el psicólogo. Dominic solo asintió con la cabeza—. El resultado no te
califica para continuar en esta escuela, porque demuestra que no eres capaz de
realizar, siquiera, sencillas operaciones de…
—Yo
dije que era idiota que necesitaba de una tutoría más severa —masculló con
rencor Tomás, incomodando a los presentes con sus interrupciones.
El
psicólogo se aclaró la garganta antes de continuar.
—No
tuviste ningún tipo de puntuación en la evaluación escrita —informó en
dirección al chico—. Algo que me pareció imposible ya que en la oral logré
obtener algunas buenas respuestas, aunque haciendo uso de un lenguaje violento,
y al recibir el informe de tu desempeño por parte del asesor escolar, entendí
que no habías sido honesto en esas pruebas, tal vez, al sentirte intimidado por
mí. Por eso recomendé llevar a cabo exámenes adicionales en condiciones menos
incómodas para ti, sin que notaras que estabas siendo evaluado. El director
aceptó y contó con el apoyo de algunos profesores para realizar esas pruebas, me
satisface saber que los resultados han sido positivos.
Él
arrugó el ceño, extrañado por aquella noticia.
—¿Me
evaluaron?
—Sí,
durante las actividades escolares diagnosticaban tu desempeño, así pude descubrir
que tu nivel educativo es uno de los más altos de toda la escuela.
—¡Yo
se los dije! —aseguró Sammy con orgullo. Tomás la traspasó con una mirada letal
que ella ignoró.
—Es
cierto, señora Anderson —habló el psicólogo en referencia a la mujer—. Sin
embargo, los resultados que arrojó el comportamiento de su hijo en este tiempo
han sido muy preocupantes.
Tomás
recuperó su sonrisa sarcástica y aprovechó la ocasión para atacar a su hijo
hablando de la conducta subversiva que el chico tenía en casa, del abandono de
su madre, de la falta de seguimiento al tratamiento que controlaba su salud
mental, de la posibilidad del consumo de drogas y de su horrendo comportamiento
afeminado.
Aquello
desató la ira de Sammy y convirtió la pequeña oficina en un campo de batalla
donde Dominic no era más que un terreno baldío en el que caían todas las bombas
que se lanzaban entre ellos.
La
discusión fue tan intensa, que resultó difícil controlar. Sin embargo, le
sirvió al psicólogo para detectar el verdadero origen de la situación del chico
y la delicadeza de su condición actual.
Su
intención había sido llegar a un acuerdo a nivel pedagógico para mejorar las
condiciones escolares de Dominic en aquella institución, pues académicamente el
chico era sobresaliente, pero su comportamiento y relación con profesores y
alumnos era pésima. No obstante, el hombre pudo percibir que ningún esfuerzo
valdría la pena si las condiciones familiares continuaban igual. Era evidente
que el chico no contaba con ningún soporte que lo ayudara a sostener la difícil
carga que tenía encima, y gracias a aquella discusión era evidente que los
esfuerzos a nivel escolar solo resultarían pañitos de agua fría sobre una
herida sangrante.
Esa
familia necesitaba de una ayuda social especializada que trabajara a la par de
la que ellos le brindarían al chico en la escuela.
Los
Anderson salieron de la reunión tan tensos como las cuerdas de una guitarra,
furiosos por la realidad que les había mostrado el psicólogo. A ninguno les
gustó que los responsabilizaran por los problemas que tenía el chico. Continuaron
su acalorada discusión por el camino y en casa no la detuvieron ni siquiera,
por los gritos desesperados de Dominic que les pedía parar.
Del
tema escolar saltaron al tema de pareja. Sammy aprovechó la ocasión para
escupirle en la cara a su esposo todo lo que se había guardado por años. Él no
se quedó atrás. A los gritos la ofendió de todas las formas posibles diciendo
frases capaces de generar heridas mortales.
Dominic
se encerró a llorar en su habitación. Aunque se tapara la cabeza con la
almohada le era imposible no escuchar las terribles acusaciones que se
proferían. Quería que aquello terminara cuanto antes, que estallara una bomba
dentro de su casa y los hiciera polvo a todos, o que del más allá surgiera una
fuerza letal y los hiciera añicos con solo tocarlos.
Los
demonios que habitaban en su mente se agitaron como si bailaran alrededor de
una fogata, dando vueltas entre las enormes lengüetas de fuego que calcinaban
cada una de sus neuronas.
Cuando
la ira de sus padres cesó, él yacía sobre la cama como si hubiera sido
consumido hasta dejar cenizas. El silencio lo oprimía contra el colchón,
imposibilitando sus movimientos. No tenía fuerzas ni para pestañear, pero sacó
las últimas reservas que tenía dentro de su interior al sentir a su madre
entrar en su habitación. Giro el rostro para mirarla con desconsuelo.
—Se
fue —notificó ella antes de acariciar sus cabellos—. Y esta vez será para
siempre —dijo eso último con voz casi imperceptible, pero Dominic la escuchó
alto y claro.
Los
pasos derrotados de la mujer resonaron en la habitación indicando que se
marchaba. Era evidente que estaba afectada por aquella noticia. Dominic, en
cambio, solo pudo cerrar los ojos con alivio y dejarse llevar por el cansancio.
Durmió
el resto de la tarde gracias al suave oleaje de paz que llegaba a la playa de
su alma. Una marejada que recibía por primera vez en su vida.
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