SÉ MI CHICA | Capítulo 10. ¡Corre, Eddy! Esta vez, no escapará



Al día siguiente, la faena exigía sobriedad para adelantar el caso que traían entre manos.
—Deja de moverte, ¿quieres? —se quejó Leroy mientras disparaba su cámara de fotos a través de la ventanilla del auto con actitud molesta.
Eddy se hallaba a su lado, en el asiento del piloto, y, aunque ese día no poseía una sola gota de alcohol nublándole los pensamientos, sí lo hacía la ansiedad.
Su jefe lo había reprendido a primera hora de la mañana por los desplantes que le había ocasionado a Leroy los últimos días, y por su descontrol con la bebida, razón por la que estaban retrasados con la entrega de un segundo artículo sobre el caso Carter-Patterson. Sospechaba que algo muy gordo destaparía ese asunto, porque no paraba de recibir amenazas si se le ocurría publicar algo del tema.
Los obligó a perseguir a la amante del congresista Dorian Patterson, quien había ido de compras con una amiga. Aquella labor le resultaba tan aburrida que no paraba de mover la pierna con inquietud, fastidiando a Leroy.
Steven les había explicado que su fuente le había recomendado mantener los ojos bien puestos sobre esa joven, aunque no dio detalles por temor a represalias si era descubierto. Tal vez la chica estuviera envuelta en una traición, ese era el asunto que debían descubrir, pero ellos dudaban que aquel trabajo valiera la pena. Sin embargo, su jefe lo consideraba importante, ya que esa fuente era muy confiable y todo lo que le había contado sobre Dorian Patterson hasta la fecha, había sido confirmado. Por eso, Eddy tuvo que llenarse de paciencia y evaluar desde su asiento los movimientos de la joven, que seguía a través de los cristales de la fachada de la tienda, esperando no perder el tiempo.
La chica, Ruth Malloy, una trigueña alta y de cuerpo escultural, miraba de reojo la ropa que su amiga elegía siendo su trabajo tener que aprobar o desaprobar el modelo con el movimiento de su dedo pulgar, que bajaba o subía según sus preferencias. El resto del tiempo lo pasaba sumida en un chateo incesante con su teléfono móvil. Nunca dejaba de atender el aparato, ni siquiera, cuando conversaba con otros.
—Está en el teléfono móvil —aseguró.
—¿Qué? —preguntó Leroy al escucharlo hablar.
—El móvil —repitió—. La persona con la que chatea puede ser la clave.
El moreno dirigió su cara molesta y confusa hacia él.
—¿De qué hablas? ¿Qué clave?
Eddy bufó fastidiado.
—¿Para qué carajo le recomiendan a Steven que siga a la amante del congresista? —Leroy alzó una ceja con incredulidad. Eddy respiró hondo—. ¡Quizás lo engaña, idiota! ¡Con alguien involucrado en el caso! Seguir sus pasos puede concedernos una pista.
Ahora el moreno se mostró sorprendido.
—¿Cómo sabes eso?
Eddy puso los ojos en blanco.
—No lo sé. Lo supongo —respondió molesto—. Necesitamos el móvil, Milton puede hackearlo. Tenemos que saber con quién chatea.
—¡¿Estás loco?! ¿Cómo vamos a obtener el teléfono de esa chica?
Eddy no le respondió. Mantuvo la mirada fija en la joven, que reía de forma melancólica hacia la pantalla del teléfono mientras escribía con rapidez un mensaje.
—Lo tengo —dijo y enseguida bajó del auto.
—¡¿A dónde vas?! —exigió Leroy, alarmado, reprimiendo un poco la voz para que no lo escucharan el resto de los transeúntes. Desde el auto veía como su amigo corría hacia la tienda donde se hallaba la chica—. Maldito demente —se quejó, ubicándose en el asiento del piloto. Estaba seguro de que Eddy haría algo indebido y él, como siempre, tendría que salir a rescatarlo.
Eddy se adentró en la tienda sin quitarles la mirada de encima a la amante del congresista, y a su amiga. Mientras la segunda elegía varios vestidos holgados de tela vaporosa, la otra, una joven de cabellera castaña y enormes tetas de silicona, se quedó junto a un mostrador tecleando en el móvil.
Disimuló el acoso al hurgar entre los conjuntos de traje de baño de niña.
—¡Ruth, necesito tu opinión! —gritó la amiga desde la entrada de los probadores. La amante del congresista suspiró hondo antes de responderle.
—Dame un segundo.
—¡Deja el teléfono y ven! ¡No pasará nada si no le respondes enseguida! —la regañó, antes de entrar en el área de los cubículos.
La chica gruñó con molestia y dejó sobre el mostrador su bolso y el teléfono móvil para seguirla. Eddy observó el aparato con los ojos abiertos en su máxima expresión. ¿Sería tan fácil el trabajo?
Controló la ansiedad fingiendo evaluar los artículos de maquillaje que el mostrador exhibía, aproximándose de a poco al móvil. Cuidaba de que ninguna dependienta lo pillara o lo acusarían de ladrón. Al llegar a él, lo tomó con disimulo y marcó su número telefónico, enseguida recibió la llamada quedando grabado el número en su propio teléfono. Eso sería suficiente para hackearlo. Luego revisó con rapidez el chat.
Ruth le escribía a un tal «muñeco» súplicas para verse al día siguiente, a escondidas, en un café en las afueras de la ciudad, pero el sujeto se negaba porque la relación se estaba volviendo muy evidente y debían cuidarse. Al principio pensó que aquel «muñeco» se trataba del congresista, pero en algunas partes el hombre le reprochaba por no poder acercarse más a ella, ya que pasaba mucho tiempo con «él» y le exigía que definiera sus preferencias.
—Te tengo —susurró emocionado, pensando que sus sospechas eran ciertas. Esa chica engañaba al congresista con ese tal «muñeco».
Apretó el ceño, ansioso por saber más, pero el tal «muñeco» no paraba de enviar mensajes pidiendo respuestas a su petición, haciendo que sonara muy seguido la campana de las notificaciones. Borró con rapidez el registro del número que había marcado y dejó el aparato sobre el mostrador, justo en el momento en que Ruth salía de los cubículos.
La chica, al verlo cerca de su teléfono, se mostró preocupada y enseguida se acercó para tomarlo. Eddy sonrió con seductora inocencia.
—¿Es tuyo? —Ella lo observó con recelo de pies a cabeza mientras asentía. Sin embargo, al detallar su atractivo y dejarse irradiar por su sonrisa atrayente, su desconfianza fue disminuyendo—. Estuve a punto de llamar a una dependienta para reportar un teléfono perdido.
—Lo dejé aquí un instante mientras entraba a los probadores —respondió la joven. Esta vez lo veía con una sonrisa coqueta en los labios—. ¿Trabajas aquí o buscas algo en especial?
Eddy amplió la sonrisa y respiró aliviado. Ella ahora flirteaba con él, eso podría ser beneficioso para el caso.
—Mi hija está de cumpleaños. Hoy apagará cinco velitas —mintió. La chica se conmovió—. Se cree muy mayor y le encantan las pinturas para la cara —explicó, refiriéndose al maquillaje. Sabía que a las mujeres les encantaba los hombres incultos en temas femeninos, pero que se esforzaban por consentir a una dama—. Quiero obsequiarle algo especial y evaluaba los labiales cuando vi tu móvil sobre el mostrador. Pensé que alguien lo había olvidado —alegó, aproximándose a ella para arroparla con su sensualidad.
Como siempre, aquello le resultó efectivo. Ruth Malloy se mostró interesada y se ofreció a ayudarlo a encontrar el regalo perfecto.
Entre risas y coqueteos estuvieron evaluando infinidad de productos de maquillaje, así como cremas perfumadas, ideales para niñas. La amiga pronto se unió a ellos, manifestándose muy interesada por el nuevo ligue de su amiga. Eddy, de forma disimulada, les sacaba información sobre un viaje a las Bahamas que harían la próxima semana. Sin embargo, mientras ellas cancelaban su compra, él lanzó una mirada hacia la calle para verificar que Leroy aún seguía en el auto, quedando paralizado.
En la acera de enfrente, semiescondida entre unos árboles y vestida con un uniforme de fiscal de tránsito, se hallaba una rubia que le parecía muy conocida. La mirada rencorosa y autoritaria que ella le dedicó le produjo un estremecimiento en todo el cuerpo.
Se trataba de la supuesta dama de compañía, la misma mujer que había estado en la fiesta infantil acosando también a su víctima, la que besaba como los dioses y tenía una fuerza descomunal capaz de tumbarlo al suelo y aplastarle los testículos de un rodillazo.
El corazón comenzó a martillearle con fuerza en el pecho.
—¿Qué pasa, cariño? —quiso saber la amiga de Ruth al notar como él observaba el exterior con nerviosismo.
—Es… la madre de mi hija —pronunció con angustia. Las mujeres miraron alarmadas la calle—. Es un poco conflictiva —dijo, al descubrir que la excusa podía servirle para librarse de las mujeres e ir por la rubia—. Tengo que salir y enfrentarla, o entrará y hará un escándalo en la tienda. Fue un placer conocerlas —finalizó con una sonrisa radiante que a ellas les resultó contagiosa. No obstante, ambas reflejaron en sus ojos temor por la posible presencia de la madre de la niña, que, por el rostro impaciente del hombre, podía tratarse de una psicópata celosa y violenta.
Eddy salió de la tienda, pero se detuvo en la acera para cruzar una mirada con la rubia. Ella se mostró furiosa y asustaba al mismo tiempo, sin saber si quedarse allí o marcharse. El cuerpo de Eddy vibró por la expectativa, luego de unos segundos de debate comenzó a caminar hacia la rubia, aquello alarmó a la mujer.
Él aceleró el paso al ver que ella huía, no estaba dispuesto a que en esa ocasión escapara. Cruzó la calle a las carreras mientras la rubia se apresuraba por doblar la esquina. La alcanzó un par de cuadras más abajo, la tomó por el codo y la giró de forma brusca para obligarla a encararlo.
—¿Fiscal de tránsito?
—¿Qué te pasa, imbécil?
—¿Quién eres?
—¿Qué te importa? —se quejó ella y se soltó con rudeza de su agarre para continuar su andar, pero Eddy se interpuso en su camino.
—Eres periodista de El Confidencial, ¿cierto? —arguyó, refiriéndose al diario que competía con sus publicaciones. La mujer resopló y puso los ojos en blanco—. ¿De dónde sacas información sobre el congresista Patterson? —La rubia se mostró alarmada y dio un repaso a los alrededores para saber si alguien los había escuchado—. ¿Tienes contactos dentro del laboratorio Dopler Pharma o a nivel familiar?
—¡Cállate! —ordenó y lo tomó por el brazo para arrastrarlo hacia un callejón poco transitado—. Idiota, ¿cómo sueltas esa información en plena vía pública? —reclamó con enfado.
—¿Qué sabes de este caso? No me quitarás la exclusiva —advirtió y la señaló con un dedo en la cara. Ella bufó, manoteó su dedo para quitárselo de enfrente y le dirigió una mirada rencorosa.
—¿Eso es lo único que te importa? ¿Una exclusiva para ganar un premio periodístico o un poco de dinero que te permita pagar la ronda en el bar? —Eddy se impactó por aquella acusación, dicha con cierto tono de desprecio—. Ustedes los periodistas son unos caraduras.
—¿Caradura? ¿Acaso tienes ochenta años, preciosa? —dijo sonriendo con soberbia—. Si esperas que me ofenda, insúltame de manera apasionada, amor —pinchó, acariciándole el cabello. Ella apartó su mano con rudeza—. Aunque te confieso que eso será difícil.
—Eres un arrogante —aseguró y retrocedió un paso ante el avance desafiante de él.
—Dime lo que quieras, pero igual te advierto que no me quitarás la exclusiva.
—Te quitaré más que eso —lo retó, irguiéndose con altanería.
Eddy se encendió como una caldera. Tuvo que respirar hondo para soportar el ardiente vapor que estaba a punto de nublarle los sentidos.
—Inténtalo —propuso, antes de aferrar la cabeza de la chica entre sus manos y tomar por asalto su boca como si fuera la última gota de agua que existiera en el planeta.
Mordió sus labios, fríos y tensos, hasta lograr que se abrieran para él. Pasó con rapidez su lengua a su interior, como un ladrón en medio de la noche capaz de hurtar cada gemido, degustándose con el elíxir embriagante que tanto había deseado. La sintió temblar. Ella se estremeció ante esa atrevida invasión poniéndose en evidencia. Él aprovechó esa debilidad para llegar más lejos, buscando saciarse, pero aquello le resultaba imposible.
Estaba tan extasiado con aquel delicioso placer que no pudo reaccionar a tiempo al sentir que una pierna se enrollaba con la suya y lo hacía perder el equilibrio. Cayó al suelo de culo, perdiendo el contacto con el manjar de sus labios. Enseguida lo tumbaron por completo al suelo y lo giraron, estampándole la cara contra la acera, sin darle oportunidad de quejarse siquiera. Ella tomó uno de sus brazos doblándolo hacia la espalda. El dolor lo inmovilizó, impidiéndole que luchara.
—Vuelves a besarme y te corto la lengua, ¿me entendiste?
Eddy se impactó por aquella dura amenaza, dicha en su oreja.
—Espera, cariño, vamos a…
—¡No me llames cariño! —exigió la mujer y apretó su agarre.
Él gruñó, sintiéndose frustrado, aunque no pudo evitar mostrar una sonrisa por la situación embarazosa y divertida en la que se encontraba. Nunca una mujer lo había tratado de esa manera.
—Está bien, está bien. Lo que tú digas —claudicó con dificultad.
Ella emitió un rugido de furia antes de soltarlo y marcharse a toda prisa. Eddy la miró asombrado, aún desde el suelo, mientras procuraba recuperar la respiración.
—Mierda. Qué mujercita —expresó, poniéndose de pie en medio de quejidos. Le dolía el brazo y las nalgas.
Se irguió con soberbia al descubrir que las personas que pasaban cerca lo observaban con burla. Un vendedor de periódicos, apostado al borde de la acera, se reía de él con descaro. Eddy sonrió y lo saludó con una mano para disimular su incomodidad, se acomodó la ropa y salió de aquel lugar en busca de su auto, renqueando un poco por el dolor en el culo.
Al llegar al lugar donde había aparcado, encontró otro vehículo estacionado en él. Leroy se había ido y con seguridad, estaría enfadado por su nuevo desplante.
—Maldita sea —bramó, antes de tomar la vía hacia una estación del Metro.



Continuará... CAPÍTULO 11.



___________________
SÉ MI CHICA | Enlace de Pre-Venta a mitad de precio AQUÍ.
         Disponible en Amazon, en ebook y papel, a partir del 30 de Octubre de 2019 



No hay comentarios:

Publicar un comentario