April
parecía una niña de cinco años rodeada de regalos. Eddy le había llevado un
montón de obsequios para ella y para el bebé, que la tenían encantada.
—¡Milton,
mira esto! —exclamó al ver el sonajero de colores brillantes que salió de una cajita
forrada con papeles metalizados.
—¿Te
gusta? —quiso saber Eddy, sonriendo estrafalario. Estaba fascinado al ver lo
complacida que estaba la chica con todas las cosas que él había llevado.
—A
Peter Andrew le va a encantar.
—¿Peter
Andrew? —preguntó confuso.
—Sí,
así se va a llamar el bebé —respondió April con fastidio, como si le molestara
que le preguntaran lo mismo una y mil veces.
Eddy
se recostó en el sillón y arrugó el ceño.
—¿No
iba a llamarse Dylan Jacob?
La
chica lo observó con los ojos abiertos en su máxima expresión.
—No.
Nunca dije que ese sería su nombre definitivo —expresó, ocupada en abrir otro
de los regalos.
Eddy
sonrió. Peter Andrew era el octavo nombre que recibía el niño en un mes y aún
faltaba para su nacimiento, quizás, llegarían otros más antes que él.
Prefirió
no incordiarla con ese tema, había ido en busca del perdón de su hija sin tener
que hablar del asunto y la estrategia le estaba funcionando, no quería dañar el
esfuerzo. Odiaba dar explicaciones y establecer promesas que sabía, nunca
cumpliría. Desde que April era una niña, él siempre resolvía las diferencias
que podía tener con ella llenándola de obsequios. Así evitaba justificar lo que
no tenía justificación.
—Me
gustaba Dylan Jacob —comentó reflexivo—, aunque preferiría que lo llamaras
Eddy.
—¿Eddy?
—Sí,
así se parece a su abuelo. Todo un bombón —dijo orgulloso.
April
lo observó con las cejas arqueadas antes de dedicar toda su atención a la
evaluación de unos escarpines bordados.
—Prefiero
que tenga su propia personalidad —confesó con los ojos puestos en los
zapaticos—. O lo llamo Milton Junior, para que sea como su padre: super
inteligente.
Aquellas
palabras hirieron a Eddy, pero lo disimuló respirando hondo y poniéndose de
pie. No le sentó bien que su propia hija prefiriera que su nieto se pareciera a
otro y no a él, sin embargo, no tenía derecho a exigirle. Jamás le había dado
lo suficiente para que lo eligiera por encima de otros.
—Iré
a ver cómo la llevan los chicos con la edición de las fotos —alegó como excusa
para marcharse y no volver a ser lastimado. Siempre huía cuando se encontraba
en una situación difícil.
April
lo miró con tristeza, pero no se atrevió a decirle nada. Sabía que lo había herido.
No obstante, no conseguía palabras para disculparse, ni sentía esa necesidad.
Si hacía como si aquello no hubiese ocurrido, pronto lo olvidarían y ambos
podrían seguir con su relación sin tener que atravesar un momento incómodo.
—¿Cómo
va el asunto? —preguntó al entrar en la habitación de las computadoras.
—Hay
algunas que pueden servir para el primer artículo —dedujo Milton mientras
repasaba las imágenes en la pantalla.
—Habría
sacado más si no hubieras desaparecido —se quejó Leroy, expulsando hacia la
ventana el humo de su cigarro.
—Ya
te dije, quería saber quién era la periodista que está detrás de nuestra
exclusiva —rebatió Eddy, pendiente de lo que mostraba el computador.
—Ya
veo, ¿por eso terminaste con una patada en las pelotas en un baño de damas?
Eddy
gruñó y observó a su compañero con enfado.
—Las
mujeres son ariscas.
—Sí,
claro, más aún cuando hay acosadores en los alrededores.
Eddy
se irguió para enfrentar a su amigo, volvía a sentirse ofendido, pero Leroy en
ese momento no le prestaba atención por apagar su cigarro en un matero.
—Esta
es la única foto donde sale una rubia en el parque infantil —dijo Milton, interrumpiendo
el posible enfrentamiento y señalando a la pantalla.
Eddy
olvidó el agravio y se inclinó hacia el computador. Estaba ansioso por saber
quién era aquella mujer.
Su
corazón le saltó en el pecho al ver la imagen. La mayor parte de la foto la
ocupaba el grupo de sujetos a los que seguían, pero en una esquina se
encontraba la rubia, de espaldas, inclinada hacia el negro que parecía decirle
algo.
Aunque
era imposible verle el rostro, su trasero redondo se mostraba apetecible.
—Con
esa cara no puedo hacerle un reconocimiento facial —bromeó Milton, observando
con atención las curvas de la mujer. De la misma manera en que lo hacía Eddy y
Leroy.
—Yo
tengo un programa de reconocimiento que sí registra esos rostros —expresó Eddy,
relamiéndose los labios. Le resultaba fácil imaginar el placer que podría experimentar
al tomar esas atléticas nalgas entre sus manos.
—Si
es que ella te deja con pelotas —se mofó Leroy y emitió una carcajada que
contagió a Milton.
Eddy
les lanzó una mirada rencorosa, pero no continuó la discusión. Regresó su
atención a la pantalla para seguir admirando ese magnífico culo, que comenzaba
a volverse un delirio.
Recordó
la sensación del cuerpo cálido de la chica y las deliciosas curvas de sus senos
frotándose contra su pecho. Casi gimió de placer delante de sus compañeros al
rememorar el sabor adictivo de su boca y el tacto aterciopelado de su lengua
enroscada en la suya, acariciándolo hasta llegarle a la garganta.
Definitivamente
tenía que saborearla de nuevo. Iba a encontrarla, así se le fuera la vida en
ello.
—¿Ves
al negro que está con Kevin Patterson? —preguntó hacia Milton para centrarse de
nuevo en el tema que les interesaba y no dejarse llevar por su lujuria.
—Sí.
—¿Es
posible hacerle reconocimiento facial?
El
chico negó con la cabeza.
—Con
las fotos de la discoteca no pude dar con él. No está en mi base de datos.
—Me
has dicho que tienes amigos con bases de datos más amplias.
Milton
comprimió el rostro en una mueca de incomodidad.
—Sabes
que esos favores no son gratis. Ellos se la roban a la policía de Nueva York.
—Pregunta
cuánto.
—Tenemos
limitado el presupuesto para la investigación —recordó Leroy.
—Solo
pregunta cuánto piden —repitió Eddy con molestia hacia su yerno, ignorando el
aporte de su amigo.
El
chico compartió una mirada fastidiada con Leroy, pero este lo que hizo fue levantarse
de su asiento al tiempo que sacaba la cajetilla de cigarros del bolsillo de la
camisa.
—Mejor
voy por unas cervezas —dijo irritado y salió del cuarto.
El
silencio fluyó por un instante mientras Leroy se marchaba.
—¿Lo
haces por la investigación o por otra cosa? —exigió Milton al estar solos.
Eddy
respiró hondo y se pasó una mano por los cabellos.
—Ella
estaba allí para robarnos la exclusiva, pero compartió miradas con ese negro
—confesó y señaló al sujeto—. Él está más cerca de nuestros objetivos y podría
ser la fuente de ella. Eso nos pone en desventaja. Por eso necesito saber
quiénes son, para luego ver de qué manera nos adelantamos.
—Si
tú lo dices —respondió el chico y alzó los hombros con indiferencia, al tiempo
de que hacía un respaldo de todas las imágenes en su disco duro y en la nube.
—¡Amor,
ven a ver los regalos que nos trajo papá! —gritó April desde afuera.
—Ya
voy, cariño.
—¡Ven
ya! —exigió ella—. ¡No sigas dejándome sola! —reclamó. Eddy y Milton suspiraron
al mismo tiempo.
—Está
cada vez más intensa —comentó Eddy, rascándose la cabeza.
—No
has visto nada aún —aseguró Milton, y se puso de pie para ir con su chica y así
calmarla un poco.
Eddy
se quedó solo en la habitación con la foto de la rubia reflejada en la
pantalla. No podía dejar de admirar su culo. Esa visión le despertó la
ansiedad.
Estaba
loco por tocar esas nalgas y escuchar sus gemidos. Tuvo que apretar la
mandíbula para controlar el deseo, ya que aquello amenazaba con volverse
irrefrenable.
Más
de lo habitualmente se generaba en él.
Continuar.... CAPÍTULO 10.
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