SÉ MI CHICA | Capítulo 8. Una oportunidad. ¿Es lo todo que necesitas?



Eddy se sentía como una mierda. El estómago aún le rugía como si fuera un león, famélico y enjaulado, aunque la cabeza ya no le sonaba como lo hacían los tambores en la noche de San Juan. Al menos, podía estar de pie sin que se le notara el temblor en las manos, pero la sed lo agobiaba. Así que, luego de vestirse para encontrarse con Leroy, buscó una botella de agua y se colocó los lentes de sol.
Al entrar en el ascensor evitó mirarse al espejo. Ese día no le gustaba su apariencia, ni siquiera él mismo se reconocía. En su rostro podían divisarse las facciones que dejaban el peso de los errores cometidos y el de las frustraciones.
Sabía que no andaba por el camino correcto, pero no se encontraba de ánimo para cambiar el rumbo, y, aunque no se sentía a gusto con lo que hacía, aquello era su mejor forma de sortear la soledad. Nunca estuvo preparado para mantener una relación con una única persona que lo ayudara a estabilizarse. Le temía a las exigencias y a las imposiciones, a los planes de futuro y a las rutinas.
Salió del edificio sintiéndose muy cansado y subió al auto de su amigo en silencio, procurando no darle la cara. No estaba dispuesto a soportar los regaños de nadie y con esa actitud lo dejaba en claro. Leroy lo conocía muy bien.
—Pensé que traerías un termo de café —bromeó para retomar la camaradería.
—Me lo tomé todo antes de salir.
El moreno resopló con diversión y puso el auto en marcha mientras Eddy le daba un trago al agua.
—Pareces un sádico recién salido de un bar y te informo que vamos a un parque infantil.
—¿A un parque infantil? —preguntó Eddy con desagrado. Lo menos que necesitaba en ese momento eran gritos de niños tronando a su alrededor.
—Sí, allí estarán nuestros blancos. Kevin Patterson celebra el cumpleaños de un ahijado mientras se reúne con Jimmy Carter.
—Bonito lugar para hacer una reunión de negocios —masculló molesto y tapó su boca con un puño para disimular un eructo.
—Es genial. Nadie podría suponer que dentro de un parque infantil se estaría fraguando una estafa millonaria.
—Solo nosotros —completó, y cerró los ojos quitándose los lentes para apretarse los párpados. La luz natural le molestaba.
—Hablé con Steven sobre tus sospechas de que este caso debió haber trascendido por lo ocurrido en la discoteca. Me dijo que había muchas posibilidades, sus contactos cercanos a Patterson le confesaron que el político está muy furioso por lo que publicamos. Quizás por eso fue visitado por un enviado del comisionado policial de Nueva York, para obligarlo a dejar el asunto hasta allí.
—Vaya, aún me escuchas —bramó con desagrado y volvió a colocarse los lentes recostándose en el asiento simulando dormitar.
—Steven cree que hay un asunto turbio, porque se enteró que en el departamento de policía ocurrieron reuniones serias por la presencia policial en la discoteca. Amenazaron a unos detectives con el despido y les prohibieron molestar al político o a sus allegados.
Eddy no dijo nada, parecía dormido. Leroy respiró hondo y apretó la mandíbula. La actitud de su amigo comenzaba a fastidiarlo.
—¿Estás bien? ¿Estás aquí, conmigo?
—Sí, lo estoy —respondió Eddy, irritado.
—Te necesito despierto. ¿Lo sabes? —lo pinchó, recibiendo un quejido como respuesta.
—Lo sé —contestó enfadado, pero sin cambiar su postura—. Solo me relajo.
Leroy bufó.
—No me salgas con otra sorpresita —masculló entre dientes. Eddy sonrió con poca gracia.
—Tranquilo. No hay distracciones en los parques infantiles.
—¿No? Hay mamis que están como para comérselas —bromeó. Eddy se incorporó y lo observó con severidad.
—Ahora eres tú quien parece un sádico.
La carcajada de Leroy resonó en el auto aliviando la tensión del ambiente. Eddy aumentó la sonrisa y negó con la cabeza antes de recostarse de nuevo en el asiento, aunque esta vez, mantuvo su atención en el paisaje.
Minutos después llegaron al lugar y se estacionaron en un pequeño centro comercial ubicado a una cuadra de distancia. Se apresuraron por aproximarse al sitio, quedándose en los alrededores para evaluar a los invitados que iban llegando. Querían asegurarse de que sus blancos estuvieran ya presentes.
—Allí está el auto de Kevin Patterson y si no me equivoco, ese de allá es el auto de Carter —comentó Leroy, señalando un vehículo apostado cerca de un árbol.
—Creo que podemos comenzar.
—No te pongas espontáneo, ¿sí? —advirtió, al tiempo que se colgaba al hombro el morral donde llevaba su cámara de fotos—. Vamos por nuestro caso —dijo al encaminarse hacia el establecimiento.
Eddy lo siguió y evaluó los alrededores con desconfianza.
—¿Cómo entraremos? —quiso saber.
—Una de las encargadas del parque infantil nos ayudará a entrar por el área de cocina, como empleados.
—¿Fue idea de Steven? ¿Dónde halló ese contacto? —preguntó receloso.
—¡Qué voy a saber! —se quejó el moreno mientras caminaban— Haces muchas preguntas. Cuando tengas tiempo, entre borrachera y borrachera, habla con Steven y acláralas.
Las palabras de Leroy estuvieron tan impregnadas de reclamo que hicieron un gran peso en el estómago de Eddy. Tuvo que darle un trago largo a su agua para pasarlas e intentar sentirse menos culpable, pero el efecto no fue tan eficaz.
No obstante, decidió no discutir, y acompañó a su amigo mientras traspasaban un estacionamiento que los llevó a una puerta de servicio del negocio. Leroy contaba con unos pases como empleados, logrando obtener acceso a una cocina amplia, seguidos por la mirada evaluadora de algunos guardias de seguridad. Temían que alguno los reconociera por haber estado en la discoteca, pero nada sucedió.
Dentro, Eddy sintió escalofríos. La puerta de la cocina que conectaba con la sala principal estaba abierta y él pudo mirar a tres decenas de niños gritando y corriendo por todo el lugar. Hacían un gran escándalo. Había unos cuantos atacando la decoración, que con dificultad los empleados lograban defender. Dos jóvenes intentaban distraerlos disfrazados de payasos y haciendo malabares para captar su atención, pero varios chicos les saboteaban el acto jugándoles bromas pesadas.
Tragó grueso para llenarse de valor y seguir adelante.
—Saquemos las malditas fotos y salgamos de este infierno —masculló Leroy junto a él, estando también a punto de un colapso nervioso.
Se obligaron a olvidarse de lo que ocurría en el salón principal y fueron con la encargada, que resultó ser amiga de la esposa de su jefe, hacia una oficina ubicada al fondo de la cocina para escuchar sus advertencias. La mujer estaba nerviosa por lo que harían y esperaba que no se presentara algún inconveniente que la delatara. Luego de hablar con ella, se acercaron con disimulo hacia el área de los adultos, esquivando a los niños revoltosos, cada uno por flancos diferentes.
Leroy simulaba ser un fotógrafo que tomaría imágenes de la velada, hasta llevaba puesto el delantal turquesa y una visera colorida que era el uniforme de los empleados; y Eddy se haría pasar por un mecánico que evaluaba el funcionamiento de las máquinas de videojuegos, portando una caja de herramientas que la encargada le había facilitado.
Mientras Leroy captaba las imágenes de la reunión que se producía en el fondo de la sala, entre Kevin Patterson, Carter y otros sujetos, Eddy evaluaba a los acompañantes, tomando nota mental de las posturas y gestos de todos. Arrugó el ceño al descubrir entre ellos al negro alto que había discutido con Jimmy Carter en el estacionamiento de la discoteca.
Estudiaba sus movimientos con tanta concentración que se le olvidó simular que trabajaba con las máquinas. Notó su descuido cuando el negro se percató que lo observaba, haciendo lo mismo con él.
—Maldita sea —masculló, y tomó con rapidez la caja de herramientas para alejarse del lugar.
Esquivó la avalancha de niños gritones y se dirigió a la cocina. Necesitaba ocultarse por unos minutos, así el sujeto se olvidaba de él, pero quedó pasmado al ver a una mujer salir del área de los baños.
Ella también quedó de piedra al mirarlo. Sus ojos brillaron por la preocupación y la sorpresa. Era la rubia de la discoteca, la supuesta dama de compañía, solo que ahora estaba vestida como una madre recatada.
El mundo se detuvo un instante mientras ellos compartían una intensa mirada, hasta que la mujer dio una ojeada nerviosa hacia el negro reunido con Patterson y con Carter. Eddy, por instinto, dirigió su atención hacia el hombre, descubriéndolo irritado.
—Qué mierda —dijo para sí mismo y avanzó hacia ella.
La mujer se sobresaltó y se dirigió con rapidez hacia la cocina, huyendo de él. Eddy aceleró el paso. Cuando entró en la estancia se inquietó al no divisarla. El lugar estaba a reventar, lleno de personal que se movía de un lado a otro preparando las bandejas con las que atenderían a la jauría de niños y a sus acompañantes.
Escuchó una puerta abrirse y, al mirar hacia ese lugar, la vio saliendo a las carreras al estacionamiento.
Dejó la caja de herramientas sobre una mesa y atravesó la habitación lo más rápido que pudo, apresurándose por alcanzarla. Notó que ella se escabullía por entre los autos hacia el establecimiento que se hallaba detrás, separado del parque infantil por una reja baja. Él la siguió, sospechando que ella estaba allí haciendo lo mismo que él: buscaba información, pero tenía un contacto muy cercano a Carter y a Patterson, que era el negro que los acompañaba. Podía ganarle la partida.
Caminó de prisa, persiguiéndola en dirección al restaurante de comida mexicana contiguo al parque. La rubia no sabía que él la seguía muy de cerca.
Divisó como ella se introducía en uno de los cuartos ubicados en la parte trasera del negocio y corrió para impedir que la puerta se cerrara luego de que la mujer entrara. Pasó a una habitación que resultó ser un baño de damas, sorprendiéndola.
Ella se sobresaltó al percibir que no estaba sola, pero no pudo reaccionar a tiempo. Eddy la abordó sosteniéndola por las manos y estampándola contra la pared para inmovilizarla.
Sus rostros quedaron a escasos centímetros de distancia. Ambos debatiéndose con miradas severas. Eddy tuvo que forcejear para evitar que se liberara, sintiendo en su piel el divino calor que expelía el cuerpo de la mujer, de senos generosos y curvas definidas.
Cuando ella se cansó de luchar, gruñó con frustración. Eddy le había colocado las manos sobre la cabeza, dejando el rostro a su merced. Observaba con gusto los labios entreabiertos, soportando las ganas que tenía por besarlos. Deseaba con intensidad probar esa boca de rictus severo hasta arrancarle cientos de gemidos.
—¿Quién eres? —preguntó haciendo un esfuerzo por controlarla. Ella tenía más fuerza de la que él había supuesto.
—Vete. No cometas un error —advirtió con amenaza, provocándole un oleaje de placer.
Eddy sonrió divertido.
—Eres periodista, ¿cierto? Buscas quitarme la exclusiva.
—No te equivoques.
—Tú eres quien no tiene que equivocarse —advirtió y detalló con mayor interés sus labios seductores.
Ella pareció captar su ansiedad y enseguida eliminó la distancia que los separaba para besarlo con furia.
Eddy la recibió impactado, pero al probar esos labios, tan dulces y frescos, sintió una sacudida en todo su organismo. Sin dejar de besarla le abrió los labios, introduciendo su implacable lengua. La pegó aún más contra la pared, para saborear a gusto todo su interior, haciéndola jadear por el goce. Se apretó contra ella, frotando su pene hinchado en su vientre.
La ansiedad le recorrió las venas encendiéndole la sangre hasta volvérsela lengüetas de fuego. Quería tocarla y desnudarla, comérsela entera, pero si le soltaba las manos, ella escaparía.
Tuvo que dejar por un instante su boca para poder respirar. El placer lo ahogaba. Le mordió la mandíbula antes de abordarla de nuevo, pero ella lo empujó y, al lograr obtener unos centímetros de separación, subió la rodilla y le aplastó los testículos.
Eddy gritó y se arqueó retorcido por el dolor. Tuvo que soltarla para cubrirse las pelotas que le palpitaban, dándole oportunidad a la mujer de darle otro empujón y tumbarlo en el piso.
—Perra… —lloriqueó, pero pronto quedó solo. Ella salió a las carreras del baño.



Continuar... CAPÍTULO 9.



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