Eddy
se sentía como una mierda. El estómago aún le rugía como si fuera un león,
famélico y enjaulado, aunque la cabeza ya no le sonaba como lo hacían los
tambores en la noche de San Juan. Al menos, podía estar de pie sin que se le
notara el temblor en las manos, pero la sed lo agobiaba. Así que, luego de
vestirse para encontrarse con Leroy, buscó una botella de agua y se colocó los
lentes de sol.
Al
entrar en el ascensor evitó mirarse al espejo. Ese día no le gustaba su
apariencia, ni siquiera él mismo se reconocía. En su rostro podían divisarse
las facciones que dejaban el peso de los errores cometidos y el de las
frustraciones.
Sabía
que no andaba por el camino correcto, pero no se encontraba de ánimo para
cambiar el rumbo, y, aunque no se sentía a gusto con lo que hacía, aquello era
su mejor forma de sortear la soledad. Nunca estuvo preparado para mantener una
relación con una única persona que lo ayudara a estabilizarse. Le temía a las
exigencias y a las imposiciones, a los planes de futuro y a las rutinas.
Salió
del edificio sintiéndose muy cansado y subió al auto de su amigo en silencio, procurando
no darle la cara. No estaba dispuesto a soportar los regaños de nadie y con esa
actitud lo dejaba en claro. Leroy lo conocía muy bien.
—Pensé
que traerías un termo de café —bromeó para retomar la camaradería.
—Me
lo tomé todo antes de salir.
El
moreno resopló con diversión y puso el auto en marcha mientras Eddy le daba un
trago al agua.
—Pareces
un sádico recién salido de un bar y te informo que vamos a un parque infantil.
—¿A
un parque infantil? —preguntó Eddy con desagrado. Lo menos que necesitaba en
ese momento eran gritos de niños tronando a su alrededor.
—Sí,
allí estarán nuestros blancos. Kevin Patterson celebra el cumpleaños de un
ahijado mientras se reúne con Jimmy Carter.
—Bonito
lugar para hacer una reunión de negocios —masculló molesto y tapó su boca con
un puño para disimular un eructo.
—Es
genial. Nadie podría suponer que dentro de un parque infantil se estaría
fraguando una estafa millonaria.
—Solo
nosotros —completó, y cerró los ojos quitándose los lentes para apretarse los
párpados. La luz natural le molestaba.
—Hablé
con Steven sobre tus sospechas de que este caso debió haber trascendido por lo
ocurrido en la discoteca. Me dijo que había muchas posibilidades, sus contactos
cercanos a Patterson le confesaron que el político está muy furioso por lo que
publicamos. Quizás por eso fue visitado por un enviado del comisionado policial
de Nueva York, para obligarlo a dejar el asunto hasta allí.
—Vaya,
aún me escuchas —bramó con desagrado y volvió a colocarse los lentes
recostándose en el asiento simulando dormitar.
—Steven
cree que hay un asunto turbio, porque se enteró que en el departamento de
policía ocurrieron reuniones serias por la presencia policial en la discoteca.
Amenazaron a unos detectives con el despido y les prohibieron molestar al
político o a sus allegados.
Eddy
no dijo nada, parecía dormido. Leroy respiró hondo y apretó la mandíbula. La
actitud de su amigo comenzaba a fastidiarlo.
—¿Estás
bien? ¿Estás aquí, conmigo?
—Sí,
lo estoy —respondió Eddy, irritado.
—Te
necesito despierto. ¿Lo sabes? —lo pinchó, recibiendo un quejido como
respuesta.
—Lo
sé —contestó enfadado, pero sin cambiar su postura—. Solo me relajo.
Leroy
bufó.
—No
me salgas con otra sorpresita —masculló entre dientes. Eddy sonrió con poca
gracia.
—Tranquilo.
No hay distracciones en los parques infantiles.
—¿No?
Hay mamis que están como para comérselas —bromeó. Eddy se incorporó y lo
observó con severidad.
—Ahora
eres tú quien parece un sádico.
La
carcajada de Leroy resonó en el auto aliviando la tensión del ambiente. Eddy
aumentó la sonrisa y negó con la cabeza antes de recostarse de nuevo en el
asiento, aunque esta vez, mantuvo su atención en el paisaje.
Minutos
después llegaron al lugar y se estacionaron en un pequeño centro comercial
ubicado a una cuadra de distancia. Se apresuraron por aproximarse al sitio,
quedándose en los alrededores para evaluar a los invitados que iban llegando.
Querían asegurarse de que sus blancos estuvieran ya presentes.
—Allí
está el auto de Kevin Patterson y si no me equivoco, ese de allá es el auto de
Carter —comentó Leroy, señalando un vehículo apostado cerca de un árbol.
—Creo
que podemos comenzar.
—No
te pongas espontáneo, ¿sí? —advirtió, al tiempo que se colgaba al hombro el
morral donde llevaba su cámara de fotos—. Vamos por nuestro caso —dijo al
encaminarse hacia el establecimiento.
Eddy
lo siguió y evaluó los alrededores con desconfianza.
—¿Cómo
entraremos? —quiso saber.
—Una
de las encargadas del parque infantil nos ayudará a entrar por el área de
cocina, como empleados.
—¿Fue
idea de Steven? ¿Dónde halló ese contacto? —preguntó receloso.
—¡Qué
voy a saber! —se quejó el moreno mientras caminaban— Haces muchas preguntas. Cuando
tengas tiempo, entre borrachera y borrachera, habla con Steven y acláralas.
Las
palabras de Leroy estuvieron tan impregnadas de reclamo que hicieron un gran
peso en el estómago de Eddy. Tuvo que darle un trago largo a su agua para
pasarlas e intentar sentirse menos culpable, pero el efecto no fue tan eficaz.
No
obstante, decidió no discutir, y acompañó a su amigo mientras traspasaban un estacionamiento
que los llevó a una puerta de servicio del negocio. Leroy contaba con unos
pases como empleados, logrando obtener acceso a una cocina amplia, seguidos por
la mirada evaluadora de algunos guardias de seguridad. Temían que alguno los
reconociera por haber estado en la discoteca, pero nada sucedió.
Dentro,
Eddy sintió escalofríos. La puerta de la cocina que conectaba con la sala
principal estaba abierta y él pudo mirar a tres decenas de niños gritando y
corriendo por todo el lugar. Hacían un gran escándalo. Había unos cuantos
atacando la decoración, que con dificultad los empleados lograban defender. Dos
jóvenes intentaban distraerlos disfrazados de payasos y haciendo malabares para
captar su atención, pero varios chicos les saboteaban el acto jugándoles bromas
pesadas.
Tragó
grueso para llenarse de valor y seguir adelante.
—Saquemos
las malditas fotos y salgamos de este infierno —masculló Leroy junto a él,
estando también a punto de un colapso nervioso.
Se
obligaron a olvidarse de lo que ocurría en el salón principal y fueron con la
encargada, que resultó ser amiga de la esposa de su jefe, hacia una oficina
ubicada al fondo de la cocina para escuchar sus advertencias. La mujer estaba nerviosa
por lo que harían y esperaba que no se presentara algún inconveniente que la
delatara. Luego de hablar con ella, se acercaron con disimulo hacia el área de
los adultos, esquivando a los niños revoltosos, cada uno por flancos
diferentes.
Leroy
simulaba ser un fotógrafo que tomaría imágenes de la velada, hasta llevaba
puesto el delantal turquesa y una visera colorida que era el uniforme de los
empleados; y Eddy se haría pasar por un mecánico que evaluaba el funcionamiento
de las máquinas de videojuegos, portando una caja de herramientas que la encargada
le había facilitado.
Mientras
Leroy captaba las imágenes de la reunión que se producía en el fondo de la sala,
entre Kevin Patterson, Carter y otros sujetos, Eddy evaluaba a los
acompañantes, tomando nota mental de las posturas y gestos de todos. Arrugó el
ceño al descubrir entre ellos al negro alto que había discutido con Jimmy
Carter en el estacionamiento de la discoteca.
Estudiaba
sus movimientos con tanta concentración que se le olvidó simular que trabajaba
con las máquinas. Notó su descuido cuando el negro se percató que lo observaba,
haciendo lo mismo con él.
—Maldita
sea —masculló, y tomó con rapidez la caja de herramientas para alejarse del
lugar.
Esquivó
la avalancha de niños gritones y se dirigió a la cocina. Necesitaba ocultarse
por unos minutos, así el sujeto se olvidaba de él, pero quedó pasmado al ver a
una mujer salir del área de los baños.
Ella
también quedó de piedra al mirarlo. Sus ojos brillaron por la preocupación y la
sorpresa. Era la rubia de la discoteca, la supuesta dama de compañía, solo que
ahora estaba vestida como una madre recatada.
El
mundo se detuvo un instante mientras ellos compartían una intensa mirada, hasta
que la mujer dio una ojeada nerviosa hacia el negro reunido con Patterson y con
Carter. Eddy, por instinto, dirigió su atención hacia el hombre, descubriéndolo
irritado.
—Qué
mierda —dijo para sí mismo y avanzó hacia ella.
La
mujer se sobresaltó y se dirigió con rapidez hacia la cocina, huyendo de él.
Eddy aceleró el paso. Cuando entró en la estancia se inquietó al no divisarla.
El lugar estaba a reventar, lleno de personal que se movía de un lado a otro
preparando las bandejas con las que atenderían a la jauría de niños y a sus
acompañantes.
Escuchó
una puerta abrirse y, al mirar hacia ese lugar, la vio saliendo a las carreras
al estacionamiento.
Dejó
la caja de herramientas sobre una mesa y atravesó la habitación lo más rápido
que pudo, apresurándose por alcanzarla. Notó que ella se escabullía por entre
los autos hacia el establecimiento que se hallaba detrás, separado del parque
infantil por una reja baja. Él la siguió, sospechando que ella estaba allí
haciendo lo mismo que él: buscaba información, pero tenía un contacto muy
cercano a Carter y a Patterson, que era el negro que los acompañaba. Podía
ganarle la partida.
Caminó
de prisa, persiguiéndola en dirección al restaurante de comida mexicana contiguo
al parque. La rubia no sabía que él la seguía muy de cerca.
Divisó
como ella se introducía en uno de los cuartos ubicados en la parte trasera del
negocio y corrió para impedir que la puerta se cerrara luego de que la mujer
entrara. Pasó a una habitación que resultó ser un baño de damas, sorprendiéndola.
Ella
se sobresaltó al percibir que no estaba sola, pero no pudo reaccionar a tiempo.
Eddy la abordó sosteniéndola por las manos y estampándola contra la pared para
inmovilizarla.
Sus
rostros quedaron a escasos centímetros de distancia. Ambos debatiéndose con
miradas severas. Eddy tuvo que forcejear para evitar que se liberara, sintiendo
en su piel el divino calor que expelía el cuerpo de la mujer, de senos
generosos y curvas definidas.
Cuando
ella se cansó de luchar, gruñó con frustración. Eddy le había colocado las
manos sobre la cabeza, dejando el rostro a su merced. Observaba con gusto los labios
entreabiertos, soportando las ganas que tenía por besarlos. Deseaba con
intensidad probar esa boca de rictus severo hasta arrancarle cientos de
gemidos.
—¿Quién
eres? —preguntó haciendo un esfuerzo por controlarla. Ella tenía más fuerza de
la que él había supuesto.
—Vete.
No cometas un error —advirtió con amenaza, provocándole un oleaje de placer.
Eddy
sonrió divertido.
—Eres
periodista, ¿cierto? Buscas quitarme la exclusiva.
—No
te equivoques.
—Tú
eres quien no tiene que equivocarse —advirtió y detalló con mayor interés sus
labios seductores.
Ella
pareció captar su ansiedad y enseguida eliminó la distancia que los separaba
para besarlo con furia.
Eddy
la recibió impactado, pero al probar esos labios, tan dulces y frescos, sintió
una sacudida en todo su organismo. Sin dejar de besarla le abrió los labios,
introduciendo su implacable lengua. La pegó aún más contra la pared, para
saborear a gusto todo su interior, haciéndola jadear por el goce. Se apretó
contra ella, frotando su pene hinchado en su vientre.
La
ansiedad le recorrió las venas encendiéndole la sangre hasta volvérsela
lengüetas de fuego. Quería tocarla y desnudarla, comérsela entera, pero si le
soltaba las manos, ella escaparía.
Tuvo
que dejar por un instante su boca para poder respirar. El placer lo ahogaba. Le
mordió la mandíbula antes de abordarla de nuevo, pero ella lo empujó y, al
lograr obtener unos centímetros de separación, subió la rodilla y le aplastó
los testículos.
Eddy
gritó y se arqueó retorcido por el dolor. Tuvo que soltarla para cubrirse las
pelotas que le palpitaban, dándole oportunidad a la mujer de darle otro empujón
y tumbarlo en el piso.
—Perra…
—lloriqueó, pero pronto quedó solo. Ella salió a las carreras del baño.
Continuar... CAPÍTULO 9.
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