SÉ MI CHICA | Capítulo 2. No mientas. A menos que sea para salvarte el pellejo



—¡Pero, ¿qué has hecho?! —consultó April llena de furia.
La negra con cuerpo de modelo ya se había ido de casa. Sola. Eddy tuvo que darle dinero para el taxi, porque si se atrevía a dejar a su hija para llevarla a su casa, sentenciaría su vida.
—No hice nada. ¡Ni siquiera me dejaste terminar! —expresó él con socarronería y algo pasado de tragos, provocando que la chica rugiera por la furia.
Se había tomado el resto del vino directo de la botella. Así mataba la frustración que le había quedado luego de que su hija interrumpiera su momento de placer y sacara a empujones a su conquista de la casa.
—Amor, cálmate. El niño —recordó Milton, el esposo de April, usando una voz melosa para intentar calmar la efusividad de su chica.
April le dirigió una mirada asesina que logró intimidarlo y lo obligó a cerrar la boca, luego suspiró hondo y se sentó en la mesa acariciándose el hinchado vientre para sosegar su explosivo carácter y no afectar a su avanzado embarazo. Sin embargo, apenas se acordó que sobre esa mesa había hallado desnudo y atado a su padre, puso cara de asco y se levantó quedándose de pie cerca de una encimera.
Eddy torció el rostro en una mueca de desagrado mientras lanzaba la botella vacía al cubo de la basura. Ya se encontraba vestido, pero en su rostro adormilado aún se reflejaba la insatisfacción por el sexo no culminado. Lo único en lo que pensaba era en la manera en que le quitaría a su hija la llave de su departamento sin perder algún miembro de su cuerpo en el intento. Se la había entregado para entrar en confianza con ella después de la difícil relación que tuvieron durante la infancia de la joven, pero no quería que ese tipo de interrupciones siguieran sucediéndose.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó en susurros hacia su yerno y demostrando su molestia.
Milton, un chico alto y rubio de apenas veintiún años, pero con la frente tan arrugada por las preocupaciones como la de un hombre de sesenta, alzó los hombros con indiferencia y no dijo una sola palabra. Prefirió distraerse mirando los juguetes eróticos que la mujer había dejado abandonados por huir a toda prisa de aquella escena bochornosa.
—La cena. ¿Lo recuerdas? —respondió April entre dientes.
—¿Cena? —inquirió Eddy, y observó confuso los alrededores tratando de hacer memoria.
Un instante después se golpeó la frente emitiendo un quejido al recordar que había estado en el mercado para comprar una lata de tomates en conserva, porque su hija se lo había solicitado. Esa tarde iba a reunirse con ellos y se quedaría a cenar.
April, a pesar de ser una chica sana de apenas veinte años de edad, sufría de esporádicos ataques de ansiedad que iniciaron con la muerte de su madre un año atrás y se acentuaron con el embarazo. La idea de Eddy era animarla con su visita, pero había echado por tierra sus planes.
—¿Por qué te tratas de esa manera? —preguntó la joven hacia su padre con un puchero en los labios y lágrimas en los ojos, aunque sin abandonar su semblante fiero.
—¿Cómo me trato? ¡No pasó nada! —justificó Eddy con cansancio—. Iba a ser solo sexo de unos minutos y ya, luego iba a tu casa —se quejó acercándose a ella y uniendo las manos frente a su cara en un gesto de súplica.
—Ayer tuviste sexo de unos minutos en el baño del bar donde siempre te emborrachas, obligando a Milton a salir de casa a media noche para pagar tu fianza y sacarte de prisión. ¡Te fuiste a los golpes con el marido de aquella mujer y destruiste los espejos del baño de damas!
Eddy suspiró agobiado y bajó los hombros en señal de derrota.
—Ese fue un problema… pasajero.
—Hace dos días también tuviste sexo de unos minutos en tu trabajo —continuó la chica con enfado—. ¡Por eso están a punto de echarte del diario!
Eddy se pasó una mano por el rostro al recordar ese problema aún no resuelto.
—Eso no fue sexo, solo… una metida de mano —alegó con nerviosismo.
—¿Una metida de mano? ¿A una de las editoras? ¡¿Y delante de todos los empleados?!
El hombre la miró alarmado.
—¡No fue delante de todos! Estábamos dentro del cuarto de la fotocopiadora.
—Ah, claro. Tenían mucha intimidad —se burló April con furia y se cruzó de brazos—. Me he enterado de otros casos, papá.
—¡No hay más! —exclamó ofendido.
—Milton ha tenido que sacarte en varias oportunidades de la cárcel.
Eddy observó a su yerno con rencor.
—Chismoso —le reprochó entre dientes, pero el joven lo que hizo fue volver a alzar los hombros y seguir detallando los juguetes.
—Eso de… sexo de unos minutos —expresó la chica con repulsión—, se está volviendo tan dañino como tu alcoholismo.
—¡¿Mi alcoholismo?! —rebatió indignado.
April puso los ojos en blanco antes de dirigirse hacia el refrigerador. Sacó de su interior dos botellas de vino que dejó sobre la mesa. Luego revisó las repisas, colocando junto al vino otras cinco botellas de licor. Todas casi acabadas. Del cubo de basura sacó unas botellas vacías de cerveza y la de vino que él había terminado de beber. Eddy seguía sus pasos con una mezcla de sorpresa y rabia en el rostro.
Cuando la chica quiso salir de la cocina para buscar en la sala las que ella sabía que se encontraban ocultas dentro de las gavetas del escritorio de trabajo y en el armario donde se hallaba el televisor, Eddy la detuvo sosteniéndola por un brazo.
—Está bien. Déjalo así —dijo con voz severa.
April apretó la mandíbula para controlar la ira y respiró hondo acariciándose el vientre.
—Sé que hay más en el dormitorio, en el baño y en el cuarto de la lavandería.
Eddy se tensó apretando los puños un instante, luego suspiró pasándose una mano por sus cabellos para relajar los ánimos. No sabía que era lo que más le molestaba. Si el hecho de que su hija conociera todos los lugares secretos de su casa, sin vivir allí, o que lo estuviera reprendiendo como a un niño pequeño.
Él era el padre y aunque April estuviera casada y a punto de tener un hijo, seguía siendo una niña de apenas veinte años de edad. Una con la que él poco había compartido durante su infancia por estar persiguiendo sus sueños, cazando noticias escandalosas que lo ayudaran a sacar de abajo a su fracasada carrera de periodista; y una a la que ignoró durante su adolescencia por vivir metido en constantes líos en busca de exclusivas.
Cuando ella salió del instituto, él era un destacado periodista de sucesos. No solo trabajaba descubriendo la noticia, sino que en ocasiones, colaboraba con policías para resolver casos difíciles. Sin embargo, no se sentía satisfecho con lo que había logrado. Su departamento, aunque estaba bien equipado, era demasiado frío y se hallaba muy solo. Para apalear esa profunda sensación de abandono se ató a diversidad de vicios, sobre todo, al alcohol y al sexo.
Gracias a eso, para la época en que April inició la universidad, él se había convertido en un caos, lo que impidió que estuviera presente cuando falleció la madre de la chica. Al pretender acercarse, ambos eran unos desconocidos. Él un adicto, nervioso e inseguro, y ella, una joven entristecida y ansiosa.
Lo único bueno que había salido de sus esfuerzos por relacionarse con su hija, fue que ella pudo conocer a Milton, un joven experto en diseño y programación digital que trabajaba en el departamento de publicidad del diario, a quien Eddy siempre buscaba para que lo ayudara a editar imágenes o realizar difíciles búsquedas en internet. Y, a pesar de que la relación entre los chicos había sido efervescente y en menos de un año dio frutos, Milton se había convertido en un gran soporte no solo para April, sino también, para Eddy, transformándose en un gran amigo.
—No pretendo ser una mujer controladora y obsesiva —aseguró ella con tristeza—. Es solo… que no quiero perderte a ti también.
Esa confesión conmovió a Eddy hasta los huesos, erizándole la piel. Apretó la mandíbula para controlar la rabia hacia sí mismo por no lograr contener sus ansias, al menos, por una tarde, y así cumplirle a su hija. Una vez más le fallaba, parecía que no se cansaba de hacerlo.
—No volverá a pasar —masculló, promesa que hasta a él le sonaba banal.
Sin embargo, ella, como siempre, dejó de lado sus miedos y preocupaciones para abrazarse a la cintura de su padre, rogando porque en esa ocasión fuera cierto. No pudo evitar que un par de lágrimas bajaran por sus mejillas, que Eddy secó con sus pulgares antes de besarle la frente.
—¿Sigue en pie el plan de la cena?
April gimoteó antes de responderle.
—¿De verdad, quieres hacerlo?
—Por favor —rogó sin dejar de acariciarle las mejillas. La chica sonrió.
—Está bien, pero te vienes con nosotros —advirtió, muy seria.
—Por supuesto —garantizó Eddy, contento—. Me cambio de ropa y vamos a tu casa.
Luego de otro fuerte abrazo, él se dirigió a su habitación. April respiró hondo al verlo salir de la cocina, pero arrugó el ceño al dirigir su atención hacia Milton y encontrarlo evaluando con interés los juguetes eróticos.
—¿Qué haces?
—¿Qué es esto? —consultó con falsa inocencia y elevó hacia la chica el dilatador anal que sostenía con una mano como si fuera un puñal, luego hizo movimientos con él como si se tratara de una espada. Solo quería hacerla reír para que superara el amargo momento.
—Eres un ignorante. ¡Dame eso! —lo regañó y le quitó de mala gana el accesorio.
Ambos miraron el objeto con cierta curiosidad, pero simulando que poco les importaba. Milton se metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se balanceó en sus pies antes de hablarle.
—¿Me enseñas a usarlo? —propuso, dedicándole una mirada ardiente.
Ella arqueó las cejas, tratando de ocultar su emoción.
—Soy una mujer embarazada —dijo con esforzada severidad.
Él alzó los hombros con indiferencia y se acercó, abrasándola con el deseo que llameaba en sus ojos.
—Y yo el padre de ese niño, quien solo quiere amarte y provocarte los orgasmos más sublimes de tu existencia.
Aquellas palabras la estremecieron e hicieron ebullición en su interior, más aún, al ver a Milton casi encima de ella, incinerándola con su excitante calor. Sin embargo, al escuchar que Eddy se acercaba, se guardó con rapidez el juguete entre los senos.
—¡Listo! —aseguró el hombre notando como los chicos se habían sobresaltado con su llegada y se alejaban con nerviosismo, como si los hubiera pillado en una acción indebida—. ¿Todo bien?
—Sí —aseguró April, con la voz temblorosa por la colisión de emociones. Se aclaró la garganta y se acercó a su padre para tomarlo por el codo y arrastrarlo a la puerta—. ¿Vamos?
—Vamos —respondió, observándola con extrañeza un instante. Luego dirigió su mirada ceñuda hacia Milton, viendo como el chico se encogía de hombros mientras los seguía.
Respiró hondo al salir de casa. Era consciente que después de la cena ese par se dedicaría a hacer lo que él había estado añorando por años: No tendrían sexo, harían el amor con verdadera entrega.


Continúa... CAPÍTULO 3


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