Salió
del auto y se estremeció por el clima que esa noche afectaba a la ciudad. La
lluvia había parado hacía unos minutos, pero eso no fue impedimento para que un
buen número de neoyorquinos salieran de sus casas e invadiera los amplios
salones de una de las discotecas más populares de la metrópolis, movidos por la
visita de una banda brasileña de renombre. El frío se le colaba por la gruesa
tela del abrigo como si fueran puñales de hielo que se le clavaban en los
músculos hasta congelárselos.
Sopló
aliento entre sus manos buscando darles calidez mientras Leroy, un moreno de
facciones árabes que también era periodista en el diario donde Eddy trabajaba, se
acercaba al trío de guardias de seguridad que custodiaban la puerta trasera del
establecimiento.
—Ey,
amigos. ¿Cómo está la noche?
—¿Tienen
pases? —preguntó con irritación uno de los sujetos, al tiempo que se cruzaba de
brazos mostrando los hinchados músculos que poseía.
—No.
Venimos de parte de Rigo —aseguró Leroy, dando saltitos para soportar el frío y
guardando sus manos en los bolsillos de su pantalón.
—Necesito
sus identificaciones —pidió el guardia con recelo mientras uno de sus
compañeros pasaba la novedad por el comunicador que llevaban prendido a la
solapa de la chaqueta.
Eddy
y Leroy mostraron sus carné y se quedaron a un par de pasos de distancia, temblando
por el frío, esperando a que los sujetos verificaran la información.
A
medida que los segundos pasaban, Eddy comenzaba a molestarse. Le fastidiaba que
los hombres tardaran tanto, obligándolos a soportar aquel mal clima, aunque a
ellos parecía no afectarlos.
—Deben
estar cubiertos por grasa de morsa —bromeó, sin reflejar algún gesto divertido.
—Los
esteroides les asfixian los órganos sensoriales —rebatió Leroy, pero tuvieron
que cerrar la boca al recibir las miradas duras de los guardias.
Eddy
pensó que los habían escuchado y los echarían a patadas de allí. Sin embargo, uno
de ellos se les acercó parándose firme a poca distancia, forzándolos a levantar
la cabeza para verlo a los ojos.
—¿Y?
—consultó Leroy con tensa calma.
—Pueden
pasar —respondió el sujeto con desagrado y les devolvió sus identificaciones.
Su ceño fruncido evidenciaba que no estaba de acuerdo con la resolución.
Leroy
le sonrió con superioridad antes de esquivarlo y encaminarse hacia la puerta,
pero fue detenido por el guardia.
—Espera.
Tenemos que revisarlos.
Leroy
se quejó, pero igual fue esculcado de pies a cabeza hasta asegurarse de que no
tuviera algún armamento encima. Cuando terminaron la revisión, abrieron la
puerta y los dejaron pasar al interior del establecimiento. Desde allí podían
escuchar el redoble de los timbales que resonaban con estridencia en el
escenario y recibían tenues baños de las luces de colores que bailaban en la
pista.
—¿Dónde
estará Rigo? —preguntó ansioso Eddy. El sonido de la música le calentaba la
piel, animándolo.
—Espero
que cumpliendo con nuestro acuerdo.
Al
entrar en el área donde se desarrollaba el espectáculo quedaron paralizados,
aunque a Eddy se le dibujó en el rostro una amplia sonrisa. El ambiente era carnavalesco.
Algunas mujeres iban vestidas como seductoras garotas llevando el rostro maquillado con exageración, haciendo uso
de mucho glitter y luciendo enormes
coronas de plumas de colores.
—Maldita
sea, esto es un circo —bramó Leroy. Eddy, en cambio, estaba encantado con la
sorpresa. Sus ojos no podían dejar de apreciar los cuerpos sin desperdicio de
muchas de las mujeres presentes.
Leroy
lo tomó por la solapa del abrigo para arrastrarlo hacia la zona VIP, donde con
seguridad se encontraba el hombre que buscaban. Si lo dejaba solo, lo perdería.
Conocía sus mañas.
Tuvieron
que atravesar una apretada masa de personas para llegar a la entrada del área
exclusiva de la discoteca. Leroy se adelantó, le tenía fobia a las muchedumbres.
Eddy, en cambio, nadaba en su zona de confort.
Antes
de que pudiera llegar a su destino fue detenido por una enorme rubia vestida
como una cheerleader de fútbol
brasileño, con unos diminutos y ajustados pantalones deportivos y con un top
que parecía estar a punto de romperse por culpa de las enormes tetas que poseía.
—¿Eddy?
—preguntó sorprendida, aunque en sus ojos, excesivamente maquillados, podía
apreciarse la emoción que había experimentado al verlo.
—Hola
—respondió seductor y disimulando su extrañeza.
La
rubia tenía rostro de Barbie y cuerpo de sirena, y olía muy bien. Lo único
malo, era que no la recordaba.
—Pensé
que no te vería de nuevo —reveló ella, inclinándose más hacia él para que la
escuchara por encima de la música. El organismo de Eddy se agitó al tener a
escaza distancia ese rostro de muñeca, de labios provocativos—. ¿Continuamos lo
que dejamos a medias?
La
pregunta lo inquietó, más aún porque esta vino acompañada de un firme apretón
en sus partes íntimas.
—¿Dejamos
algo a medias? —preguntó, apartándose un poco.
A
su alrededor, las personas saltaban y bailaban al ritmo de la samba que hacían
sonar desde el escenario, sin prestar atención al encuentro entre ellos. Sin
embargo, a Eddy le resultaba incómodo el toqueteo de una desconocida rodeado de
tanto público. En privado sería más placentero.
La
rubia sonrió con picardía.
—Ven
—dijo y se aferró a uno de sus brazos para arrastrarlo hacia un costado de la
sala.
Él
se dejó llevar, aunque mirando de vez en cuando hacia el lugar al que se había
dirigido Leroy. Por la cantidad de gente le fue imposible divisar a su compañero
y hacerle algún gesto con la mano indicándole que lo esperara unos minutos.
Estaba demasiado ansioso por saber a dónde lo llevaría la rubia.
La
mujer se introdujo, con él arrastras, por el pasillo de los baños. Esquivó a
quienes lo transitaban hasta llegar a otro menos poblado, que llevaba hacia el estacionamiento.
Allí lo estampó contra una columna, lo abrazó por el cuello como si aquello
fuera un reencuentro apasionado e invadió su boca con su lengua lujuriosa.
Los
ojos de Eddy se ampliaron en su máxima expresión, pero no hizo nada por
detenerla. Se aferró a los cabellos de la mujer para intentar controlar aquel
asfixiante beso mientras ella se restregaba contra él, anhelando su contacto.
Sin
dejar de complacerla dio una mirada por los alrededores. Quienes pasaban por
ese pasillo lo observaban con extrañeza, pero no se detenían ni les hacían
algún comentario. Seguían con rapidez hacia la pista para disfrutar del show.
Comenzó
a preocuparse cuando la rubia empezó a emitir jadeos sonoros. Ella, con ansiedad,
le abrió el abrigo y le apretó el estómago para meter su mano dentro de sus
pantalones sin quitarle el cinto. Eddy se quejó, aunque no pudo evitar gemir de
gusto cuando la rubia abrigó su pene erecto con sus dedos largos y fríos,
masturbándolo.
—Espera,
espera, espera —exigió, forcejando con ella para apartarla.
La
mujer gruñó furiosa y le apretó con rudeza el pene antes de que él le sacara la
mano de sus pantalones.
—Calma,
tigresa —dijo, soportando el dolor y sosteniéndola para que no volviera a
invadirlo.
—¿Otra
vez? —reclamó entre dientes. Su rostro estaba encendido por la ira y el deseo
reprimido.
Eddy
sintió algo de miedo. Entendía por qué su cerebro había borrado el recuerdo de
esa mujer. Parecía peligrosa.
—¿Qué
tal si compartimos una copa primero? —propuso conciliador. Ella se notaba
ofuscada y las personas que pasaban junto a ellos comenzaban a prestarles más
atención.
—¡¿Quieres
emborracharme?! —reprochó con indignación. Eddy arqueó las cejas, incrédulo—. No
te dejaré hacerlo —amenazó, y aproximó su cara a la de él, confundiéndolo aún
más—. Ya te lo dije, yo domino. Serás mi cachorro, llevarás mis correas en tu
cuello y hablarás cuando yo te lo indique. ¿Entendido?
Eddy
la observó con sorpresa.
—Espera
aquí un momento, ¿sí?
Intentó
alejarse, pero la mujer lo retuvo por la solapa del abrigo de forma ruda.
—Olvídalo,
cachorro. No te dejaré ir de nuevo.
Los
ojos enloquecidos de la rubia lo asustaron aún más. Eso lo ayudó a recordar la
noche en que había huido de ella saltando desnudo, y medio borracho, por la
ventana de un cuarto de hotel. Para su suerte, la habitación se había hallado
en un primer piso y cerca estuvo estacionado un camión de techo alto que le
facilitó la huida, sin poner en riesgo sus huesos.
—Tranquila,
corazón. Solo quiero…
—¡Cállate!
—gritó la rubia, desconcertándolo, y haciendo que los demás desaceleraran sus
pasos para saber lo que ocurría—. Te dije que hablarás cuando te lo ordene.
Eddy
se sintió incómodo y molesto a la vez. Tuvo que aplicar algo de fuerza para
obligarla a soltarlo, pero ella seguía forcejeando.
—Quédate
quieta.
—¡Te
dije que yo domino!
Comenzaron
a luchar. Ella intentó golpearlo, rugiendo furiosa. Un hombre trató de auxiliar
a Eddy, pero recibió un fuerte codazo en el rostro de parte de la mujer que lo
derribó al suelo. Ante esa escena, algunos empezaron a gritar; unos burlándose
y otros pidiendo ayuda.
Un
par de guardias de seguridad llegaron corriendo. Eddy ya se encontraba en el
piso con la rubia sobre él. Ella quería arañarle la cara. Los guardias
procuraron contenerla, pero la mujer estaba tan fuera de sí que logró derribarlos
a ambos y peleaba con ellos en el suelo, gritando incoherencias y con el rostro
transformado en una máscara diabólica.
Eddy
se levantó con rapidez y con el corazón palpitándole con estridencia en el pecho.
Se alejó aprovechando que la mujer se había olvidado de él dirigiéndose al
interior de la discoteca.
Halló
a Leroy cerca de la entrada a la zona VIP, repasando con enfado la pista en su
búsqueda.
—¡¿Dónde
demonios estabas?! —preguntó el moreno con rabia cuando Eddy estuvo junto a él.
—En
el infierno —respondió en medio de un suspiro.
Leroy
lo observó confuso, pero la cólera que sintió por su desaparición lo superaba.
—¡Muévete!
—ordenó. Eddy se apresuró por alcanzarlo—. Deja de hacernos perder el tiempo.
Ya sé dónde está Rigo.
—¿Está
dentro?
—Sí
—respondió, y miró con el ceño fruncido el rostro pálido y algo nervioso de su
amigo—. ¿Qué mierda hacías?
Eddy
se pasó una mano por los cabellos.
—Creo
que me estoy excediendo.
Leroy
resopló con burla.
—¿De
verdad? —bromeó. Sin embargo, recobró su seriedad al volver a detallar la cara
asustada de su compañero—. Un día de estos vas a recibir una dura lección
—indicó y lo tomó por el hombro para entrar en la sala exclusiva—. Vamos. Rigo
nos espera. Tenemos unas fotos escandalosas que tomar —recordó, y sacó el
teléfono móvil de su abrigo.
Eddy
lo siguió esperando que el trabajo le quitara la sensación de angustia que le
invadía el pecho. El sexo y el alcohol habían sido su ruta de escape, pero
nunca imaginó que estos podrían llevarlo por un camino tan peligroso.
Suspiró
hondo y apresuró el paso para igualar los de su amigo, obligándose a olvidar el
asunto. No quería pensar en ello. Tenía una labor importante y arriesgada que
llevar a cabo esa noche.
Continuar... CAPÍTULO 4.
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