Entrar
en la sala VIP no fue tarea difícil. Rigo, un sujeto bajo, regordete y sin
cabello en el centro de la cabeza, tenía contacto con el dueño de la discoteca.
Este era uno de sus clientes gracias a la venta de estupefacientes y medicinas
sin récipe.
A
Eddy y a Leroy los conoció en una fiesta en un club de apuestas, en medio de un
allanamiento policial. En esa ocasión, cuando los presentes descubrieron a los oficiales,
corrieron en bandada acabando con los muebles y la decoración.
Rigo
desde niño siempre fue lento y torpe para las carreras, cayó al suelo, siendo
aplastado por algunos y estando a punto de ser atrapado por los policías con
los bolsillos llenos de droga. Eddy lo rescató y, junto a Leroy, lo sacó por
una puerta de servicio. Él les agradeció el gesto, pero, al enterarse de que
ambos eran periodistas, les servía de informante para que hallaran algunas exclusivas.
Por eso los acompañaba esa noche en la discoteca.
—No
se pueden acercar, o los volverán cenizas. Los guardaespaldas son criminales
con largo prontuario —les advirtió, paseándose por el lugar con disimulo—. Si
eso pasa, no tendrán escapatoria.
En
un rincón se hallaba, sentado en muebles tipo lounge, Kevin Patterson, el hijo
de uno de los congresistas del estado. Un chico alto, pecoso y rubio, que se
comportaba como si fuera una estrella de Hollywood. Lo acompañaban un trío de
mujeres, bellas y esculturales, haciéndoles la corte, y el sujeto que Eddy y
Leroy perseguían: Jimmy Carter, un joven de mirada escurridiza que no paraba de
fumar puros manteniendo la cabeza baja, para que la visera de su gorra le
tapara la cara.
—Aquí
estamos bien —comentó Leroy, sentándose en un sofá al otro extremo de la sala,
y frente a ellos, con una sonrisa perversa dibujada en los labios. Aquel
encuentro era el que necesitaban para dar fuerza al artículo que preparaba con
Eddy para el diario.
Despachó
a Rigo con un movimiento de manos, ya que este se notaba ansioso por atender a
sus clientes que ese día estaban más ebrios que de costumbre y pedían mercancía
sin parar. Enseguida comenzó a preparar su teléfono móvil para tomar fotos de
la reunión.
—Hay
demasiada seguridad —se quejó Eddy.
—Será
por lo que nos comentó Steven. Esta gente debe estar en algo más gordo que un
simple contrabando de información —disertó Leroy, haciendo referencia a su jefe
en el diario.
Eddy
intentó ponerse cómodo a su lado, pero su inquietud se lo impedía. Sentían que
estaban lejos y quería imágenes claras y detalladas. Nunca había investigado a
políticos, su especialidad eran los asesinatos y robos, o las guerra entre
bandas, pero su jefe le había impuesto aquel caso como represalia por tomar las
instalaciones del diario para tener sexo con las editoras, ya que le pareció
aburrido y eso fastidiaría al periodista. Sin embargo, pronto descubrieron que
la noticia era más grande de lo que habían supuesto y resultaba apasionante.
No
solo había sospecha de contrabando de influencias para enriquecimiento ilícito
de reconocidos funcionarios públicos, sino que existía la posibilidad de que
Jimmy Carter formara parte de una red de corrupción que involucraba a altos
cargos de la ciudad, entre otros escándalos menores. Esas fotos, de Carter con
el hijo de un renombrado congresista, eran de gran interés.
Se
quitó el abrigo al sentirse acalorado y llamó a una anfitriona para solicitar
un trago.
—¿Vas
a empezar? —reprochó Leroy. El moreno tenía programado estar allí solo unos
minutos, tomar las fotos y salir sin meterse en problemas, pues había demasiada
seguridad. Sin embargo, supuso que la intención de Eddy era otra.
—Tenemos
que disimular —rebatió el aludido—. ¿Ves la cantidad de guardias que hay en el
salón? Seguro hay más afuera y no dejan de vigilar a cada ser humano. Si nos
ven sospechosos, se llevaran al niño rico, y con eso Carter se irá haciéndonos
perder la exclusiva.
—Con
un par de fotos estamos hechos —alegó y activó la cámara de su teléfono.
—Un
par, no —exigió—. Necesitamos más, que den la impresión de que Jimmy le pasa
información a Patterson.
Leroy
comprimió el rostro en una mueca de disgusto.
—Esa
rubia que está sentada en medio impide que se note que la conversación es
confidencial —se quejó, señalando con la mandíbula a la susodicha.
Eddy
sintió terror al escuchar que su amigo mencionaba la presencia de una rubia.
Eso le hizo recordar a la mujer demoníaca que lo había abordado en la pista, minutos
antes. Respiró con alivio al percatarse que se trataba de otra, una rubia de
nariz afilada y mirada severa cuyo vestido ceñido revelaba un cuerpo atlético,
pero que parecía muy maduro para el trabajo que desempeñaba.
Lo
habitual era que las damas de compañía que contrataban los ricachones para
asistir a una discoteca fueran universitarias desinhibidas de figura escultural,
y esa mujer, aunque tenía una anatomía de infarto, debía pasar de los treinta.
El gesto implacable que poseían sus facciones la delataba.
—Maldita
sea. Si saliera de allí los chicos podrían demostrar más intimidad al hablar, así
las fotos serían reveladoras. Ahora solo parece la reunión de dos jovencitos
con putas —masculló Leroy, al tiempo que tomaba algunas imágenes con disimulo.
Una
anfitriona llegó con un par de vasos de whisky. Luego de entregarlos, quiso
retirarse, pero Eddy la sostuvo de un brazo obligándola a detenerse. Sacó una
pequeña libreta de su abrigo y un lapicero para escribir con rapidez una nota.
—¿Ves
a la rubia que está sentada en medio de esos dos chicos? —preguntó cuándo ella
se inclinó y señalándole el lugar con la mandíbula. La mujer dirigió su
atención hacia el sofá y arqueó las cejas con sorpresa.
—Sí.
—Llévale
un trago de mi parte y esta nota.
La
anfitriona se mostró incrédula.
—¿Estás
seguro?
—Muy
seguro.
La
mujer alzó los hombros con indiferencia.
—Lo
haré, pero dudo que te preste atención —aseguró con una sonrisa de
superioridad—. Está trabajando —susurró antes de marcharse.
Leroy
ahogó una carcajada, pero casi enseguida se mostró severo.
—¡Qué
idiota! Eso atraerá la atención de esos sujetos hacia nosotros. Pueden sospechar.
—Tranquilo.
Esos niños están pendientes de otras cosas, se creen intocables.
Leroy
bufó con nerviosismo.
—Tú
siempre restándole seriedad a las cosas. ¿Crees que vas a lograr que esa puta
atienda tu nota y se quite de allí? Ya te lo dijo la anfitriona: está
trabajando —se mofó.
Eddy
sonrió con arrogancia sin quitarle la vista de encima a la rubia entrometida
mientras veía cómo la anfitriona le llevaba el whisky y le entregaba la nota. Observó
como ella se mostraba extrañada al principio y arrugaba el ceño con molestia cuando
el hijo del congresista quiso saber de qué se trataba, inclinándose para
cotillear. Después de que ambos leyeran la nota, donde la invitaba a pasar una
noche de «verdadero e inagotable placer», la anfitriona señaló a Eddy. El
periodista se estremeció al recibir sobre él la mirada furiosa y penetrante de
aquella mujer.
Kevin
Patterson se carcajeó, pero ella no parecía nada emocionada. Hizo una bola en
su mano con el papel y lo hundió en la bebida que él le había obsequiado, sin
dejar de observarlo con furia. Jimmy Carter dirigió su atención a ellos,
arrugando el ceño con nerviosismo al ver a Leroy con el teléfono en la mano y
dirigido hacia ellos. Se bajó la visera de la gorra y se levantó del sofá,
marchándose sin despedirse.
—Maldita
sea, ¡Eddy! —bramó Leroy, pero trató de disimular su enfado coqueteando con un
par de chicas sentadas en un sofá contiguo. Los guardaespaldas de Patterson los
evaluaban con atención.
Eddy
apretó la mandíbula con rabia y siguió con la mirada a Carter mientras este
salía a toda prisa de la zona VIP. Luego regresó su atención al sofá, quedando atrapado
por las pupilas oscuras y llenas de rencor de la rubia, que estaban fijas en
él.
Su
cuerpo tembló de placer al ser atravesado por la ira que destilaba aquella
mujer. Su pene se apretó contra los pantalones, haciéndolo sentir incómodo, y la
ansiedad le bulló en las venas cuando ella se levantó en medio de un resoplido
y se fue dando largas zancadas, tras Carter.
—Esta
no es una dama de compañía —masculló para sí mismo, viendo como ella se perdía
entre la gran cantidad de personas que habían asistido ese día a la discoteca.
Desapareció
entre un mar de disfraces y banderines, dejándolo excitado e intrigado.
Continuar... Capítulo 5
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