—Eres
un idiota.
—Otras
veces ha funcionado.
—¡Ya
no eres infalible!
Eddy
gruñó para controlar la furia y no discutir con Leroy mientras ambos subían al
auto.
—Me
preocupas, Eddy. Últimamente estás actuando de forma muy espontánea —se quejó
el moreno.
—Ninguna
mujer rechaza un regalo.
—¡Estaba
trabajando! —rebatió con enfado— Quizás Patterson le estaba dando más que un
whisky.
—No,
te equivocas —porfió, metiendo la llave en la ranura, pero no encendió el auto.
Se quedó pensativo mirando el estacionamiento desolado—. Esa no era una dama de
compañía.
Leroy
sonrió con poca gracia.
—Entonces,
¿quién era? ¿La hermanita de Patterson? —alegó eso último en son de burla—. Lo
sedujo, pude ver cómo lo hacía. Sabes que ese tipo de mujeres visitan lugares
exclusivos en busca de ricachones con quienes pasar una noche. Con eso pagan el
alquiler de todo un mes.
—No,
esa mujer no estaba allí por sexo, pude notarlo en su mirada —dedujo con su
atención perdida en sus pensamientos. Leroy lo observó con incredulidad.
—¿Ahora
eres experto en miradas? —se mofó. Eddy resopló con fastidio—. Maldita sea,
solo teníamos que tomar unas fotos y ya, ¡pero hiciste que nuestro hombre se
fuera!
Eddy
quiso seguir la discusión, sin embargo, cerró la boca al descubrir movimientos
al otro lado del estacionamiento. Dos sujetos hablaban semiescondidos tras una
camioneta de vidrios polarizados, le pareció haber visto que uno de ellos
poseía una gorra deportiva algo familiar, el otro estaba vestido de manera
elegante.
—No,
amigo. Creo que lo empujé a actuar —dijo, haciendo desconcertar a Leroy—. Saca
la cámara. La real —exigió y señaló hacia la pareja.
Leroy
se impactó al divisar a los hombres.
—¿Ese
es Carter? —consultó al reconocerlo, al tiempo que tomaba su mochila ubicada en
el asiento trasero para sacar la cámara fotográfica profesional.
—Sí,
es él.
—¿Y
quién será el otro?
—No
sé. Nunca lo había visto —comentó Eddy y observó con recelo a ese otro sujeto.
Se trataba de un negro alto de rostro enfadado, que parecía tenso, tratando de
convencer a Carter de algo.
—Da
igual. Necesitamos esas fotos, pueden ser interesantes —aseguró Leroy con
ansiedad y terminando de poner a punto la cámara.
Eddy
abrió la puerta del auto.
—Iré
por la izquierda. Si te descubren, apareceré de forma sorpresiva para llamar su
atención y así huyes.
Leroy
asintió y ambos salieron para escurrirse entre los vehículos aparcados en los
alrededores y acercarse a la pareja desde distintos flancos, sin que los
divisaran. Eddy sonrió satisfecho al ver que su amigo comenzaba a captar las
imágenes de la reunión. Ese encuentro imprevisto podría ser importante, sobre
todo, si descubrían que el negro tenía relación con alguno de los implicados.
Jimmy
Carter le pasaba información privilegiada a Dorian Patterson, el congresista
padre de Kevin, sobre los avances que el laboratorio Dopler Pharma hacía de un
fármaco citotóxico que podría impedir que las células cancerígenas se dividieran
y crecieran. Si fracasaba aquella investigación, las acciones en la bolsa de
valores del laboratorio bajarían. Patterson, que trabajaba en la comisión de
salud del congreso, esperaba ese hecho para hacerse con la mayoría de las
acciones, pues sabía que tras esa investigación se desarrollaba otra más
exitosa: creaban un fármaco antidepresivo muy eficaz que llevaría de nuevo el
valor de las acciones a las nubes. Luego de ese hecho él podría revenderlas
ganando una enorme suma de dinero, cometiendo delito al enriquecerse con el
contrabando de información privilegiada. Al parecer, ya lo había hecho en dos
oportunidades con otras empresas farmacéuticas, pero nadie había podido reunir
pruebas. Eddy y Leroy llevaban una semana siguiéndolo para descubrirlo.
Pero
además, Steven Gafroy, su jefe en el diario, se había enterado de que Jimmy
Carter no solo trabajaba con congresistas, sino también, con otros políticos y
personalidades de renombre, y alguno de ellos pudiera estar inmiscuido en ese
mismo delito. Ese negro podría ser un enlace en esa red de corrupción.
Eddy
quiso acercarse más para escuchar algo, pero se sobresaltó cuando la puerta de
uno de los autos cercanos se abrió. Se agachó girándose para ver quién le había
interrumpido la tarea. Quedó de piedra al ver que se trataba de la rubia que
había estado con Kevin Patterson en la discoteca, la supuesta dama de compañía.
La
mujer se agachó para escurrirse entre los autos y acercarse también a la
reunión. No obstante, al toparse con Eddy se detuvo y lo observó con enfadado.
Los
ojos oscuros de la mujer fueron como puñales de odio que se clavaron con saña
en la anatomía de Eddy. Aquello, además de curiosidad, le produjo una enorme
excitación.
Al
verse descubierta, ella se incorporó con rapidez y se alisó el corto y ceñido
vestido antes de darle la espalda y regresar a la discoteca. Eddy arqueó las
cejas con incredulidad, admirando el provocativo contoneo de sus caderas
mientras se marchaba. Su pene saltó en su entrepierna, agitado por sus
movimientos sinuosos.
—¿Qué
pretendías hacer? —masculló inquieto. Era evidente que ella estaba acechando a
Jimmy Carter, quizás, en busca de información.
Dio
una mirada hacia Leroy, encontrando a su amigo muy concentrado en su tarea. Los
sujetos que fotografiaba también se notaban distraídos en su conversación, así
que supuso que no se presentaría ningún inconveniente. Se apresuró por alcanzar
a la mujer antes de que esta desapareciera.
La
detuvo unos metros más adelante, sosteniéndola por la cintura para empujarla
hacia unos vehículos y ocultarla de los guardias que flanqueaban la puerta de
entrada al establecimiento. La mujer lo observó con sorpresa al verse recostada
contra la carrocería de una camioneta de rines altos. Amplió los ojos en su
máxima expresión, reflejando confusión y furia.
Eddy
se ubicó frente a ella, a escasos centímetros de distancia, sin soltar su
cintura, obligándola a colocar sus manos en su pecho para evitar que él se
aproximara aún más.
—Hola,
pequeña —dijo con una sonrisa llena de seducción—. ¿Se te perdió algo?
Ella
lo empujó logrando apartarlo y borrándole la encantadora sonrisa de los labios.
—No
me toques.
Esa
orden lo estremeció. La rudeza que ella expelía lo ponía duro y ansioso. Abrió los
brazos en un gesto de rendición.
—¿Estás
molesta conmigo porque te dañé el negocio? Dime qué te ofreció. Sé que puedo
superarlo —aseguró, y la repasó de pies a cabeza con hambre.
El
cuerpo atlético de aquella mujer le apetecía. Sus brazos se mostraban fuertes,
era evidente que hacía mucho ejercicio, y las piernas las tenía tonificadas.
Suspiró hondo al imaginarlas envolviéndole el cuello mientras él se degustaba con
el placer indómito que ocultaban.
Al
regresar su atención al rostro de la mujer, la fuerza sanguinaria que emanaban sus
ojos le produjo un intenso dolor en los testículos, que puso aún más endurecido
su pene.
—Eres
un imbécil. Como lo supuse.
Eddy
quiso carcajearse, pero el placer que le produjo aquel trato grosero y burlón
le impidió el gesto. Era fanático de las mujeres autoritarias y decididas,
capaces de someterlo.
Intentó
decir algo más para convencerla de pasar esa noche con él, así se olvidaría de Patterson,
pero el sonido de un disparo lo interrumpió. Giro el rostro hacia donde se
encontraba Leroy, aterrado por la seguridad de su amigo. Pretendió ir en su
búsqueda, pero una ráfaga de disparos lo detuvo.
—¡Al
suelo! —gritó la mujer. Eddy sintió que lo tomaban por la espalda y lo tumbaban
boca abajo estampándolo contra el piso.
Más
disparos resonaron en los alrededores, obligándolo a cubrirse la cabeza y
esperar a que pasara. Cuando eso ocurrió, se atrevió a levantar la mirada. Vio
a la mujer corriendo hacia la discoteca y a otras piernas andando apresuradas de
un lado a otro entre los vehículos.
Escuchó
gritos y golpes, pero eso no lo amilanó para ponerse de pie y dirigirse a toda
prisa hacia su auto, semiescondido entre los vehículos aparcados. Sintió rabia
por haberse dejado llevar por sus instintos, de nuevo, y abandonar a Leroy. Si
le hacían daño a su amigo o lo atrapaban, estaba perdido, y no se perdonaría
nunca ese error.
Subió
a su auto y encendió el motor mientras unos pocos disparos se producían, aunque
lejanos. Apretó el ceño al ver a algunos policías vestidos de civil cruzando el
estacionamiento hacia el descampado que se hallaba al fondo. Había trabajado
mucho tiempo en casos de sucesos sabiendo reconocerlos, así que se agachó para
esconderse.
—Maldición
—se quejó mientras se debatía entre huir de allí o quedarse y buscar a Leroy.
Se sobresaltó cuando se abrió de forma repentina una puerta trasera.
Leroy
se lanzó en el interior con su cámara en las manos, ocultándose entre los
asientos.
—¡Arranca,
imbécil! —ordenó, logrando que Eddy se pusiera enseguida en acción.
Salieron
a toda prisa del estacionamiento, viendo como más policías aparecían para
servir de apoyo a sus compañeros.
Eddy
nunca imaginó que aquel lugar estuviera tapiado de oficiales y apretó la
mandíbula con furia, porque le estaban quitando la exclusiva.
Continúa... CAPÍTULO 6.
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