—Necesito
una base de datos más amplia —apuntó Milton mientras revisaba en su computador
las fotografías que Leroy le había facilitado.
Las
pasaba por una aplicación de reconocimiento facial que Eddy había conseguido
con sus contactos en los bajos fondos. Buscaban conocer la identidad del sujeto
que había discutido con Jimmy Carter en el estacionamiento de la discoteca,
pero esa base de datos aún estaba en desarrollo.
Leroy
suspiró con agobio y giró la butaca en la que estaba sentado para observar con
severidad a Eddy, que seguía tras ellos caminando de un lado a otro, pensativo.
—¿Qué
hacemos? ¿Le enviamos las imágenes a Steven para que él haga las averiguaciones?
—preguntó, refiriéndose a su jefe.
Eddy
detuvo sus pasos, pero no lo miró. Seguía con su atención puesta en la nada,
centrada en sus pensamientos.
—Creo
que este asunto trascendió.
—Ese
hombre pudiera ser un enviado de Patterson o de otro…
—¡No
hablo del negro que estuvo en el estacionamiento! —lo detuvo, y lo observó con
fijeza—. La policía llegó muy pronto. Debieron estar allí desde antes, de
incognito.
Leroy
se mostró receloso.
—Steven
nos aseguró que esta información no estaba siendo seguida por ningún…
—¡A
los políticos los vigilan de cerca!
—Sí,
pero la presencia de la policía podría haber sido por el evento. ¡Había mucha
gente! —alegó el moreno con irritación.
—¿Y
por qué dispararon?
—Carter
fue quien comenzó —explicó Leroy—. Se puso nervioso al ver a dos sujetos aparecer
de imprevisto y sacó su pistola disparando hacia ellos. Tal vez, reconoció que
eran policías encubiertos.
Eddy
suspiró hondo.
—Digamos
que tienes razón —aceptó, poco convencido—, pero debe haber alguien más. No
creo que seamos los únicos que andamos detrás de ese hueso. En el
estacionamiento de la discoteca habían demasiados oficiales. Y esa mujer…
—calló al recordar a la rubia.
Al
llevar de nuevo a su mente su mirada severa, sintió un fuego potente crepitar
en su interior. Recordó la fuerza intimidante de aquellos ojos oscuros y la de esas
manos delgadas que lo tomaron por la espalda lanzándolo al suelo sin
dificultad. Estaba ansioso porque lo derribara de nuevo de esa manera, pero
sobre una cama.
—¿Qué
mujer? —quiso saber Milton.
—Una
puta que seducía al hijo del congresista.
—¡No
era una puta! —porfió Eddy.
Milton
le dirigió a Leroy una mirada alarmada. Este asintió con la cabeza e hizo un
gesto con sus manos indicándole al chico que la mujer había tenido unas tetas muy
grandes. Milton puso los ojos en blanco y suspiró hondo mientras seguía revisando
la base de datos, así no demostraba la inquietud que lo embargó al enterarse de
esa noticia. La presencia de una mujer atractiva en aquel caso haría que Eddy
complicara las cosas.
—¡Son
unos idiotas! —se quejó él al ver las reacciones de ambos. Estuvo a punto de
discutir con ellos y comentarle sus sospechas, pero la entrada imprevista de su
hija a la habitación donde se hallaban lo interrumpió.
—¡Milton!
—¿Qué
ocurre?
—Dijiste
que irías conmigo a la tienda.
El
chico comprimió el rostro en una mueca de desagrado.
—Amor,
estoy en algo.
—Pero,
me lo prometiste —lloriqueó la chica.
—Tu
padre necesita que termine…
—¡Me
lo prometiste! —exigió con firmeza, impidiendo que el joven se expresara.
Milton
se mordió los labios para no discutir, ya que April no reaccionaba bien cuando
le llevaban la contraria. Era muy explosiva y obstinada, y por culpa del
avanzado embarazo se hallaba al borde de sus emociones.
—¿Qué
tal si vamos tú y yo? —propuso Eddy, tratando de resultar conciliador, pero la
chica lo fulminó con una mirada fría—. Vamos, preciosa. Tengamos una salida de
padre e hija. Hace tiempo no lo hacemos.
—Mucho
tiempo —masculló Leroy sin darles la cara, simulando estar distraído con el
trabajo que Milton hacía en el computador.
No
vio cómo Eddy le dirigió una ojeada llena de reproches, aunque prefirió
ignorarlo para centrarse en su hija.
—¿Te
animas a ir conmigo?
April
suspiró hondo y se frotó el ancho vientre. Sin decir nada salió del cuarto, no
sin antes lanzar una mirada rencorosa hacia su esposo, gesto que Milton pasó
desapercibido porque no se atrevía a darle la cara a su chica. Sabía que ella
estaba furiosa.
Se
colocaron los abrigos y salieron a la calle húmeda en dirección a la tienda de comestibles.
Era de noche y la brisa fría que había dejado la lluvia entumecía los huesos. Ella
observaba el pasar de los autos con los ojos llenos de lágrimas, sintiéndose
rechazada. Él respiró hondo antes de hablar, sabía lo difícil que resultaba
llegarle a su hija, más aún, durante su embarazo.
—¿Qué
ocurre?
—Nada.
—¿Seguro?
April
emitió un quejido.
—Milton
está todo el día encerrado en esa habitación, con la computadora.
—Hemos
tenido mucho traba…
—¡No
quiere estar conmigo! —lo interrumpió, haciendo que Eddy sonriera con
desánimo—. Cuando despierto ya está ahí, solo sale para comer. Cuando entro
apaga todo y me lleva a la sala a ver televisión. ¡No quiere que vea lo que
hace! Nos ponemos a hablar, pero él enseguida se cansa y regresa a la misma
habitación. Siempre a esa habitación. ¡¿No te das cuenta, papá?!
—¿No
me doy cuenta de qué? —inquirió con incredulidad.
—¡Milton
me engaña! —Eddy la observó alarmado—. ¡Tiene otra mujer!
—Hija,
por favor…
—¡No!
No te atrevas a defenderlo —advirtió, señalándolo con un dedo.
Él
alzó las manos en señal de rendición.
—Jamás
me pondría de su parte, pero escucha…
—¡¿Qué?!
—Eddy puso los ojos en blanco ante esa nueva rabieta—. Es evidente, papá.
Milton debe tener comunicación constante con esa mujer por la computadora. ¡Tienen
un romance virtual!
—No
existe esa otra mujer. ¡Él te ama!
—Si
es así, entonces, ¿por qué me rechaza?
—No
te rechaza, corazón. —Trató de calmarla abrazándola por los hombros, sin dejar
de caminar. Ella tenía el rostro acongojado, estaba a punto de llorar por la
pena—. Debo confesar que lo que ocurre, es mi culpa—. April lo fulminó con la
mirada. Eddy le indicó que esperara con una mano, mostrándose arrepentido—.
Tenemos un caso difícil, que si llega a ser exitoso, va a catapultar nuestras
carreras —alegó con ansiedad—. Leroy y yo buscamos pistas sin descanso y Milton
es el encargado de enlazar las piezas y ayudarnos a armar el rompecabezas.
—Ella se cruzó de brazos y dirigió su rostro enfurecido a la vía—. Estos días
le he exigido demasiado porque queremos terminar pronto ese asunto, pero
créeme, no existe ninguna otra mujer. Milton solo tiene ojos para ti. ¡Él te
ama! —enfatizó eso último con una voz firme.
La
chica resopló y se alejó de él con algo de brusquedad para entrar en la tienda.
Eddy suspiró agotado antes de seguirla.
Ella
se dirigió a toda prisa al estante de las golosinas y tomó varias barras de
chocolate de diferentes presentaciones. Eso despertó una idea en la cabeza del
hombre. Su hija, desde que había fallecido su madre, sufría de constantes bajones
de ánimo. A las mujeres el helado de chocolate siempre les resultaba
favorecedor en esos casos. No sabía por qué razón, pero en muchas ocasiones
había escuchado que aquello era efectivo.
Dejó
a April saqueando el estante de los snack
mientras llevaba consigo un carrito de mercado y se encaminó hacia el fondo del
establecimiento, donde se hallaba el refrigerador de los helados. El área se
hallaba sola. Nadie parecía querer adquirir algún producto frío en ese momento.
Evaluaba
las diferentes presentaciones esperando conseguir uno con una dosis fuerte de
cafeína que la relajara y la ayudara a dormir, ya que esa noche tendrían mucho
trabajo, pero sintió que alguien le tocaba el hombro con delicadeza y
pronunciaba su nombre.
—¿Eddy?
Las
voces femeninas, suaves y seductoras, hacían que sus huesos se estremecieran de
gusto. Se giró, tropezando con una joven pecosa de cabellera rojiza y abundante,
atada en una cola, que portaba el uniforme de trabajo de la tienda.
La
chica amplió la sonrisa mostrándole una dentadura apresada por brillantes brackets.
—¿Cómo
estás? Pensé que no te vería de nuevo —expresó con ansiedad y se mordió el
labio inferior repasando a Eddy de pies a cabeza.
Él
arrugó el ceño y ojeó los alrededores. Ese pasillo seguía desolado, las pocas
personas que esa noche invadían la tienda se encontraban hurgando los primeros
estantes. April ahora se hallaba en el área de las frutas.
—Hola,
¿cómo estás…? —alargó el saludo esperando que ella dijera su nombre, porque no
la recordaba.
—Kitty
—respondió con voz deseosa y se relamió los labios.
—Kitty
—repitió Eddy con recelo. Ese nombre le sonaba demasiado infantil y no le
parecía conocido, pero la forma en que la joven lo observaba lo ponía inquieto.
Le resultaba difícil controlarse ante la necesidad de cariño de una mujer.
—Fuiste
a la universidad para dar una charla sobre un caso de estafa en el que
trabajaste hace un par de años —aclaró ella al notarlo confuso—. Allí nos
conocimos.
Él
asintió con la cabeza, sintiéndose aliviado. La mención de una universidad
garantizaba que la chica tuviera edad suficiente para recibir sus atenciones.
Recordaba
haber participado en unas actividades con estudiantes de periodismo exponiendo
su experiencia al destapar un caso de estafa bancaria a unos pensionados, pero
no a la pelirroja.
—Estuvimos
en la fiesta que mi fraternidad realizó luego del evento —aseguró ella,
dirigiéndole una mirada sugerente que aumentó la agitación del hombre—. Nos
emborrachamos —dijo antes de reír con picardía. Eddy comprendió por qué no la recordaba—.
Estuviste increíble esa noche —culminó en medio de un suspiro.
—¿De
verdad? —consultó, lamentando no acordarse nada. La chica comenzaba a parecerle
atractiva. La forma en que lo veía, como si quisiera desnudarlo con los ojos,
le aceleraba el pulso.
—Nos
dejaste con ganas de más.
—¿Las
dejé? —preguntó sorprendido y algo enfadado consigo mismo. ¿Cómo podía olvidar
un encuentro sexual con varias mujeres?
La
pelirroja procuró disimular una carcajada nerviosa y se aproximó a Eddy para
acariciarle las solapas del abrigo.
—Tuvimos
que interrumpir la sesión por la visita de la directora de cátedra. ¿Lo
recuerdas? —Eddy amplió sus ojos en su máxima expresión—. Salimos por una
ventana. Medio desnudos. Siempre quise hacer eso.
Ella
se carcajeó dirigiéndole una mirada cómplice, que él no pudo corresponder, ¿de
cuántas ventanas había saltado los últimos meses estando borracho?
Lo
que más le angustiaba era el hecho de haber escapado de la casa de fraternidad
de una universidad que le había abierto las puertas para que él expusiera sus
experiencias profesionales, poniendo en riesgo su carrera. ¿Podía ser más
idiota?
—Debió
ser divertido —mencionó preocupado.
Sin
embargo, la proximidad de la chica lo ayudó a olvidar rápido sus angustias.
Pudo admirar con detalle el atractivo de su rostro pecoso y la humedad de sus
labios, resultándole demasiado provocativo.
Ella
pasó una mano por su cuello hasta llegar a su nuca, estremeciéndolo con aquella
caricia. Enredó los dedos en sus cabellos y lo empujó hacia sí, bajándole el
rostro.
Eddy
se quedó muy quieto, ansioso por probar esa boca, pero ella no lo besó, se
dirigió a su oreja para susurrarle:
—¿Vamos
el depósito? Así terminamos lo que dejamos a medias en la universidad.
La
propuesta encendió las hogueras en el interior de Eddy. Se mordió los labios
para soportar el ramalazo de placer que le recorrió el organismo mientras sus
manos se enroscaban en la cintura diminuta de aquella chica. Quiso besarla,
pero ella, en medio de risas, se alejó y lo tomó de la mano llevándolo hacia
una puerta ubicada en un lateral.
Eddy
estaba exultante. Ella lo guio hasta un cuarto diminuto lleno de artículos de
limpieza, lo recostó contra un estante y abrió con ansiedad su abrigo.
—¿Cómo
dijiste que te llamabas? —preguntó sonriente, viendo como la chica se afanaba
por subirle la camisa y llegar a su piel.
—Kitty,
pero puedes decirme gatita, como lo hacías aquella noche. ¿Lo recuerdas?
—Así
será —garantizó divertido y se ocupó en desatarle la cola para dejar en
libertad su cabello, largo y abundante.
Le
gustó sentirlo entre los dedos. Tomó un mechón y lo olfateó, degustándose con
su fresco aroma.
Ella
comenzó a besarle la piel del pecho, bajando al abdomen, lamiendo los músculos
que se le marcaban, similares a una tableta de chocolate. Gimió por el placer,
al tiempo que le desabrochaba el cinto del pantalón.
—Ey,
calma. Déjame al menos, darte un beso —pidió, aferrándose a los cabellos salvajes
de la chica para alzarle la cabeza y alcanzar sus labios.
Enseguida
la joven abrió la boca y sacó la lengua para invadir la de él, enrollándose en
un beso hambriento y enfadado, que exigía cada vez más, haciéndolo perder el
control. Eddy dejó que ella lo empujara contra el estante para inmovilizarlo y
abrió los brazos en cruz permitiendo que la chica hiciera con él lo que
quisiera, sin dejar de consumirse su boca y sus gemidos.
Por
un momento pensó que a la joven le había salido un par de brazos adicionales.
Sentía sus manos recorrerle todo el cuerpo, quitarle la ropa y mantenerlo
quieto contra el mueble. Cuando sus dedos largos y cálidos se envolvieron alrededor
de su pene erguido y comenzaron a masturbarlo, la tomó de los cabellos para
alejarla y tener algo de autonomía. Él también quería saborear.
La
observó con lujuria, satisfecho por el rostro embriagado de ella. Sabía que la
pasaría muy bien dentro de ese depósito. Sin embargo, todo su deseo se fue al
suelo cuando la puerta se abrió de golpe y un hombre robusto y bigotón los
observó enfadado desde el umbral.
—¡PAPÁ!
—se oyó en las cercanías. Un grito que le congeló aún más la sangre en las
venas.
Continuar... CAPÍTULO 7.
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