SÉ MI CHICA | Capítulo 6. Todo tiene un límite, Eddy, recuérdalo siempre



—Necesito una base de datos más amplia —apuntó Milton mientras revisaba en su computador las fotografías que Leroy le había facilitado.
Las pasaba por una aplicación de reconocimiento facial que Eddy había conseguido con sus contactos en los bajos fondos. Buscaban conocer la identidad del sujeto que había discutido con Jimmy Carter en el estacionamiento de la discoteca, pero esa base de datos aún estaba en desarrollo.
Leroy suspiró con agobio y giró la butaca en la que estaba sentado para observar con severidad a Eddy, que seguía tras ellos caminando de un lado a otro, pensativo.
—¿Qué hacemos? ¿Le enviamos las imágenes a Steven para que él haga las averiguaciones? —preguntó, refiriéndose a su jefe.
Eddy detuvo sus pasos, pero no lo miró. Seguía con su atención puesta en la nada, centrada en sus pensamientos.
—Creo que este asunto trascendió.
—Ese hombre pudiera ser un enviado de Patterson o de otro…
—¡No hablo del negro que estuvo en el estacionamiento! —lo detuvo, y lo observó con fijeza—. La policía llegó muy pronto. Debieron estar allí desde antes, de incognito.
Leroy se mostró receloso.
—Steven nos aseguró que esta información no estaba siendo seguida por ningún…
—¡A los políticos los vigilan de cerca!
—Sí, pero la presencia de la policía podría haber sido por el evento. ¡Había mucha gente! —alegó el moreno con irritación.
—¿Y por qué dispararon?
—Carter fue quien comenzó —explicó Leroy—. Se puso nervioso al ver a dos sujetos aparecer de imprevisto y sacó su pistola disparando hacia ellos. Tal vez, reconoció que eran policías encubiertos.
Eddy suspiró hondo.
—Digamos que tienes razón —aceptó, poco convencido—, pero debe haber alguien más. No creo que seamos los únicos que andamos detrás de ese hueso. En el estacionamiento de la discoteca habían demasiados oficiales. Y esa mujer… —calló al recordar a la rubia.
Al llevar de nuevo a su mente su mirada severa, sintió un fuego potente crepitar en su interior. Recordó la fuerza intimidante de aquellos ojos oscuros y la de esas manos delgadas que lo tomaron por la espalda lanzándolo al suelo sin dificultad. Estaba ansioso porque lo derribara de nuevo de esa manera, pero sobre una cama.
—¿Qué mujer? —quiso saber Milton.
—Una puta que seducía al hijo del congresista.
—¡No era una puta! —porfió Eddy.
Milton le dirigió a Leroy una mirada alarmada. Este asintió con la cabeza e hizo un gesto con sus manos indicándole al chico que la mujer había tenido unas tetas muy grandes. Milton puso los ojos en blanco y suspiró hondo mientras seguía revisando la base de datos, así no demostraba la inquietud que lo embargó al enterarse de esa noticia. La presencia de una mujer atractiva en aquel caso haría que Eddy complicara las cosas.
—¡Son unos idiotas! —se quejó él al ver las reacciones de ambos. Estuvo a punto de discutir con ellos y comentarle sus sospechas, pero la entrada imprevista de su hija a la habitación donde se hallaban lo interrumpió.
—¡Milton!
—¿Qué ocurre?
—Dijiste que irías conmigo a la tienda.
El chico comprimió el rostro en una mueca de desagrado.
—Amor, estoy en algo.
—Pero, me lo prometiste —lloriqueó la chica.
—Tu padre necesita que termine…
—¡Me lo prometiste! —exigió con firmeza, impidiendo que el joven se expresara.
Milton se mordió los labios para no discutir, ya que April no reaccionaba bien cuando le llevaban la contraria. Era muy explosiva y obstinada, y por culpa del avanzado embarazo se hallaba al borde de sus emociones.
—¿Qué tal si vamos tú y yo? —propuso Eddy, tratando de resultar conciliador, pero la chica lo fulminó con una mirada fría—. Vamos, preciosa. Tengamos una salida de padre e hija. Hace tiempo no lo hacemos.
—Mucho tiempo —masculló Leroy sin darles la cara, simulando estar distraído con el trabajo que Milton hacía en el computador.
No vio cómo Eddy le dirigió una ojeada llena de reproches, aunque prefirió ignorarlo para centrarse en su hija.
—¿Te animas a ir conmigo?
April suspiró hondo y se frotó el ancho vientre. Sin decir nada salió del cuarto, no sin antes lanzar una mirada rencorosa hacia su esposo, gesto que Milton pasó desapercibido porque no se atrevía a darle la cara a su chica. Sabía que ella estaba furiosa.
Se colocaron los abrigos y salieron a la calle húmeda en dirección a la tienda de comestibles. Era de noche y la brisa fría que había dejado la lluvia entumecía los huesos. Ella observaba el pasar de los autos con los ojos llenos de lágrimas, sintiéndose rechazada. Él respiró hondo antes de hablar, sabía lo difícil que resultaba llegarle a su hija, más aún, durante su embarazo.
—¿Qué ocurre?
—Nada.
—¿Seguro?
April emitió un quejido.
—Milton está todo el día encerrado en esa habitación, con la computadora.
—Hemos tenido mucho traba…
—¡No quiere estar conmigo! —lo interrumpió, haciendo que Eddy sonriera con desánimo—. Cuando despierto ya está ahí, solo sale para comer. Cuando entro apaga todo y me lleva a la sala a ver televisión. ¡No quiere que vea lo que hace! Nos ponemos a hablar, pero él enseguida se cansa y regresa a la misma habitación. Siempre a esa habitación. ¡¿No te das cuenta, papá?!
—¿No me doy cuenta de qué? —inquirió con incredulidad.
—¡Milton me engaña! —Eddy la observó alarmado—. ¡Tiene otra mujer!
—Hija, por favor…
—¡No! No te atrevas a defenderlo —advirtió, señalándolo con un dedo.
Él alzó las manos en señal de rendición.
—Jamás me pondría de su parte, pero escucha…
—¡¿Qué?! —Eddy puso los ojos en blanco ante esa nueva rabieta—. Es evidente, papá. Milton debe tener comunicación constante con esa mujer por la computadora. ¡Tienen un romance virtual!
—No existe esa otra mujer. ¡Él te ama!
—Si es así, entonces, ¿por qué me rechaza?
—No te rechaza, corazón. —Trató de calmarla abrazándola por los hombros, sin dejar de caminar. Ella tenía el rostro acongojado, estaba a punto de llorar por la pena—. Debo confesar que lo que ocurre, es mi culpa—. April lo fulminó con la mirada. Eddy le indicó que esperara con una mano, mostrándose arrepentido—. Tenemos un caso difícil, que si llega a ser exitoso, va a catapultar nuestras carreras —alegó con ansiedad—. Leroy y yo buscamos pistas sin descanso y Milton es el encargado de enlazar las piezas y ayudarnos a armar el rompecabezas. —Ella se cruzó de brazos y dirigió su rostro enfurecido a la vía—. Estos días le he exigido demasiado porque queremos terminar pronto ese asunto, pero créeme, no existe ninguna otra mujer. Milton solo tiene ojos para ti. ¡Él te ama! —enfatizó eso último con una voz firme.
La chica resopló y se alejó de él con algo de brusquedad para entrar en la tienda. Eddy suspiró agotado antes de seguirla.
Ella se dirigió a toda prisa al estante de las golosinas y tomó varias barras de chocolate de diferentes presentaciones. Eso despertó una idea en la cabeza del hombre. Su hija, desde que había fallecido su madre, sufría de constantes bajones de ánimo. A las mujeres el helado de chocolate siempre les resultaba favorecedor en esos casos. No sabía por qué razón, pero en muchas ocasiones había escuchado que aquello era efectivo.
Dejó a April saqueando el estante de los snack mientras llevaba consigo un carrito de mercado y se encaminó hacia el fondo del establecimiento, donde se hallaba el refrigerador de los helados. El área se hallaba sola. Nadie parecía querer adquirir algún producto frío en ese momento.
Evaluaba las diferentes presentaciones esperando conseguir uno con una dosis fuerte de cafeína que la relajara y la ayudara a dormir, ya que esa noche tendrían mucho trabajo, pero sintió que alguien le tocaba el hombro con delicadeza y pronunciaba su nombre.
—¿Eddy?
Las voces femeninas, suaves y seductoras, hacían que sus huesos se estremecieran de gusto. Se giró, tropezando con una joven pecosa de cabellera rojiza y abundante, atada en una cola, que portaba el uniforme de trabajo de la tienda.
La chica amplió la sonrisa mostrándole una dentadura apresada por brillantes brackets.
—¿Cómo estás? Pensé que no te vería de nuevo —expresó con ansiedad y se mordió el labio inferior repasando a Eddy de pies a cabeza.
Él arrugó el ceño y ojeó los alrededores. Ese pasillo seguía desolado, las pocas personas que esa noche invadían la tienda se encontraban hurgando los primeros estantes. April ahora se hallaba en el área de las frutas.
—Hola, ¿cómo estás…? —alargó el saludo esperando que ella dijera su nombre, porque no la recordaba.
—Kitty —respondió con voz deseosa y se relamió los labios.
—Kitty —repitió Eddy con recelo. Ese nombre le sonaba demasiado infantil y no le parecía conocido, pero la forma en que la joven lo observaba lo ponía inquieto. Le resultaba difícil controlarse ante la necesidad de cariño de una mujer.
—Fuiste a la universidad para dar una charla sobre un caso de estafa en el que trabajaste hace un par de años —aclaró ella al notarlo confuso—. Allí nos conocimos.
Él asintió con la cabeza, sintiéndose aliviado. La mención de una universidad garantizaba que la chica tuviera edad suficiente para recibir sus atenciones.
Recordaba haber participado en unas actividades con estudiantes de periodismo exponiendo su experiencia al destapar un caso de estafa bancaria a unos pensionados, pero no a la pelirroja.
—Estuvimos en la fiesta que mi fraternidad realizó luego del evento —aseguró ella, dirigiéndole una mirada sugerente que aumentó la agitación del hombre—. Nos emborrachamos —dijo antes de reír con picardía. Eddy comprendió por qué no la recordaba—. Estuviste increíble esa noche —culminó en medio de un suspiro.
—¿De verdad? —consultó, lamentando no acordarse nada. La chica comenzaba a parecerle atractiva. La forma en que lo veía, como si quisiera desnudarlo con los ojos, le aceleraba el pulso.
—Nos dejaste con ganas de más.
—¿Las dejé? —preguntó sorprendido y algo enfadado consigo mismo. ¿Cómo podía olvidar un encuentro sexual con varias mujeres?
La pelirroja procuró disimular una carcajada nerviosa y se aproximó a Eddy para acariciarle las solapas del abrigo.
—Tuvimos que interrumpir la sesión por la visita de la directora de cátedra. ¿Lo recuerdas? —Eddy amplió sus ojos en su máxima expresión—. Salimos por una ventana. Medio desnudos. Siempre quise hacer eso.
Ella se carcajeó dirigiéndole una mirada cómplice, que él no pudo corresponder, ¿de cuántas ventanas había saltado los últimos meses estando borracho?
Lo que más le angustiaba era el hecho de haber escapado de la casa de fraternidad de una universidad que le había abierto las puertas para que él expusiera sus experiencias profesionales, poniendo en riesgo su carrera. ¿Podía ser más idiota?
—Debió ser divertido —mencionó preocupado.
Sin embargo, la proximidad de la chica lo ayudó a olvidar rápido sus angustias. Pudo admirar con detalle el atractivo de su rostro pecoso y la humedad de sus labios, resultándole demasiado provocativo.
Ella pasó una mano por su cuello hasta llegar a su nuca, estremeciéndolo con aquella caricia. Enredó los dedos en sus cabellos y lo empujó hacia sí, bajándole el rostro.
Eddy se quedó muy quieto, ansioso por probar esa boca, pero ella no lo besó, se dirigió a su oreja para susurrarle:
—¿Vamos el depósito? Así terminamos lo que dejamos a medias en la universidad.
La propuesta encendió las hogueras en el interior de Eddy. Se mordió los labios para soportar el ramalazo de placer que le recorrió el organismo mientras sus manos se enroscaban en la cintura diminuta de aquella chica. Quiso besarla, pero ella, en medio de risas, se alejó y lo tomó de la mano llevándolo hacia una puerta ubicada en un lateral.
Eddy estaba exultante. Ella lo guio hasta un cuarto diminuto lleno de artículos de limpieza, lo recostó contra un estante y abrió con ansiedad su abrigo.
—¿Cómo dijiste que te llamabas? —preguntó sonriente, viendo como la chica se afanaba por subirle la camisa y llegar a su piel.
—Kitty, pero puedes decirme gatita, como lo hacías aquella noche. ¿Lo recuerdas?
—Así será —garantizó divertido y se ocupó en desatarle la cola para dejar en libertad su cabello, largo y abundante.
Le gustó sentirlo entre los dedos. Tomó un mechón y lo olfateó, degustándose con su fresco aroma.
Ella comenzó a besarle la piel del pecho, bajando al abdomen, lamiendo los músculos que se le marcaban, similares a una tableta de chocolate. Gimió por el placer, al tiempo que le desabrochaba el cinto del pantalón.
—Ey, calma. Déjame al menos, darte un beso —pidió, aferrándose a los cabellos salvajes de la chica para alzarle la cabeza y alcanzar sus labios.
Enseguida la joven abrió la boca y sacó la lengua para invadir la de él, enrollándose en un beso hambriento y enfadado, que exigía cada vez más, haciéndolo perder el control. Eddy dejó que ella lo empujara contra el estante para inmovilizarlo y abrió los brazos en cruz permitiendo que la chica hiciera con él lo que quisiera, sin dejar de consumirse su boca y sus gemidos.
Por un momento pensó que a la joven le había salido un par de brazos adicionales. Sentía sus manos recorrerle todo el cuerpo, quitarle la ropa y mantenerlo quieto contra el mueble. Cuando sus dedos largos y cálidos se envolvieron alrededor de su pene erguido y comenzaron a masturbarlo, la tomó de los cabellos para alejarla y tener algo de autonomía. Él también quería saborear.
La observó con lujuria, satisfecho por el rostro embriagado de ella. Sabía que la pasaría muy bien dentro de ese depósito. Sin embargo, todo su deseo se fue al suelo cuando la puerta se abrió de golpe y un hombre robusto y bigotón los observó enfadado desde el umbral.
—¡PAPÁ! —se oyó en las cercanías. Un grito que le congeló aún más la sangre en las venas.



Continuar... CAPÍTULO 7.


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