—¡Pero,
¿qué has hecho?! —consultó April llena de furia.
La
negra con cuerpo de modelo ya se había ido de casa. Sola. Eddy tuvo que darle
dinero para el taxi, porque si se atrevía a dejar a su hija para llevarla a su casa,
sentenciaría su vida.
—No
hice nada. ¡Ni siquiera me dejaste terminar! —expresó él con socarronería y
algo pasado de tragos, provocando que la chica rugiera por la furia.
Se
había tomado el resto del vino directo de la botella. Así mataba la frustración
que le había quedado luego de que su hija interrumpiera su momento de placer y sacara
a empujones a su conquista de la casa.
—Amor,
cálmate. El niño —recordó Milton, el esposo de April, usando una voz melosa
para intentar calmar la efusividad de su chica.
April
le dirigió una mirada asesina que logró intimidarlo y lo obligó a cerrar la
boca, luego suspiró hondo y se sentó en la mesa acariciándose el hinchado
vientre para sosegar su explosivo carácter y no afectar a su avanzado embarazo.
Sin embargo, apenas se acordó que sobre esa mesa había hallado desnudo y atado a
su padre, puso cara de asco y se levantó quedándose de pie cerca de una
encimera.
Eddy
torció el rostro en una mueca de desagrado mientras lanzaba la botella vacía al
cubo de la basura. Ya se encontraba vestido, pero en su rostro adormilado aún
se reflejaba la insatisfacción por el sexo no culminado. Lo único en lo que
pensaba era en la manera en que le quitaría a su hija la llave de su
departamento sin perder algún miembro de su cuerpo en el intento. Se la había
entregado para entrar en confianza con ella después de la difícil relación que
tuvieron durante la infancia de la joven, pero no quería que ese tipo de
interrupciones siguieran sucediéndose.
—¿Qué
hacen aquí? —preguntó en susurros hacia su yerno y demostrando su molestia.
Milton,
un chico alto y rubio de apenas veintiún años, pero con la frente tan arrugada
por las preocupaciones como la de un hombre de sesenta, alzó los hombros con
indiferencia y no dijo una sola palabra. Prefirió distraerse mirando los
juguetes eróticos que la mujer había dejado abandonados por huir a toda prisa de
aquella escena bochornosa.
—La
cena. ¿Lo recuerdas? —respondió April entre dientes.
—¿Cena?
—inquirió Eddy, y observó confuso los alrededores tratando de hacer memoria.
Un
instante después se golpeó la frente emitiendo un quejido al recordar que había
estado en el mercado para comprar una lata de tomates en conserva, porque su
hija se lo había solicitado. Esa tarde iba a reunirse con ellos y se quedaría a
cenar.
April,
a pesar de ser una chica sana de apenas veinte años de edad, sufría de esporádicos
ataques de ansiedad que iniciaron con la muerte de su madre un año atrás y se
acentuaron con el embarazo. La idea de Eddy era animarla con su visita, pero
había echado por tierra sus planes.
—¿Por
qué te tratas de esa manera? —preguntó la joven hacia su padre con un puchero
en los labios y lágrimas en los ojos, aunque sin abandonar su semblante fiero.
—¿Cómo
me trato? ¡No pasó nada! —justificó Eddy con cansancio—. Iba a ser solo sexo de
unos minutos y ya, luego iba a tu casa —se quejó acercándose a ella y uniendo
las manos frente a su cara en un gesto de súplica.
—Ayer
tuviste sexo de unos minutos en el baño del bar donde siempre te emborrachas, obligando
a Milton a salir de casa a media noche para pagar tu fianza y sacarte de
prisión. ¡Te fuiste a los golpes con el marido de aquella mujer y destruiste
los espejos del baño de damas!
Eddy
suspiró agobiado y bajó los hombros en señal de derrota.
—Ese
fue un problema… pasajero.
—Hace
dos días también tuviste sexo de unos minutos en tu trabajo —continuó la chica
con enfado—. ¡Por eso están a punto de echarte del diario!
Eddy
se pasó una mano por el rostro al recordar ese problema aún no resuelto.
—Eso
no fue sexo, solo… una metida de mano —alegó con nerviosismo.
—¿Una
metida de mano? ¿A una de las editoras? ¡¿Y delante de todos los empleados?!
El
hombre la miró alarmado.
—¡No
fue delante de todos! Estábamos dentro del cuarto de la fotocopiadora.
—Ah,
claro. Tenían mucha intimidad —se burló April con furia y se cruzó de brazos—. Me
he enterado de otros casos, papá.
—¡No
hay más! —exclamó ofendido.
—Milton
ha tenido que sacarte en varias oportunidades de la cárcel.
Eddy
observó a su yerno con rencor.
—Chismoso
—le reprochó entre dientes, pero el joven lo que hizo fue volver a alzar los hombros
y seguir detallando los juguetes.
—Eso
de… sexo de unos minutos —expresó la chica con repulsión—, se está volviendo tan
dañino como tu alcoholismo.
—¡¿Mi
alcoholismo?! —rebatió indignado.
April
puso los ojos en blanco antes de dirigirse hacia el refrigerador. Sacó de su
interior dos botellas de vino que dejó sobre la mesa. Luego revisó las repisas,
colocando junto al vino otras cinco botellas de licor. Todas casi acabadas. Del
cubo de basura sacó unas botellas vacías de cerveza y la de vino que él había
terminado de beber. Eddy seguía sus pasos con una mezcla de sorpresa y rabia en
el rostro.
Cuando
la chica quiso salir de la cocina para buscar en la sala las que ella sabía que
se encontraban ocultas dentro de las gavetas del escritorio de trabajo y en el
armario donde se hallaba el televisor, Eddy la detuvo sosteniéndola por un
brazo.
—Está
bien. Déjalo así —dijo con voz severa.
April
apretó la mandíbula para controlar la ira y respiró hondo acariciándose el
vientre.
—Sé
que hay más en el dormitorio, en el baño y en el cuarto de la lavandería.
Eddy
se tensó apretando los puños un instante, luego suspiró pasándose una mano por
sus cabellos para relajar los ánimos. No sabía que era lo que más le molestaba.
Si el hecho de que su hija conociera todos los lugares secretos de su casa, sin
vivir allí, o que lo estuviera reprendiendo como a un niño pequeño.
Él
era el padre y aunque April estuviera casada y a punto de tener un hijo, seguía
siendo una niña de apenas veinte años de edad. Una con la que él poco había
compartido durante su infancia por estar persiguiendo sus sueños, cazando noticias
escandalosas que lo ayudaran a sacar de abajo a su fracasada carrera de
periodista; y una a la que ignoró durante su adolescencia por vivir metido en
constantes líos en busca de exclusivas.
Cuando
ella salió del instituto, él era un destacado periodista de sucesos. No solo
trabajaba descubriendo la noticia, sino que en ocasiones, colaboraba con
policías para resolver casos difíciles. Sin embargo, no se sentía satisfecho
con lo que había logrado. Su departamento, aunque estaba bien equipado, era
demasiado frío y se hallaba muy solo. Para apalear esa profunda sensación de
abandono se ató a diversidad de vicios, sobre todo, al alcohol y al sexo.
Gracias
a eso, para la época en que April inició la universidad, él se había convertido
en un caos, lo que impidió que estuviera presente cuando falleció la madre de
la chica. Al pretender acercarse, ambos eran unos desconocidos. Él un adicto,
nervioso e inseguro, y ella, una joven entristecida y ansiosa.
Lo
único bueno que había salido de sus esfuerzos por relacionarse con su hija, fue
que ella pudo conocer a Milton, un joven experto en diseño y programación
digital que trabajaba en el departamento de publicidad del diario, a quien Eddy
siempre buscaba para que lo ayudara a editar imágenes o realizar difíciles
búsquedas en internet. Y, a pesar de que la relación entre los chicos había
sido efervescente y en menos de un año dio frutos, Milton se había convertido
en un gran soporte no solo para April, sino también, para Eddy, transformándose
en un gran amigo.
—No
pretendo ser una mujer controladora y obsesiva —aseguró ella con tristeza—. Es
solo… que no quiero perderte a ti también.
Esa
confesión conmovió a Eddy hasta los huesos, erizándole la piel. Apretó la mandíbula
para controlar la rabia hacia sí mismo por no lograr contener sus ansias, al
menos, por una tarde, y así cumplirle a su hija. Una vez más le fallaba,
parecía que no se cansaba de hacerlo.
—No
volverá a pasar —masculló, promesa que hasta a él le sonaba banal.
Sin
embargo, ella, como siempre, dejó de lado sus miedos y preocupaciones para
abrazarse a la cintura de su padre, rogando porque en esa ocasión fuera cierto.
No pudo evitar que un par de lágrimas bajaran por sus mejillas, que Eddy secó
con sus pulgares antes de besarle la frente.
—¿Sigue
en pie el plan de la cena?
April
gimoteó antes de responderle.
—¿De
verdad, quieres hacerlo?
—Por
favor —rogó sin dejar de acariciarle las mejillas. La chica sonrió.
—Está
bien, pero te vienes con nosotros —advirtió, muy seria.
—Por
supuesto —garantizó Eddy, contento—. Me cambio de ropa y vamos a tu casa.
Luego
de otro fuerte abrazo, él se dirigió a su habitación. April respiró hondo al
verlo salir de la cocina, pero arrugó el ceño al dirigir su atención hacia Milton
y encontrarlo evaluando con interés los juguetes eróticos.
—¿Qué
haces?
—¿Qué
es esto? —consultó con falsa inocencia y elevó hacia la chica el dilatador anal
que sostenía con una mano como si fuera un puñal, luego hizo movimientos con él
como si se tratara de una espada. Solo quería hacerla reír para que superara el
amargo momento.
—Eres
un ignorante. ¡Dame eso! —lo regañó y le quitó de mala gana el accesorio.
Ambos
miraron el objeto con cierta curiosidad, pero simulando que poco les importaba.
Milton se metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se balanceó en sus
pies antes de hablarle.
—¿Me
enseñas a usarlo? —propuso, dedicándole una mirada ardiente.
Ella
arqueó las cejas, tratando de ocultar su emoción.
—Soy
una mujer embarazada —dijo con esforzada severidad.
Él
alzó los hombros con indiferencia y se acercó, abrasándola con el deseo que
llameaba en sus ojos.
—Y
yo el padre de ese niño, quien solo quiere amarte y provocarte los orgasmos más
sublimes de tu existencia.
Aquellas
palabras la estremecieron e hicieron ebullición en su interior, más aún, al ver
a Milton casi encima de ella, incinerándola con su excitante calor. Sin
embargo, al escuchar que Eddy se acercaba, se guardó con rapidez el juguete
entre los senos.
—¡Listo!
—aseguró el hombre notando como los chicos se habían sobresaltado con su
llegada y se alejaban con nerviosismo, como si los hubiera pillado en una
acción indebida—. ¿Todo bien?
—Sí
—aseguró April, con la voz temblorosa por la colisión de emociones. Se aclaró
la garganta y se acercó a su padre para tomarlo por el codo y arrastrarlo a la
puerta—. ¿Vamos?
—Vamos
—respondió, observándola con extrañeza un instante. Luego dirigió su mirada
ceñuda hacia Milton, viendo como el chico se encogía de hombros mientras los
seguía.
Respiró
hondo al salir de casa. Era consciente que después de la cena ese par se
dedicaría a hacer lo que él había estado añorando por años: No tendrían sexo,
harían el amor con verdadera entrega.
Continúa... CAPÍTULO 3
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